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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Enterrado en los ojos que un día besó (32)

Miguel Jiménez Amaro

En el estudio de El Escultor, Sor Ácrata posaba con su traje negro, el que se había puesto para la iniciación de Fernando a principios de curso, y, hacía unas horas, cuando Fernando se despidió de los mortales. Sor Ácrata  dudaba y posaba, posaba y dudaba, entre si acercarse al mortuorio cuando lo abriesen, para seguir interfiriendo en el camino del alma de Fernando tanto como lo había hecho con el  de su cuerpo en vida, o, si seguir posando como lo estaba haciendo. Lo de posar le gustaba, porque la hacía sentir que ya estaba formando parte de la historia, que entraba en aquel club, después de tener el nombre de una calle ganado a pelo, sudor, sangre y muerte, y, tener el de una plaza con estatua incluida  en ella como iba a ocurrir dentro de unos días; todo esto le daba la sensación de estar disfrutando de la eternidad por entregas, en incómodos plazos. Lo de ir al mortuorio, el crematorio y el cementerio no le gustaba tanto, pues no quería que se repitiesen las mismas escenas de bochorno, que las ocurridas con El Chivato Tártrico, Ninnette y Lissette, durante el tiempo que el cuerpo yacente de Hiperión merodeó los últimos lugares del mundo físico. “Así que, -pensó Sor Ácrata-, me quedo en esta pose de eternidad anticipada, aunque hipotecada, en el estudio de Manolo hasta que me tenga que sacar el traje negro, para reconvertirlo, a las doce de la noche en que se cumplen las veinticuatro horas de la muerte de Fernando”.

El Escultor, sudoroso y vehemente, golpeaba con el martillo y el cincel sobre la masa de granito bajo la mirada severa de Sor Ácrata, mirada que le advertía de que el tiempo corría y que ella quería su estatua para la madrugada de La Epifanía. “Golpea duro, como lo hice yo al iniciarte. Sácale al granito lo que le sobra para que se asemeje en lo más a mí. Yo hice lo mismo contigo y con todos vosotros a los que inicié. Os vacié de lo inservible que había en vosotros, en vuestras vidas adolescentes de sueños incestuosos en los que se habían alojado como parásitos vuestras madres y hermanas, de vuestros padres, unas veces borrachos, como el tuyo; y me establecí yo como luz negra en aquel vuestro infestado mundo onírico para poner mi orden, lo limpié, y pasé a ser vuestro objeto de veneración, de culto. En ese momento os puse a punto para iniciaros, para haceros lo más sumisos y parecidos a mí, como tú, lo tienes que hacer ahora con ese brote de piedra, poner mi alma negra en ella para que se me adore. El Escultor la miraba con cara de decir ”esta mujer también va a acabar conmigo“.

Mónica, Amparo y Paloma, que habían llegado a la morgue del hospital, hablaban con los padres de Fernando sobre Sor Ácrata y su tantra negro. El Chivato Tántrico, Ninnette y Lissette lo hicieron un poco más tarde. Hiperión, terminaba de enseñarle la que fue su casa al Ángel Pelirrojo. Le dijo que ya debieran de estar en la morgue ellos dos, pues los Sacerdotes Tántricos querían transmitirle unos mantras personalizados a Fernando para que su alma no se desorientase en el camino que empezaba a recorrer, y que para eso tenía que estar él, Hiperión, allí; y que ella, Sigrid, debiera ya de conocer a Fernando.

Sus padres, dormían con el despertador puesto para Literato levantarse e ir a recibir a Eladi Crehuet en el primer vuelo que venía desde Barcelona. Eladi, también dormía con el despertador puesto para no perder su vuelo, y soñaba, soñaba con una mujer rubia, extranjera, que no tenía nada que ver con las que conoció en Los Viejos Cancajos. Durante su sueño se dijo a si mismo que si seguía soñando con aquella mujer no iba a escuchar el despertador cuando sonase por la mañana, pero, decidió hacer caso omiso a aquella voz suya y seguir soñando con ella, aunque corriese el riesgo de perder el avión.

Las prostitutas de La Casa Campo y Los Chorlitos, después de aquel interrogatorio tan feroz que tuvieron en las mazmorras de la Dirección General de Seguridad, donde perdieron su identidad hasta el punto de no recordar quienes eran en realidad, estaban desenfocadas una vez que pisaron nuevamente la calle, cuando salieron por una de las puertas que daban a la Cafetería California, donde unos pocos años después se cometería un brutal atentado cuya autoría nunca sería aclarada. Sin pensárselo, entraron en la cafetería, pidieron chocolate con porras y una botella de Licor Cacao Pico, y se quedaron sentados a la espera de que pasase su memoria por delante de ellos para subirse a ella

Billy El Niño, en su camarote del tren que iba a Lisboa, seguía dando sonámbulas y sonoras palizas a rojos indefensos soñadores de utopías. El revisor del tren pensó otra vez más en  si asfixiarlo mientras estaba dormido, pero pensó que con los antecedentes que tenía, -había sido torturado por el sádico inspector-, iba a ser él el primero en el que iban a pensar, el principal sospechoso,  aunque no le importaría nada el hacerlo, el tomarse la justicia por su mano, pero ir a la cárcel por ello, pues no.

El Gudari Algo Beodo pidió otra botella de Patxarán poniendo otro billete de cinco mil pesetas en la mesa. La Cofradía del Porro de Hierba cantaba canciones libertarias. “A las barricadas...” Unos trasnochados Guerrilleros de Cristo Rey, que querían hacer la calle suya, pasando, como lo hicieron los fascistas en el 39, ante tal provocación, - la de los cantos-,   entraron en el bar a saco con aireadas por lo alto cadenas en las manos a los gritos de pasamos. El Gudari supo cómo hacer para que salieran corriendo aquellos niños de papá hijos de asesinos del Régimen, se puso de pie mirándolos fijamente y fue desabrochándose los botones de su tres cuartos de piel negra. Los de Cristo Rey soltaron las cadenas sin esperar a ver lo que había debajo de aquella prenda de abrigo.  La Cofradía, que ni se había inmutado,  siguió cantando. “A las barricadas, a las barricadas...” El Gudari Algo Beodo se sirvió otro patxarán y se sonrió.

Maguisa y El Charro llegaban a la suite de El Charro en el Palace. Al entrar,  El Charro llamó a recepción para advertirles de que en vez de una botella de Gran Reserva Ex Vite Brut de Llopart, que subiesen tres. Maguisa se quedó mirándolo. “Sí, Maguisa, yo bebo de tres en tres botellas. Fue una costumbre que adquirí, en París, después del fracaso de la experiencia revolucionaria de Mayo del 68, el principio del fin de la utopía. Una costumbre que ya me parece algo tan mío como el color de mis ojos. ”Maguisa, tienes cara y risa de pilla ¿En qué estás pensando?“ Te lo voy a decir, Charro. Yo también tengo una fijación con el número 3. Por esa misma época, mayo del 68, Fellini llegó por primera vez a La Palma. Al viejo aeropuerto de Buenavista lo fue a buscar  un taxista llamado Nelson Niño Bueno. Fellini decidió que Niño Bueno le bajase el equipaje al Hotel Patria, y él, hacerlo caminando por el Camino de La Cuesta. Al llegar a la altura del Campo de Deportes, yo, que me había tumbado a un Ejército de Jabatos, me disponía a ir al Parque de las Monjas, siempre a sitios algo alejados y donde hubiese poca luz, cuando me encontré con Fellini, que me dijo que si le podía explicar cómo se iba al Patria. Le dije que lo acompañaba. Se acercaron a mi tres adolescentes, el más avieso de ellos me preguntó que si los dejaba follar conmigo. Para sacármelos de encima les respondí que con ellos no porque la tenían chica. Él no dudó en decirme que si me parecían chicas las de ellos, me lo podían hacer con la de los tres al mismo tiempo. Yo me reí de aquella ocurrencia de aquel adolescente. Dejé a Fellini en el Patria, me dio quinientas pesetas y me dijo que me invitaba a cenar al día siguiente. Cuando llegué a Las Monjas ya me estaba esperando otro Ejército de Jabatos. Algunos venían a repetir, yo ya estaba acostumbrada a ello, a que algunos de los jabatos eran de segundo y tercer plato, que podían comer en la Grúa del Muelle, El Callejón de Reyes o Los prismas de Las Explanadas. Más o menos a la altura de la mitad de aquella cola de jabatos le tocó el turno a aquel avieso adolescente al que estuve  a punto de volver a decirle que él no, porque la tenía pequeña. El ya tenía los pantalones bajados y estaba empalmado. Es el miembro mayor que he visto en mi vida, Charro ¡Y mira que he visto! Le dije que no se fuese, que lo del Campo de Deportes había sido una broma. Desde ese día tengo esa fijación con el número tres, porque me hace recordar a aquellos tres adolescentes, y a aquel de ellos que la tenía del tamaño de la de tres adultos bien dotados”.

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