Espacio de opinión de La Palma Ahora
La Pantera Rosa
Queridos amigos míos:
He sentido durante casi toda mi vida que nunca he logrado bajarme de la guagua que siendo niño tomé con mi familia para regresar de Fuencaliente a Santa Cruz; en la que me iba preguntando que qué era estar loco, pues sigo haciéndome la misma pregunta: ¿Qué es estar loco? Y siento que nunca me podré bajar de esa guagua en el resto que me queda de vida. El mundo de la locura es como el Universo, que cuanto más se sabe, mas queda por saber. Las últimas teorías del Universo señalan a que este infinito Universo nuestro, que creíamos hasta hace unos segundos, que es único, solo, es un infinito universo, dentro de tantos otros infinitos universos. Las locuras que conocemos, solo, son una, dentro de otras tantas.
A mi madre le gustaba salir por la noche, después de cenar, a dar un paseo con sus dos hijos y un sobrino, niños aún. Los días que había barco, nos acercábamos a verlo salir. El puerto era oscuro, de adoquines, farolas de poca luz polvorienta, y salitre. En la escalerilla del barco se colgaba una saca de correos en donde se podían dejar las cartas. A mi madre le gustaba más este ritual que el de depositarlas en el edificio de Correos (tenía sus buenas razones para ello). Aquella noche, el barco que zarpaba era el Plus Ultra; en él, mi abuelo se iba para Tenerife; en la escalerilla me dice que si quería ir con él. Yo iba con mi abuelo a cualquier sitio que él me dijese. A la mañana siguiente estábamos en casa de mi tía Isabel, que vivía pegado al manicomio. En ese viaje supe algo más de los locos, que no solo vivían en un cuarto oscuro de sus casas, atados, si no que tenían en Tenerife una casa mucho mayor. Luego, me enteré que en el Plus Ultra había otro loco, pero asesino este, lo más probable entre la tripulación, que hacía desaparecer mujeres; creo que dos de ellas fueron palmeras, y de familia que tenían algo que ver con la calle Garachico (¿son los locos asesinos?). Nunca se ha aclarado este enigma del Plus Ultra.
Cuando ibas al colegio, había días en los que tenías que ir con alguien mayor, o no ir, porque Armandito El Loco estaba suelto; una vez secuestró a un niño, eso se dijo, y lo tuvo encerrado por días en una cueva (¿ser loco es secuestrar niños?) . Había otro loco en aquellos años, Risal, este lo era por un dolor existencial muy hondo, no sabía él si de muy pequeño, cuando se murió uno de los hermanos gemelos, había sido él, Risal, o su hermano, el fallecido; duro vivir con una duda de esas durante toda tu vida (¿qué es ser loco, dudar, tener un dolor existencial?). María Rujina, que vivía llena de gatos, en los bajos de la casa que está pegada a la que fue del Mensajero, dando para la Avenida Marítima, también estaba loca; lo peor que se le podía decir era llamarla Siete Gatos (¿ser loco es tener siete gatos?). En frente de mi casa, pero dando para la calle Real, vivía Doña Lola Carmona, encima de la Barbería de Juanera, el barbero tenor, al que no paraba Doña Lola de preguntarle por la hora que era, aún teniendo Doña Lola el reloj de la plaza enfrente a sus ojos si se asomaba a la ventana; Juanera, primo lejano mío, desesperaba alguna vez con Doña Lola Carmona (¿ser loco es preguntarle muchas veces seguida la hora a Juanera?). Doña Lola, la del Kiosco de La Alameda, pasaba todos los días, por dos veces, por delante de casa, y las dos, tocaba la aldaba de la puerta para saludar; era pariente lejana de mi abuelo; no había cosa que pusiese más rabiosa a Doña Lola que le preguntasen por el martillo de enderezar cristales, hasta escupía (¿ser loco es que no permitas que quieran tomarte el pelo?).
En el camino al colegio tenías que pasar obligatoriamente por delante de la casa de La Pantera Rosa. La Pantera Rosa tenía un perro que se llamaba Cantinflas. No sé si lo hacía adrede o no, pero Cantinflas estaba suelto a la hora de pasar los niños al colegio, y nos corría atrás. Escuché decir que La Pantera Rosa estaba loco, y pensé: “¿Estar loco es estar como estaba Cantinflas, rabioso?”. Cantinflas nos producía miedo, La Pantera Rosa también. La Pantera Rosa era hijo de una señora muy religiosa que de vez en cuando venía a hacer una visita a mi familia, y que se suicidó tirándose al patio de su casa desde un pasillo en lo alto; su padre, el de La Pantera, recuerdo irlo a ver a su casa, con mi madre, murió en su cama con las dos piernas amputadas. La hermana de La Pantera Rosa era guapísima y tremendamente femenina; murió de una enfermedad extrañísima que le redujo su bello cuerpo a menos de la mitad de su tamaño. Tenía tres hermanos más, dos de ellos con su mismo mal, la locura. Han muerto todos, menos uno, al que la locura no le afectó (¿ser loco es no poder con las adversidades?). ¡Parece una familia marcada por la tragedia!
En el año 74, un amigo de un pueblo de Toledo, que llegó a pasar varias veces unas semanas en Santa Cruz, quedó impresionado por la hondura de La Pantera Rosa, cuando lo vio por primera vez, como luego leeréis, de su propia letra, en los renglones que siguen; y me pidió que en nuestra correspondencia le transmitiera lo que yo sentía, pensaba, sobre el que iba a ser el personaje de su novela. Yo, a mis amigos, no sé decirles que ‘no’.
Cantinflas murió, como nos ocurre a todos, creo que unos pocos años después de cuando son estos recuerdos; dejó de molestar niños. La Pantera Rosa, murió también, a finales de los setenta, en una casa que la familia tenía en Breña Baja. No molestó nunca a nadie, al contrario que Cantinflas, paseaba, fumaba sin parar, no se relacionaba, iba al Club Náutico a leer, jugar al ajedrez, a asomarse a la mesa del billar francés, y, cuando bajaba por las escaleras, se observaba en uno de los dos inmensos espejos colgantes, cosa que hacía como alguien que se viese distinguido. ¿Y por qué no podía ser distinguido? ¿por qué la locura no puede ser alguna señal de distinción? ¿Por qué no puede ser el loco alguien agraciado por los dioses, con una visión y comportamiento distintos de los otros seres humanos? Mi amigo toledano murió también, dejó inconclusa su novela; yo guardo, entre otras muchas cosas de él, unas observaciones que me escribió sobre sus intentos de escribir la novela. Os dejo con ellas, por si os interesa. Este texto, como el del ‘Viejo Bill Faulkner’, creo que debe de estar abierto a los ojos de quienes más quieran leerlo:
“Estoy concibiendo un relato, no sé exactamente si se trata de una novela o de algo formalmente nuevo, cuyo objetivo está explicito en sus títulos: ‘Penetración en un paisaje’. Un cirujano llega al fondo de la vida abriendo un agujero de muerte, tal es el símil que mejor puede orientarte dentro de mi concepción formal de esta historia. Necesito pues, para penetrar en ese paisaje, para llegar a sus rincones ocultos (que son los que interesan) donde se originan sus peculiaridades humanas, un bisturí. Pero ¿qué mejor bisturí que la mirada de un loco? Hay dementes iluminados, gallardos, proféticos, cuyos ojos agujerean la materia que les rodea. Las vinculaciones entre el genio y la locura son viejas y entrañables: Strindberg; Freud; Van Gogh; Hölderling; Lenormand; Von Kleist; Nietzche; Modigliani; Rimbaud; y tantos otros, son genios dementes. Pero su ejemplo no nos vale. Vale, en cambio, para nosotros, españoles, el turbio enigma de un hombre anónimo, con la mirada exaltada y penetrante. Me interesó de ese hombre, antes que ninguna otra cosa, antes incluso que su fascinante aspecto, su desdén, una especie de ironía implícita con que parecía contemplar, desde su vacío, el vacío mismo de la Isla. Intuí que se trataba de un loco que, de alguna manera, era un producto peculiar de un paisaje y, sin embargo, una ruptura violenta con ese paisaje del que parecía emanado. Desde hace tiempo busco un medio de ‘narrar la naturaleza’= descubrir los secretos corrientes que proporcionan a un paisaje, a un lugar, la categoría de ‘conducta’. Y comprendí que mi ocasión para alcanzar este objetivo estaba ahí, en La Palma; y urdí una leve historia, una mañana, paseando solo por una de vuestras playitas negras. Fue en principio, una intuición que, poco a poco, ha ido adquiriendo volumen y claridad. Se trata de descubrir la historia de una roca habitada, y aparentemente pacífica, vista a través de la mirada de un perturbado indiferente y desdeñoso, que contempla a esa roca como un todo, como un ser vivo e independiente, dotado de biografía propia, de gestos propios, de vida anímica propia. Será una historia sin personajes, sin individuos, poblada de sombras y de ecos, de formas huidizas que entran y salen en una conciencia que las ordena (el loco) y se relaciona de tú a tú con ellas. Es la vieja hipótesis de un paisaje vivo, que la literatura abandonó hace siglos, con la épica antigua, pero que considero que es indispensable (para mí, al menos, en cuanto escritor) reconstruir desde cero. Si algo me sale de todo esto, será un poema épico, más o menos novelado, en el que los protagonistas serán ‘las luces fugaces del puerto’, las ‘playitas negras y angustiadas’, los ‘brezos garafianos’, las rocas vomitadas, los polvorientos caminos de Aridane, la propia estela fantástica de las islas a la deriva=como ves, todo un arsenal de imágenes mitológicas que pienso reconstruir poco a poco, en una especie de relato circulatorio, sin principio ni fin. Veremos que sale.
La principal dificultad que encuentro es que la necesidad de narrar un paisaje invierte muchos de los métodos tradicionales y me obliga a prescindir de anécdotas de personajes y de situaciones, para buscar otras vías de acceso más sutiles, impuestas por el objeto narrado: la conciencia-espejo de un loco contemplativo frente a un mundo sin tiempo, sin evolución, distendido e identificado con la tierra: una humanidad hecha paisaje. El loco llama a esto ‘migraciones minerales’ y en realidad se define a sí mismo como un hecho de la naturaleza y no de la historia. De esto se trata: de un mundo fuera de la historia, convertido en paisaje. El protagonista de mi relato, su materia, es la mirada, y por consiguiente, la quietud.
El relato quiere ser una experiencia del vacío y del dolor. Ambas experiencias, en sí mismas, son estúpidas y embrutecedoras, pero la creación es la posibilidad de convertir al vacio en algo y al dolor en alegría. Esta posibilidad es lo único que nos permite escapar de los tratados de zoología. El tema del relato es ‘la inminencia de una catástrofe’ que nunca llega a ocurrir. Se trata, en definitiva, de encontrar, por debajo de la conciencia disociada, en los rincones de la perturbación y de la violencia, la vía de acceso a una forma de inteligencia del mundo=la ‘migración mineral’ (imagen de las corrientes de lava, de la catástrofe), como reflejo de una autonomía de la naturaleza respecto de la historia. Todo esto es abstracto, pero nuestro amigo el loco me ayudará a hacerlo concreto, sencillo y humilde“.
Queridos amigos, ahora me vuelve a tocar la pluma a mí. De eso creo yo que se trata la vida, como la creación, al igual que mi amigote, que mi hermano Ángel, “de convertir al vacío en algo, y al dolor en alegría”.
Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior.
Las Cosas Buenas de Miguel