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Post-política comunicativa

Irina Betancor Almeida

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El ciclo de policy-making vive una transformación estructural determinada por la importancia cada vez mayor de la capacidad de seducción del electorado, en detrimento de la parte estratégica destinada a la transformación de las demandas sociales en out puts. En el contexto de la crisis de legitimidad de las instituciones democráticas, notablemente de los partidos políticos como estructuras de poder cada día más alejadas de los problemas de la mayoría de la población, cabe cuestionarse la necesidad de despolitizar la política. La batalla de las campañas electorales ya no se juega en el Parlamento, las largas intervenciones y los discursos de respeto, las metafóricas alusiones y los saludos históricos forman parte de un imaginario colectivo en el que la altura política venía determinada por hombres de la talla de Adolfo Suárez e, incluso, de Juan Negrín.

A día de hoy Facebook o Instagram concentran un porcentaje cada vez mayor de los esfuerzos de campaña, priorizando los gabinetes de comunicación de los partidos a las bases ideológicas del desarrollo programático. El ejemplo paradigmático de esta situación se puede analizar a partir del crecimiento mediático del partido de extrema derecha Vox en un corto periodo de tiempo. La cuenta oficial de Instagram de Vox ha alcanzado nada más y nada menos que un volumen de seguidores de 349.000, con una evolución que queda plasmada en el aumento de likes en sus publicaciones. En este sentido, en mayo de 2017 las publicaciones de la formación tenían un feedback positivo que alcanzaba los 289 likes. Menos de dos años después, Vox cuenta con un volumen 36.153 likes en una de sus publicaciones recientes.

La velocidad se ha convertido en eje principal de las sociedades de la información industrializada, siendo un elemento central a la hora de hacer acopio de votos. El partido que reacciona antes ante una polémica será beneficiado por los algoritmos que distribuyen el posicionamiento del contenido en las redes sociales. La política a golpe de tweet que funcionó como eje central de la campaña a las elecciones presidenciales de Donald Trump es, a día de hoy, la estrategia comunicativa que impera en las democracias occidentales. La democratización del conocimiento ha devenido en la erosión de uno de los fundamentos de la democracia como sistema político: el derecho a información veraz. Difícilmente podrá una ciudadana media compaginar una jornada laboral de 8 horas con un examen exhaustivo de la realidad política en la que vive inmersa, si antes debe llevar a cabo un filtrado de contenido al que está expuesta a partir de la selección minuciosa de los patrones ideológicos del individuo a través de su huella digital.

Ahora bien, la revolución de la política digital está instaurada en el sentir democrático y popular, soslayando la necesidad de replantear la responsabilidad colectiva respecto a la calidad de la información. En este contexto, la respuesta partidista es clara: adaptarse o morir lentamente. La instrumentalización de las vías comunicativas es el medio para un fin notablemente electoralista que escapa del espacio temporal previo a la celebración de comicios. La política de la campaña constante desmoviliza a los electorados, ahogando al ciudadano en un sinfín de mensajes contradictorios, al tiempo que enjaula la capacidad programática de los partidos que se ven abocados al desarrollo instantáneo de soluciones para los problemas que se encuentran en la cúspide de la dinámica del ciclo de atención.

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