Espacio de opinión de La Palma Ahora
La industria del alma
El paro es el problema y el empleo la solución. Bien. Todos de acuerdo. El tema es cómo, en estos momentos de depresión colectiva, se generan puestos de trabajo para combatir o, al menos, paliar la referida lacra social. Hasta ahora, salvo buenos propósitos, no he oído nada concreto, serio y razonable para solventar la compleja cuestión.
El último boom de colaciones laborales se produjo con el auge y expansión del devorador ladrillo iniciado a finales de los años noventa del pasado siglo (gobierno del PP) y concluido estrepitosamente, con el formidable descalabro del sistema, en 2007, con el PSOE en el poder. Aquellos polvos de la especulación basados en una insostenible economía de crecimiento continuo nos trajeron los lodos de la actual recesión.
Uno, para superar con garantías de futuro el crítico socavón en el que nos han hundido unos nefastos gestores, en su ingenuidad, apuesta por la industria del alma, como la denomina la consejera de Patrimonio Histórico del Cabildo de La Palma, María Victoria Hernández. O sea, la industria basada en la educación, la cultura y el conocimiento. Esta debe ser la alternativa prioritaria para sacarnos del atolladero en el que nos han metido las ansias de riqueza desmedidas y el consumo sin control ni sentido común.
La industria del alma puede crecer de forma permanente y, al contrario que la otra -la especulativa-, incrementar el progreso y el estado del bienestar de manera equilibrada y armoniosa sin dilapidar el legado de todos. Es inagotable y, sobre todo, mientras más se consume, más se prospera.
Los dirigentes del Partido Popular, ahora, a nivel nacional, en el machito de la piel de toro, no paran de recordar que, cuando en el año 1996 tomaron las riendas del Gobierno de España, cogieron al país, al igual que ahora, con una economía en estado comatoso y, sobre todo, con una dantesca tasa de desempleo. Se jactan diciendo que, en poco tiempo, gracias a la gestión que llevaron a cabo, la redujeron a niveles históricos.
Pero interesadamente olvidan que, entonces, el Estado contaba con patrimonio más amplio y cotizado. En concreto, no se había vendido Telefónica ni Iberia, entre otras empresas públicas de alta rentabilidad y saneados dividendos. Tampoco se había abierto la espita de la calificación del suelo urbano para construir a tutitplén. Ese modelo del que algunos conservadores se vanaglorian y amagan con resucitar, además de consumir y arrollar importantes recursos naturales, originó la nefasta burbuja de cemento. Los socialistas, bien es verdad, cuando llegaron al poder en el 2004, se sumaron al festín y ni la pincharon ni adoptaron medidas para acabar con el nefasto espejismo que tanto estragos está provocando.
La fórmula para volver a salir del presente agujero, a tenor del boquete oscuro en el que la otra nos ha metido, debe ser completamente distinta. Es decir, aunque el parque tecnológico no sea la panacea completa contra la depresión económica que arrastramos, todo lo que se haga por conseguir un polígono para empresas del conocimiento, será bienvenido.
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