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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Enterrado en los ojos que un día besó (25)

Miguel Jiménez Amaro

Los muchachos que salieron del Comunista y se encontraron con los dos cuervos sobre el espacio de acera pegado a la cabina telefónica, donde, hasta hace un momento, estaba aun la sangre fresca de Fernando, que los barrenderos habían limpiado con una cantidad de agua desmesurada, pensaron que los córvidos habían llegado tarde a aquel banquete. Los muchachos sintieron un asco mas allá de sus apariencias, sin saber muy bien el porqué, los dejaron de lado, y se fueron caminando a tomar unas copas de Licor Cacao Pico en La Taberna de Chueca.

Los cuervos, no se sabe aun con total certeza, qué hacían en aquel trozo de acera,  aunque se cree que venían a por la sangre fresca de Fernando, que estuvieron rastreando hasta  aguas abajo, el principio de la calle, pues los barrenderos, se les habían adelantado con sus mangueras y botas de agua. Al final del agua que corría por la calle, y sin nada de la sangre de Fernando en el pico, los dos cuervos, que se confundían con la negra noche, levantaron vuelo, a la altura de los tejados oscuros  de las casas de aquel barrio, hacia la plaza de Chueca, buscando posarse en uno de sus bancos, uno, en el  que podrían ser bien admirados desde todos los lugares.

Unos de los muchachos que estaba dentro de la taberna, detrás de una de las puertas acristaladas y algo nervioso, tomando Licor  Cacao Pico,  con la mirada puesta en la boca del Metro de Chueca, en postura de esperar  a su compañera y a las de los demás muchachos, vio cómo planeaban aquellos dos cuervos sobre el banco que estaba entre medio de La Taberna  y la boca del Metro de Chueca. Se dio la media vuelta para decirle a sus compañeros que se acercasen a la puerta acristalada para que viesen lo que estaba ocurriendo: las dos figuras de los cuervos que se habían posado en el banco de la plaza se estaban metamorfoseando en Sor Ácrata y su fotógrafo. Los muchachos se dieron presurosos la media vuelta,  enfilándose hacia la barra donde no pidieron una copa más de Licor Cacao Pico, sino una botella entera.

Lo que no sabían los muchachos, apoyados  en la antigua barra de cobre y madera, era que sus compañeras, que estaban entrando en aquel mismo momento en La Taberna de Chueca, y que se acercaron a ellos sin color en la piel, ni  aliento en la boca, pidiendo otra botella de Licor de Caco Pico para ellas, era que, sus compañeras, vieron la misma escena de los dos cuervos que ellos, pero desde otro ángulo, desde el opuesto, es decir, ellas la contemplaron, atónitas,  subiendo las escaleras del Metro de Chueca.

Ellas no podían hablar. Ellos las miraban y bebían más y más Licor Cacao Pico. Ellas se tomaron dos copas rasas del licor. Se sirvieron la tercera. Una de ellas, precisamente la compañera del muchacho que primero divisó a los dos cuervos planeando sobre el banco de la plaza, dijo que ellas sabían que los muchachos habían visto la misma escena,-¡pues como ellas tenían la misma cara de susto!- pero que no habían escuchado lo que dijeron los dos cuervos mientras cambiaban  de  morfología: “¡Qué lástima que no hayamos probado ni siquiera una gota de sangre de Fernando!”. Los muchachos y las muchachas pertenecían al mismo instituto que Sor Ácrata, pero no eran alumnos de ella. Lo digo así, sin más, no entro en mas narración, porque si no, esta historia de enterrados se me va a hacer muy larga, quizás eterna, y no dispongo de tanta eternidad.

En el banco de la Plaza de Chueca Sor Ácrata le dijo a su fotógrafo que se pusiera en frente de ella apuntándole con la cámara de fotos. Le cogió las manos y miró directa y fijamente al objetivo, como se mira a un espejo. “Dentro de poco, le pondremos también a esta plaza el nombre de Sor Ácrata, y erigiremos una estatua mía. ¿Tú, Fotógrafo mágico, dime si hay alguna persona en el reino, o fuera de él, que sin haber escrito libros aún, ni ingresado en las academias de las letras y las artes, ni sin habérsele hecho todavía películas sobre su vida, tuviese ya, desde tan joven,- ¡juventud que no voy a perder nunca!-, el nombre de una calle, y pronto el de una plaza con estatua incluida? ¡No me digas como en el cuento, Fotógrafo mío, no me digas  que Blanca Nieves, que con la del cuento ya tenemos!” El fotógrafo, con más miedo y adulación en el cuerpo que cualquier otra cosa, le respondió. “No, no Sor Ácrata, tú eres la única. Y no solo eso, te pondrán nombres de terminales de aeropuertos, de volcanes y huracanes que surjan, tu nombre le será puesto a las niñas que nazcan por todo el mundo, le cambiarán el nombre a alguna pirámide de Egipto para ponerle el tuyo, a la Cumbre Vieja de La Palma le pondrán tu nombre, tendrás un mausoleo mayor que el de Lenin, y un sinfín de cosas más que ni te imaginas, que ni se te pasan por tu cabeza”. Sor Ácrata, con toda su cara enteramente humedecida le dijo al fotógrafo que  le disparase una foto por el lado bueno y que la revelase lo antes posible, pues quería tenerla en su mesa de noche ya mismo.

Juan Gómez Casas y sus compañeros anarcosindicalistas decidieron que era la hora de terminar con aquella reunión e irse para casa, donde quizás, por la hora que era, sus familiares pudieran estar alarmados. Eran personas mayores y algunos con serios problemas de salud ¡Tantos años de cárcel y campos de concentración! ¡Tanto exilio! ¡El dolor de tantos compañeros muertos y la pérdida de una causa justa! Hicieron el saludo libertario alzando al cielo las dos manos agarradas la una a la otra, y pronunciaron a media voz, -dada la hora-, el Salud y Revolución Social anarquista. Bajaron las escaleras. Salieron por la  puerta principal a la calle Libertad donde coincidieron con Sor Ácrata  y su fotógrafo de regreso de la Plaza de Chueca, -iban a revelar las fotos-, que los reconoció a la mínima  y les pidió que si se podía hacer una foto con ellos. Los viejos libertarios consintieron. “¿Esta también la quieres tener pronto y colocarla en la mesa de noche?”- preguntó el fotógrafo, con cierto disimulado sarcasmo, que no quiso identificar Sor Ácrata. “No, a esta le va mejor  la mesa de trabajo, que allí la ve más gente”. 

En La Carmencita era la tercera vez que se escuchaba Sombras de Javier Solís. Carmencita tuvo que reponer por varias veces el Mibal Roble y El Cava Integral de Llopart que había en las mesas. Mejor catarsis que aquella de cantar la canción preferida de Fernando no hubiese existido ninguna.

Después de cantar Sombras todos estaban relajados y sonrientes, como quien se despierta al finalizar de una larga y feliz meditación. Hiperión volvió a abrir la boca desde la urna de cerámica que contenía sus cenizas: “Amparo, Fernando está ahora mismo confuso, está fuera de su cuerpo. No entiende nada de lo que le ha ocurrido, ni sabe porque su cuerpo está sin vida, no recuerda el accidente que tuvo. Poco a poco irá aprendiendo a que ya no está en la realidad que vivía, que ahora le toca vivir otra. Llegado el momento, me acercaré a facilitarle entender todo lo que le está ocurriendo. Amparo, cuando yo decidí irme del mundo, no me esperaba encontrar con todo lo que ahora estoy teniendo consciencia de ello; me esperaba encontrar con la más pura nada, no me esperaba encontrar con nada. ¡Es aterrador, pero fue así! Yo vivía como un submarino sin periscopio, con todas las escotillas cerradas ante la posibilidad de que pudiese existir otra realidad. Es lo que nos pasó a muchas personas de nuestra generación que después de leer el Politzer  y el Anti- Düring nos tragó la luz oscura. No dimos pie a nuestro raciocinio sino a dar crédito a  un mundo y un universo material, donde cualquier reconocimiento a otras realidades, al espíritu, era algo calificado de pequeño burgués, que era supuestamente lo que nosotros queríamos combatir. Consideramos, bajo la influencia de aquellas lecturas, que no solo la religión, sino cualquier manifestación de lo espiritual era un opio para el pueblo, sin darnos cuenta de que esta misma filosofía se había convertido en otro opio para el pueblo, en un anti catecismo que era más catecismo aún que el imperante. No supimos ver que aquella filosofía solo era un medio para cambiar la realidad, cuando en realidad, el arte de que las cosas sigan igual es que vayan cambiando, como se ha venido viendo. En fin Amparo, siempre me gustaron más los socialistas utópicos que los científicos. ¡Qué equivocación!, no la de nuestros ideales altruistas, los de la verdadera Libertad, Igualdad y Fraternidad, no esa cosa burguesa/manida en lo que se han convertido hoy, sino la equivocación de subestimar/ningunear otras realidades dentro de nuestras vidas, o la realidad espiritual, cuando Libertad, Igualdad y Fraternidad, son entes espirituales. Ahora me doy cuenta de que con mi muerte no ha acabado nada, sino que empieza otra tarea, la de seguirme construyendo pero con piedras de luz. Amparo, no llores por Fernando, cuando lo quieras sentir cerca de ti canta Sombras. Papá, Literato (Hiperión se rio al llamar a su padre por el nombre con que lo bautizaron en La Palma, cuando fue a hacer las milicias. Los demás rieron también), Mamá, Mónica, y todos los demás que sé que me queréis, cuando decidí adelantar mi muerte, por no seguir sufriendo estérilmente, elegí las Gimnospermas de Erik Satie para despedirme del mundo, creyendo que no iba a tener consciencia de nada más, una vez que me cesase de latir mi corazón, me equivoqué, tengo ahora más consciencia que nunca. Hay una canción que yo siempre cantaba cada vez que  subía o bajaba las escaleras de casa, o por los pasillos, en el baño, antes de comer, desayunando, cuando me iba a acostar, y alguna vez me despertaba cantándola. Papá, Mamá, Mónica, que ya sé por el brillo que tenéis en los ojos que sabéis cual es, cantádmela por favor, El Charro, su mariachi y Maguisa la conocen, y cantádmela siempre que os acordéis de mí, yo la escucharé, porque desde aquí, os hecho también de menos; pero llevémoslo con la alegría que se pueda. La música nos ayuda. Os quiero, os he querido y querré siempre”.

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