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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Don Marcos y José Agustín, 'los últimos' del mirador de Tajuya

Visitantes llegan al mirador de Tajuya para fotografiar el volcán

Efe

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Marcos Armas y José Agustín Toledo pueden ser los últimos de Tajuya, en La Palma, el mirador que hasta hace pocas semanas era el principal punto de vigilancia para las personas evacuadas de sus viviendas por la erupción volcánica y que ahora es el mejor punto de observación para los turistas que cada día llegan a la isla.

Este lugar, ubicado en el municipio de El Paso, se ha convertido tras la erupción volcánica que comenzó el pasado 19 de septiembre en Cumbre Vieja en el punto de encuentro para los evacuados, que se acercan para conocer el avance de las coladas de lava, y que temen -y lloran- por sus propiedades en peligro. Ahora, el mismo emplazamiento es un lugar al que las guaguas turísticas trasladan a los cruceristas recién llegados a la isla y en el que periodistas y fotógrafos copan los mejores puntos de observación.

Pero dos figuras son habituales, día tras día, madrugada tras madrugada en la plaza de la iglesia de la Sagrada Familia de Tajuya, y son las de don Marcos Armas y José Agustín Toledo “el panameño”, ambos desalojados y, en el caso del primero, con su vivienda bajo la lava en lo que antes era Camino Cumplido.

Don Marcos y José Agustín Toledo son vecinos del Valle de Aridane y conocían perfectamente las calles, huertas, bodegas y casas de amigos y conocidos de barrios que ahora han sido arrasados por las coladas, y dedican gran parte de su tiempo a recordar y ubicar todo lo que había antes y ya no está.

“Todo lo que antes era verde ahora es negro”, comenta con serenidad don Marcos.

“Vengo casi todos los días porque me gusta ver cómo va la cosa y así informo a unos familiares que viven al otro lado de la isla y tienen casa cerca”, relata don Marcos, quien añade que tampoco “tiene uno mucho más que hacer”.

La constancia de sus visitas, siempre a la misma hora de la mañana, permite a don Marcos opinar sobre el estado del volcán: “Yo creo que cada vez está peor por lo que se aprecia desde aquí, una cosa es verlo en televisión y otra cosa es verlo en persona diariamente.”

José Agustín es vecino del barrio de Tajuya y, cada vez que surgen coladas por la cara norte, su casa, por ahora a salvo, corre el riesgo de engrosar las cifras de más de 1.200 edificaciones residenciales que se ha llevado el volcán, según cifras del catastro.

“Ahora mismo estamos aquí y la efusión del cono secundario, como dicen los entendidos, cada vez está más fuerte, por lo que la colada puede provocar más daños todavía”, apunta José Agustín.

Al escuchar hablar a estos señores se es consciente de cómo palabras como efusividad, estromboliano y tremor, o el análisis de lo alto y ancho de las coladas y los riesgos que ello conlleva, han calado en el vocabulario de los habitantes de La Palma, y se usan con total naturalidad.

Para José Agustín nadie conoce mejor lo que es un volcán y cómo adaptarse a las erupciones que el pueblo palmero, que ha experimentado tres erupciones en 72 años y él ha trabajado el malpaís para reconvertirlo en terreno agrícola, de platanera y viñedo.

La reconstrucción de la isla ya está en la mente de José Agustín, que propone aprovechar el potencial turístico de esta nueva erupción y sus tubos volcánicos, tal y como se ha hecho con el volcán de San Juan, todo ello con el objetivo de “sacarle beneficio para las generaciones futuras”

Don Marcos Armas, en cambio, se conformaría con poder dejar su residencia provisional en Los Llanos de Aridane por “una casita con dos celemines de tierra” en la que poder cultivar y pasar el tiempo lejos de lo que él denomina “vicios de la ciudad”.

José Agustín y don Marcos son los últimos de Tajuya, conocen como pocos el volcán y lo que había antes de su aparición, lo han sufrido y lo sufren, y, como todos, desean que esta emergencia acabe cuanto antes. 

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