Educación contra la indiferencia
A los trece años leí ‘La cabaña del tío Tom’. Ya había devorado todos los libros a mi alcance, propios o prestados, y era el momento de adentrarme en la literatura para adultos. Aquel libro estaba en la estantería del salón, pero mi madre insistía en no dejármelo. Y me llevó semanas convencerla. Finalmente, accedió con una advertencia: “Si luego no duermes…”.
Supongo que tenía razón. Resultó que, incluso hoy, los latigazos ajenos de aquellos esclavos siguen doliendo. Escuece la crueldad gratuita de unos pocos que se creían dueños de otros seres humanos, tratándolos peor que a cucarachas, pero aún más duele la indiferencia de los llamados justos, que no hicieron nada por impedirlo. Me pregunté: Si eran tantos, ¿por qué no escapaban? ¿Por qué no luchaban? Entonces comprendí: no se puede aspirar a lo que no se conoce. Los esclavos no sabían lo que era la libertad, no podían desearla. Era mucho más que el miedo a represalias. Por eso no les dejaban leer, para que no imaginaran otra realidad.
Más tarde entendí que esa misma lógica se aplica en otros contextos. A las mujeres maltratadas que nunca han conocido el verdadero cariño y no pueden escapar. Al patriarcado, estructurado en cada vena, que impide ver alternativas. A la falta de conciencia de clase, al malvivir de los guetos, a la supervivencia en el Tercer Mundo. La educación es la única herramienta para romper esas cadenas invisibles, para pensar diferente.
La ignorancia es el caldo de cultivo perfecto para el fanatismo y la indiferencia facilita que se propague. Así crecen los Trump del mundo, ofreciendo falsas esperanzas a quienes nunca han leído sobre Hitler, mientras los que sí lo han hecho —los esclavistas del futuro— observan en silencio.
Mi hijo mayor se queja porque tiene que estudiar historia cuando lo suyo es la tecnología. Escribo esto con la esperanza de que entienda que el conocimiento no es solo información, sino defensa contra la manipulación. Y dada la rápida proliferación de ciertas ideologías y la intoxicación, la historia es una asignatura esencial.
Quizás hemos protegido demasiado a nuestros hijos y no están vacunados contra la indiferencia o crueldad por haberles edulcorado la vida. Así cuando se topan con violencia y agresividad real, no les choca, no saben resistir o luchar. Como si la realidad fuera un videojuego y al terminar se apaga el botón y a otra cosa.
Tal vez, leer y educar, pequeñas dosis de injusticia pasada y empatía novelada les ayuden a identificar la injusticia presente que permanece, aunque mires a otro lado. Ver continuamente crueldades en audiovisual, sin contexto, ciertamente no les afecta.
Inocular el alma con empatía también es una forma de educar. Mi hijo pequeño tiene trece años. Y La cabaña del tío Tom sigue en la estantería de la abuela y seré yo la que insista en que lo lea para empezar su cura contra la indiferencia.
Los nazis quemaron libros en 1933, tras su llegada al poder. Eliminar alternativas de pensamiento para solo dejar una realidad posible y mucho miedo es su objetivo. Vienen tiempos difíciles y habrá que decidir en qué bando estar. Ahí lo dejo.
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