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‘Aquel lejano lugar’ o el paraíso de Mátrix

Antonio Arroyo Silva

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Llega a mis manos este nuevo poemario de Pablo Sergio Alemán Falcón, Aquel lejano lugar, publicado por Cartonera Island, colección 31. Cartonera Island es una iniciativa sin ánimo de lucro que quiere intervenir en su espacio social y cultural proponiendo la publicación de textos principalmente de poesía mediante libros producidos de forma manual y artesana a partir de cartón proveniente de los procesos de reciclaje y reutilización. Es decir, se trata de una alternativa muy digna al creciente mundo editorial que no solo supone la comercialización global de la literatura, sino la superproducción de obras la mayoría de poca relevancia para la literatura.

De Pablo Alemán ya dije en mi artículo «Singladura de Islas. Cartografía de Islas al sur»(referente a su anterior entrega Madera y Metal) que, según Eugenio Padorno, su poesía linda con el hermetismo italiano de Quasimodo. Sin embargo, nuestro poeta no se oculta entre silogismos ante una realidad adversa y diversa. Su poesía oscila entre la madera, que para él simboliza todo lo positivo y germinante (por natural) de la humanidad, y el metal (artificial) que de alguna manera lo lleva a la maquinaria destructiva del mundo: armas, cañones, calentamiento global, alteración y muerte del ecosistema y, por ende, del ser humano y del poema mismo. Ese metal se manifiesta por la modernidad a través del fusil y el cañón, pero también por lo primitivo, que es la espada. El poema, entonces busca esa inocencia primigenia (la madera) y desde ahí dialoga y denuncia el sujeto poético. Poeta que deja la piel en el poema y, de paso, va fundando el territorio de su voz genuina.

Entrando en Aquel lejano lugar, el poeta se decanta por el simbolismo del metal, quedando la madera en aquel cercano lugar del corazón al que aspira un sujeto lírico y, por tanto, los lectores. La plaquette, poemario cerrado en sí mismo, pero con esa sombra de aspiración o religión (relegere-religare) en el envés de su hoja escrita, busca desde el principio la apoyatura de dos grandes poetas: el Dámaso Alonso de Hijos de la ira y el José Hierro de Cuaderno de Nueva York. O sea, desde el principio, ya se nos orienta con sendos epígrafes de que el presente poemario oscila entre ese súbito dolor del poema «Dolor» y el «Ahora sé que la nada lo era todo, /y todo era ceniza de la nada» del poema «Vida» de Hierro. Pero esta apoyatura no viene por una inclinación simplemente intelectual, sino por esa religión antedicha y esa comunión con los poetas mencionados.

El corpus del poemario está constituido por ocho poemas de extensión media. Una característica que salta a la vista son los dos niveles que encontramos en dichos poemas: un nivel de pensamiento caracterizado por el uso de las comillas y el nivel propio de la escritura poética. Dice Pablo que ese recurso lo tomó de la tragedia griega y que quizás realiza la función de conciencia, un complemento, quizás, procedente de ese lugar lejano. Esto nos hace pensar en algún tipo intertextualidad; pero se trata de un sujeto lírico que «piensa» durante el acto de la escritura, de modo que en ambas orillas se plantea la metapoética del poema que nos propone Pablo Alemán. También el tema y digamos el meta-tema. En el poema inicial nos dice: «Son los ochenta tedios de un fusil» y La coherencia ya es relativa / y la palabra se desanda / –se colma– /de otro contexto. Y así se van articulando las tensiones de Aquel lejano lugar. En el segundo poema de título homónimo a la obra nos dice directamente hasta dónde no quiere llegar el sujeto lírico: ese lejano lugar, lejano porque vemos siempre las tragedias y las guerras como algo que ocurre lejos, es decir, nos evadimos o eludimos el compromiso de nuestra conciencia:

Nos olvidamos, cerrando las ventanas,

de que una vez contemplamos

aquel lejano lugar,

punto de mira de un fusil –símbolo de modernidad.

«Gracias al ser hermético

nos quedaremos con el libro extinguido de la nada».

Aquel lejano lugar es, pues, un grito no contra la guerra abstracta que dicen los buenrollistas y progres de opereta, sino contra las guerras reales que están ocurriendo ahora mismo en la lejanía geográfica y en la lejanía de nuestras conciencias. En el fragmento anterior se manifiesta la reacción de Pablo Alemán a las palabras de Eugenio Padorno arriba mencionadas. Reacción positiva que le hace plantear al poeta qué es poesía social y de compromiso en la isla atlántica y los tiempos actuales, tan alejados que parecemos estar (de momento) de todo lo que acontece. Con ello (y con esos dos niveles), Pablo Alemán logra una síntesis: sin renunciar a la expresión y recurrencias poéticas puede aprehender el mundo y sus circunstancias, lo mismo que José Hierro, lo mismo que Dámaso Alonso y Lorca. El poema ha de ser bello, no por pura estética, sino porque, solo con esa precisión se pueden borrar los cañones y los fusiles. O al menos entrar en la conciencia de los que los ignoramos alejándonos. Es como sí en el trasfondo de los poemas Pablo Alemán nos propusiera una especie de revolución de los claveles.

En el poema «El durmiente» se caracteriza a esta tipología humana que se abstrae de las circunstancias trágicas del mundo y vive como un zombi, o sea, como un durmiente: «Una jauría que bebe de audiencias / y la verdad de las composiciones / que nos marcaron en sus tiempos».

El color verde referente al metal no es símbolo de esperanza, sino que, al igual que Lorca (verde que te quiero verde), significa la muerte y la irrealización. Cuando se habla de los «seres herméticos de metal» ahora ya no alude a poetas del movimiento literario mencionado, sino a los elementos militares que suelen ir de verde. Véase el poema «Verde». Así también la palabra hermético cobra por fin una acepción peyorativa y, por supuesto, extrapoética.

Al final, en el poema «El ciclo que acaba» entendemos el porqué de la brevedad aparente del poemario: el ciclo acaba y comienza o como decía T.S. Eliot en sus Cuatro Cuartetos. «in my begining is my end/ in my end is my begining»:

El cañón que despierta en un lejano lugar

a la ciudad...

El ciclo que acaba con las primeras luces

del día.

Y vuelta a empezar con esta reiteración del cañón. Comienza de nuevo el ciclo de los despiertos durmientes que rondan por las vías de la ciudad. No se propone redención, ni siquiera la poesía puede redimir. La poesía solo manifiesta con todos sus mecanismos formales y estéticos (detrás de cada estética subyace una ética y aquí es patente) un desasosiego que ni siquiera los llamados durmientes saben que tienen en la sangre. De ahí que la poesía sea calificada por los adalides de la comodidad y del «aquí no pasa nada» de oscura, difícil, incluso poco útil.

Cuando el estallido del metal nos despierte quizás seamos felices con la oxidación o como Neo nos veamos enchufados en la realidad virtual de un Paraíso Matrix. Así que leamos este breve, pero intenso poemario y acerquémoslo a este cercano lugar de nuestros corazones y disfrutemos de su belleza estética toda ella orientada hacia la expresión de la difícil verdad: lo consigue. Desenchúfate de la máquina, lector.

Gáldar, enero de 2020.

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