La portada de mañana
Acceder
Feijóo se alinea con la ultra Meloni y su discurso de la inmigración como problema
Israel anuncia una “nueva fase” de la guerra en Líbano y crece el temor a una escalada
Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

Fuerza, La Palma

0

Siempre que llega el periodo estival llega a mi cabeza esa frase tan típica de mi abuela que dice: “Le tengo miedo a agosto porque es fuego”. Debo reconocer, que este mes se está convirtiendo en el gran estigmatizado del verano por las insufribles olas de calor que han venido azotando nuestra vida diaria en los últimos años. Y, ciertamente, es el mes del fuego en todos los sentidos.

Las altas temperaturas que se han alcanzado este año, hasta 47 grados para ser exactos, ha sido el factor principal junto a las ráfagas de viento de hasta 74 kilómetros por hora  para iniciar una catástrofe que  nunca antes había ocurrido en la isla; un incendio que afecta a la zona urbana y rural de los municipios de El Paso y Los Llanos de Aridane, acabando con casas, negocios y coches de una manera veloz y despiadada.

Ni una hora tardó en llegar el fuego que encontré a mi paso cuando me disponía a bajar por uno de los atajos que conectan el campo de fútbol de El Paso hasta el Camino Los Dos Pinos, zona en la que resido y en la que habitan principalmente  personas mayores; entre ellas, mi abuela y otros familiares de edad avanzada que se paralizaron cuando vieron el fuego cerca, imposibilitando su reacción. Esa frase tan repetida pronosticaba el episodio que estábamos viviendo.

La huida para escapar de las llamas con los más vulnerables fue la gran odisea, digna de una buena película de terror. Gestionada por los más jóvenes tirando de ellos con el rostro desencajado y abrumados por el impacto para no ser pasto de las llamas, porque nadie, absolutamente nadie estaba allí ni se preocupó de desalojar la zona, afectando gravemente a algunos mayores con problemas serios de cadera que permanecían inmóviles y no tenían a dónde ir.

Después de refugiar a los más vulnerables donde pudimos, se intentaron sofocar las llamas con mangueras y baldes con la gran ayuda de los vecinos y de otros voluntarios que se acercaron al lugar para intentar salvar nuestras casas. Y después de un día largo y complicado, una noche aún más larga. Sin desviar la vista de los rescoldos y respirando cenizas a 40 grados de temperatura.

Mientras, en el refugio asignado para cada uno de nuestros vecinos mucha impotencia y desolación. Incertidumbre y miedo; sobretodo, mucho miedo.

Preguntas que no sabes responder, porque ante los ojos tristes no hay respuestas ni consuelo. Solo mucha tristeza y ganas de abrazar, pero ni siquiera eso, porque este infernal Covid no nos lo permite.

El Valle ahora luce una desoladora estampa, pero no se ha cobrado ninguna vida y eso da esperanza. No es fácil, porque se han ido sueños construidos durante años en forma de hogares, fincas y otras pertenencias materiales, pero seguimos aquí; gracias al gran esfuerzo de todos los cuerpos que trabajan en las labores de extinción y a los vecinos y voluntarios que han estado al pie del cañón para que este fuego se pare lo antes posible. Una labor, definitivamente impagable, y un agradecimiento desde mi postura y desde la de mi gente más cercana, infinito.

Todas esas horas de incertidumbre también han servido para esto. Para pedirle a la gente que sea responsable y no tire colillas en nuestro entorno. Ya bastante contaminado está y el calentamiento global se va acercando cada vez más poniendo nuestras vidas en peligro. También, me parece justo y necesario que todos esos héroes de uniforme y sin él, tengan su agradecimiento en este medio, porque se juegan la vida sofocando contigo esos últimos suspiros de aliento por tanta incertidumbre y desolación. Buscando ser tu mejor apoyo en esos terribles momentos donde el fuego no da tregua. Y sobre rescoldos, más agua y más lágrimas, porque en realidad no sabes qué va a pasar después y lo ves todo perdido.

Siempre hay una primera vez. Nunca había pasado el temido fuego tan cerca. Pero ahora que lo he tenido enfrente, le he susurrado al oído que esta Isla nunca dejará de ser bonita por mucho que se empeñe en acabar con ella.

Gracias, desconocidos y conocidos seres de agua, no sólo por toda la que transportaron para poder sofocar el fuego, sino por los sentimientos que están inmersos en este elemento que le ha podido devolver la ilusión a nuestros vecinos.  Por fortuna, para muchos ha quedado sólo en un susto y en algunas pérdidas materiales, pero para otros que no han podido batir al enemigo ni con toda la ayuda del mundo, mucha fuerza. La tristeza también se puede vencer para fabricar nuevos anhelos. Y espero con ansias que esos sueños rotos se vuelvan a construir lo antes posible con la ayuda que ha prometido nuestro Gobierno.

Fuerza mi Isla Bonita.

Beatriz Gómez, escritora y redactora periodística

Etiquetas
stats