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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Enterrado en los ojos que un día besó (II)

Miguel Jiménez Amaro

Os voy a comentar tres cosas relacionadas con el artículo de la  semana anterior. Una: el título real de aquel artículo, como el de este, es un poco más largo que como ha rezado. El digital La Palma Ahora no permite títulos de esas dimensiones. El título originario es: Enterrado en los ojos que en un día de muerte besó. Dos: el autor del artículo, Las Cosas Buenas de Miguel, tuvo un problema de insubordinación con uno de los personajes. Es lo que ocurre cuando se bebe absenta. Pudo bautizarlo como Holderlin, pero una vez puesto  el nombre, el personaje mismo quiso llamarse Hiperión, como la más famosa novela del escritor alemán. ¡A veces ocurren estas cosas con los personajes, se rebelan contra el autor, y si beben absenta, pues aún más! Y tres: ocurrió otro incidente más, mecanográfico este. Cuando Hiperión se encuentra en La Taberna de Chueca con Sor Ácrata, Diotima y su novio psicoanalista argentino, no es un novio, es una novia, Chavela.

Seguimos en la misma Taberna de Chueca, en el mismo día y a la misma hora. Sor Ácrata, Diotima y Chavela se van las tres juntas. Hiperión llevaba tanta absenta encima, además de empezarle las fiebres, que no se enteró de la partida de ellas, que lo volvieron a ignorar, como cuando entraron. Chavela acompañó a Diotima a la casa de sus padres. Se despidieron en el zaguán. Diotima antes de acostarse fue al baño. Mientras se limpiaba los dientes notó que en sus ojos había algo extraño. Se fijó más y le dio la impresión de que en ellos yacía enterrado Hiperión. Se fue a acostar quitándole importancia a lo que acababa de descubrir. “Será el Mibal Roble, ¡Como no estoy acostumbrada a beber!”. A la mañana siguiente, después de desayunar, se volvió a limpiar los dientes, y el espejo le devolvía la misma imagen que la noche anterior, Hiperión sepultado en sus ojos. “Será el poco de resaca que tengo por el Mibal Roble, ¡Como no estoy acostumbrada a beber!”. Se puso a estudiar hasta la hora de ir a clase. Esta vez, como tenía prisa, se limpió los dientes sin mirarse al espejo. Llegó al aula. Ella se sentaba en el primer banco. La primera clase era con Sor Ácrata. Sor Ácrata antes de sentarse se acercó a ella y le miró los ojos. Intentó callarse, pero no pudo. “¡Tienes a Hiperión muerto en tus ojos!”. La compañera de pupitre le miró los ojos. “¡Es verdad!”. El resto de los compañeros se levantó de sus asientos e hizo lo mismo. Todos los alumnos vieron a Hiperión  enterrado en los ojos de Diotima. La directora del instituto, que se había acercado para hacer unas notificaciones, vio en sus ojos lo mismo que toda el aula, a  Hiperión muerto. Diotima empezó a llorar, cogió sus libros y salió corriendo fuera del instituto. Fue a La Taberna de Chueca para enterarse si Hiperión estaba muerto o no. Los camareros le dijeron que la noche anterior lo había tenido que venir a buscar su padre porque le entraron unas fiebres y estaba inconsciente. “¿Pero está muerto o no?”- les volvió a preguntar enseñándoles sus ojos-. Los camareros enmudecieron. Uno de ellos dijo: “Anoche estaba vivo, pero hoy aún no ha venido”.

Diotima no se atrevió a ir a  casa de Hiperión para preguntar por él, ni a llamar por teléfono. Recorrió medio Madrid caminando, el Madrid por el que pasearon muchas veces ellos dos juntos. Llegó a su casa al filo de las doce de la noche. La estaba esperando Chavela en la acera. Chavela, además de psicoanalista argentina, era psicóloga del instituto, y no se sabe cuántas  titulaciones argentinas más tenía Chavela. Le comentó que la directora, una vez vio a Hiperión muerto en sus ojos llamó por teléfono al padre. El padre de Hiperión le dijo que mejor hablaban en su casa, que él la iba a buscar al instituto. La directora vio a Hiperión postrado en su cama. “¡Aquel chico, tan guapo y apuesto, lo que es hoy!”. Confirmó lo que al mediodía había visto en los ojos de Diotima, a Hiperión enterrado en vida. Pasaron al despacho del padre, y allí hablaron de lo que estaba ocurriendo en el instituto con Sor Ácrata, y de Hiperión y Diotima. La directora, al salir de la casa, quiso ver otra vez a Hiperión, sería la penúltima aún vivo. “¿Qué te ha pasado por la cabeza, hijo mío?”. Le volvió a decir al padre de Hiperión, que después de las cercanas vacaciones de Navidad habría una junta de profesores y luego una reunión con los padres de los alumnos. Bajaron las escaleras del edificio. Fueron hasta el coche y la llevó a su domicilio. Diotima le dijo a Chavela que no pensaba volver por el instituto, aunque no  le viniese bien, y que de ahora en adelante solo haría lo que no le viniese bien. Se despidió de Chavela y de todos sus títulos argentinos; los que se le conocían y los que no. Subió a su casa. La estaban esperando sus padres que la abrazaron y le miraron a los ojos. “¡Pero qué ocurrió hija mía! La directora nos llamó por teléfono y nos dijo lo de tus ojos, y que te habías largado corriendo del instituto”. Se fue a su dormitorio. Al cepillarse los dientes se miró en el espejo a sus ojos. Le brotó una leve amarga sonrisa.

Hiperión, en su convalecencia tuvo tres momentos de consciencia. El primero fue cuando su padre le preguntó si quería publicar los poemas que le habían traído los camareros de La Taberna de Chueca, devueltos sin leer por Diotima. Le respondió a su padre que sí, y le comentó el orden que debieran de llevar los poemas y algunas sugerencias más. El padre hizo todo lo posible para que el libro se publicase antes de que muriese. El segundo momento ocurrió cuando fue llevado al Ateneo, a la presentación de su libro, en silla de ruedas, sondado y con respiración asistida, el veintiocho de diciembre. El tercero os lo comentaré en el próximo artículo la semana que viene.

Hiperión reconoció a todas  las personas que habían llegado al Ateneo. Los camareros de La Tasca de Chueca. Los barrenderos. Los universitarios que al salir del Comunista se liaban porros debajo de la primera farola, con los que acabó trabando amistad después de la primera noche haberlos llamado ¡cobardes!; estos muchachos  esperaban todas las noches a que él pasase con un porro liado para que se lo fumase en la cabina telefónica, a donde lo acompañaban, y, con las puertas de la cabina abierta, se sentaban en el suelo a escuchar hasta el amanecer los poemas de Hiperión, que aún no se sabía a quien se los recitaba. Recordó a la directora del instituto, los profesores y los alumnos. Su padre fue quien presentó el libro. Empezó hablando del complejo de Peter Pan, las personas que no crecen emocionalmente; del personaje del vanidoso en El Principito; de la absenta y los poetas llamados locos; y finalmente de la muerte como escapatoria o puerta de salida a las personas que entran por la puerta de la locura, del infierno y la demencia. Los cuatro  temas los repartió con ternura, belleza, y sabiduría. Hiperión, que no perdía pizca de atención a las palabras de su venerado padre, se afirmaba en  cada una de ellas con un mayor deseo de morir pronto. Sentía que solo la muerte lo podía liberar de aquel sin vivir. Una vez que su padre terminó con la presentación, Hiperión leyó aquellos poemas que más reflejaban su estado de ánimo, los dedicados a la muerte como liberación de sus tormentos. Los leyó al público del Ateneo y volvió a quedar inconsciente.

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