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El Enero [1]

Antonio Arroyo Silva

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Algunas notas sobre El enero El enero [2], de Olga Luis Rivero

Dicen que la esencia de la creación poética, más que en los preceptos preestablecidos, está en ese balbuceo primigenio de cuando las palabras empezaban a ser pronunciadas desde la cuna, en ese momento de la primera infancia en que los sentidos no estaban parcializados o que, muchas veces, se centraban en el tacto o el gusto.

Entonces, el balbuceo para nombrar, acompañado de la primera caricia materna. Para nombrar esas manos que mecen y producen el placer de lo innombrable cuando todo era inmenso, extraño y asombroso.

De ahí que la primera chispa, que el primer bing bang de la creación poética, sea la memoria de este asombro, este roce, este balbuceo.

En el poemario que Olga Luis Rivero publicó en 2010 en editorial Idea cabe mucho de lo que vengo diciendo. Las palabras primeras no conocen abstracción, tienen connotaciones animistas tal vez, y de ahí la prosopopeya que intitula el libro: El enero, el causante del primer mal que padece el ser humano nada más nacer: el frío. Un mal necesario, un motor de los sentidos.

Pero, además, entre las dos palabras del título transita un silencio germinante que introduce las tres partes identificadas en que se divide el poemario: La encantación, La edad del árbol y Oído en caracoles. Es la magia de las palabras cuando salen por la boca con la luz de la inocencia o el recuerdo de tenerla. También una música, una elipsis de música, de tarareo que llega con el frío, se encierra en una concha de caracoles y reverbera en las frutas y las flores, no simples recurrencias léxicas, sino centros vitales, como diría Borges.

No es lo mismo evocar que revivir o hacer que un instante viva de nuevo no ya en la mente del que escribe sino en la “mente” del verso, donde la memoria individual se hace colectiva, y si se quiere recolectiva. Y eso que, de momento, no estoy matizando la eficacia expresiva que conlleva esta idea, donde encontramos la encantación primera del lenguaje.

No “encantamiento, ”ese hecho casi hermenéutico de quedar transformado por la magia de las palabras (por una “tarta de palabras” como dice Olga) Quedar transformado el lector, claro está. Encantación es un término más real, más dinámico. Alude a la vida que canta y encanta y atrapa la imagen en movimiento y voz.

Llega “enero desfilándose/ como un flequillo/ en el rostro”. Un enero molesto, que cubre la visión de una realidad llena de estereotipos y mentiras, y hace que cerremos los ojos para ver más allá, es decir, más adentro. El enero es un caballo de la luz que nos apaga los ojos, que nos trae ese frío primero para que la memoria encienda ese calor maternal. Seno materno al seno materno, pues una mujer madre es la que escribe.

Permanecer solitarios siempre, mudos, pero con altivez nos reservamos un místico tesoro y cuando en el crepúsculo la campana resuena brincamos inquietos. Ahí no cabe el mar ni la marea. Tampoco el gesto de ésta puliendo la roca de la orilla. Sólo cabe el sentido del mar, porque el sentido es una memoria ansiada, memoria que viene y se va como la marea con el recuerdo no de una imagen sino de un sabor o una fragancia.

Dice Olga Luis Rivero que la parte que más le entusiasma de este poemario es La edad del árbol. Y no por la calidad técnica ni por ningún hecho específicamente literario, sino porque, según confiesa, ella misma entra en un mundo de sueños. Un mundo que no me atrevería a denominar surrealista. Un territorio de sueños concéntricos que viajan y giran en torno a un vórtice. Singladura quizás por las ansias más íntimas del supuesto yo poético que se expresa, pero sobre todo por la literatura de su entorno centrada en aquellos personajes cercanos que la han conformado como poeta. Por aquí deambulan Emeterio Gutiérrez Albelo y su enigma dicen que prenupcial, Isaac de Vega y Rafael Arozarena, en los mascarones de proa de unos buques fantasma rumbo a Igueste. Y muchos más. Círculos concéntricos que dicen la edad de ese árbol del lenguaje y la memoria.

En esta parte hay unos poemas de uno o dos versos que sirven de hilo conductor a todos los demás. Son el duermevela, ese espacio entre la vigilia y el sueño. Aquí Olga va más allá de su técnica anterior de yuxtaposición de la imagen y deja que el verso transcurra como un río del tiempo.

El enero desemboca su riada poética en Oído en caracolas, como si todo el libro quedara ahí no ya para ser leído sino para ser escuchado como un mar que nos susurra al oído desde un bucio imaginario. No desde el libro en sí, su receptáculo definitivo sea una concha a la orilla atlántica esperando ser recogida por la vida, su principal receptora. Porque la vida ha de enriquecerse. El epígrafe que introduce esta parte final me parece iluminador: La poesía es un remedio contra la pobreza, la malandanza, el mal del mundo. Es un presente que se perfecciona, una insatisfacción en la pobreza irremediable de la vida. Una cita del poeta Wallace Stevens que resume tanto las intenciones como la poética de Olga Luis Rivero. La poesía como un mar siempre renovándose, la poesía como un hecho que enriquece la vida y, por consiguiente, parte de la vida misma, pues ella le aporta su sello de identidad. Esta idea de Wallace Stevens, quizás una de las más ignoradas por la crítica académica, nos aporta una imagen reveladora con la que nuestra poeta dialoga a lo largo de esta sección final con ansias de continuidad.

La poesía, no la abstracción que representa un hecho vital, sino ese hecho mismo andando por el verso con la seguridad de estar respirando y de ser respirado.

NOTAS

[1] Este artículo fue publicado en mi libro de artículos La palabra devagar, Idea-Aguere, 2012..

[2] Olga Luis Rivero, El Enero, Ed. Idea, col El Mirador Santa Cruz de Tenerife, 2010.

BIOGRAFÍAS DE OLGA LUIS RIVERO

La Palma. Canarias. 1958. Autora de los poemarios Las Lunas del Jaguar (ed. Sosa Campos. S/C de Tenerife 1.998. 2ª ed. El Vigía editora), En la Ola de Zarzas Gemas (ed. Socaem 1.989) y Verano (ed. Benchomo, 2003), Gran Rojo (ed. Baile del Sol 2003), Poetische anthologie (El Vigía editora, 2009) y El Enero (ed. Idea 2012); es un destacado valor de la nueva literatura canaria, con una producción intensa y seductoramente original, sin concesiones. Desde muy joven, hizo patentes sus inquietudes literarias al intervenir en el Primer Congreso de Poesía Canaria celebrado en La Laguna en 1976, del cual se editó un volumen en el que aparecieron algunas de las composiciones de la más joven de los participantes. En años sucesivos publicó en los Cuadernos de Arte y Cultura Aquel Viejo Noray (ed. Benchomo), El Buey de las Estrellas (ed. CCPC), codirigiendo posteriormente la revista literaria Menstrua Alba (ed. Cabildo Insular de La Palma) junto a los poetas Antonio Arroyo, Francisco Guerrero y Roberto Cabrera. Obtiene un accésit de poesía del Premio Ciudad de La Laguna con 7 Poemas (ed. CCPC 1981) y colabora en las revistas canarias: La Teja de Bogotá, Taramela, Fetasa y La Página, e internacionales como Poesía o Lúnula; en ediciones periódicas como Tagoror Literario, Revista Semanal de las Artes, Planas de Literatura etc. Participa a principios de los 90 en las 7 Semanas de Poesía, del Ateneo de La Laguna y en diversos recitales poéticos, tertulias y catálogos; en las antologías del Ateneo Obrero de Gijón, Asturias y de la Universidad de Valencia, Venezuela. Plenilunio, antología de poetas canarias 2003. Colección El mirador 2010 y Once mensajes en una botella 2011. Antologías Poetas canarios en Buenos Aires y Galaxias.

Paralelamente a esta actividad es intérprete, destacada saxofonista profesional, con giras, grabaciones y festivales de jazz internacionales a sus espaldas. En julio de 2013 tomó parte en Un guiño a África, Salón del Libro Africano 2013. Años atrás, había participado en Bejaïa, Argelia, en las IV Poesiades (julio 1992) en un encuentro de poetas y escritores, músicos e intelectuales del área norteafricana.

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