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Los guadraos de Fuerteventura: expolio material y léxico

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Todo el mundo sabe que la transición democrática supuso un antes y un después en la recuperación y protección del patrimonio material (edificios, yacimientos arqueológicos, espacios naturales, caminos, gastronomía…) e inmaterial (folclore musical, juegos infantiles, literatura, pintura, paisajes, lengua hablada, lenguajes silbados…) de nuestro país. Siguiendo el mandato de la Constitución del 78, que tanta importancia concede, como no podía ser de otra manera, al patrimonio cultural y lingüístico y a la memoria histórica de nuestros pueblos, ayuntamientos, cabildos, diputaciones provinciales, gobiernos autónomos y gobierno nacional han invertido ingentes cantidades de dinero público en la recuperación, conservación y difusión del patrimonio local, regional y nacional, a través de las tantas instituciones (ministerios, consejerías, concejalías, departamentos culturales, etc.) creados para tal fin, que no han parado de organizar congresos, jornadas o talleres de trabajo, para estudiar sus peculiaridades, realizar exposiciones, para mostrar públicamente sus materiales, programar conciertos y actos folclóricos, para dar a conocer los aires musicales del pueblo, promover la publicación de libros, para analizar y divulgar su historia, sus instrumentos y sus tradiciones, o restaurar sus cuadros, edificios, etc., para salvarlos de los efectos devastadores del tiempo. 

¿Quiere esto decir que con el trabajo hecho hasta el momento presente se ha cumplido cabalmente con el mandato constitucional? Evidentemente, no: aún queda mucho camino por recorrer. Concretamente en Canarias, en particular, uno de los sectores que sigue demandando una atención especial es el habla insular, pese a los esfuerzos que ha hecho nuestro Gobierno autónomo en favor de su protección y difusión, con su inclusión como seña de identidad en el Estatuto de Autonomía, la creación de la Academia Canaria de la Lengua, la organización de ciclos informativos sobre el tema en nuestros establecimientos educativos, su incorporación en los currículos de los estudiantes y su promoción dentro y fuera de la región. Y especial cuidado hay que poner en este sector del patrimonio porque, al depender de una facultad natural de la gente, casi como un órgano sensorial más, como los ojos o los oídos, la forma de hablar del pueblo, que es la base de su identidad, suele pasar inadvertida. 

Pondré un ejemplo concreto, de los muchos que podrían traerse a colación, para demostrar hasta qué punto ignoran los ciudadanos más incautos y no poca de la gente que nos gobierna la enorme importancia que tienen las palabras en la identidad insular. Hace ya algún tiempo han emprendido el ayuntamiento de La Oliva y el cabildo de Fuerteventura una campaña informativa y sancionadora para proteger ciertas piedrecillas calcáreas de color blanco (llamadas por los pescadores de la isla guadraos o anises) que se encuentran en determinadas playas y fondos marinos de la isla de la rapiña de majoreros poco respetuosos con su paisaje y de turistas desaprensivos, que no tienen el más mínimo escrúpulo de usarlas como adorno de exteriores de casas, decoración de interiores o souvenirs. No cabe la menor duda de que, si las autoridades insulares no hubieran tomado cartas en el asunto, este frágil elemento del paisaje costero de Fuerteventura estaría hoy en serio peligro de desaparecer, como ha desaparecido ya de otras partes del Archipiélago, como la isla de Gran Canaria, por ejemplo, donde era antaño abundante, hasta que a los grancanarios les dio por utilizarlas como cal para el blanqueo de las casas. Hasta aquí todo perfecto. 

Lo que no parece, sin embargo, tan bien es que se hayan trocado los nombres tradicionales de guadraos o anises, que son, como acabamos de señalar, los que ha usado tradicionalmente la gente de la isla (pescadores de Corralejo y El Cotillo particularmente) para designarlas, por el de rodolitos (del griego rhodes ‘rosa’ y lithos ‘piedra’), que es de origen científico, no popular. “Debemos seguir trabajando para conservar nuestro ecosistema natural. La presencia de rodolitos en viviendas demuestra que aún queda camino por recorrer”, decía un representante político de la isla en una entrevista reciente; “La Policía Local de La Oliva devuelve al litoral rodolitos de la famosa playa de palomitas, utilizados por varios vecinos como decoración en sus casas”, “Medio Ambiente y Policía Local recuperan rodolitos de diferentes propiedades del municipio y los devuelven al litoral”, “Cientos de kilos de rodolitos sacados de la playa de las palomitas se acumulan en el aeropuerto de Fuerteventura”, “Una iniciativa insta a frenar el expolio de rodolitos de El Cotillo, convertidos en souvenirs”, leemos acá y allá en la prensa local. Asimismo, rodolitos es el nombre que se da a los guadraos o anises que se muestran en la exposición que se ha instalado a la entrada del aeropuerto de Fuerteventura, con la finalidad de que los turistas tomen conciencia de la necesidad de su respeto y protección. Tal éxito ha alcanzado este tecnicismo intruso en la isla, que incluso lo encontramos ya formando parte del nombre de ciertos establecimientos turísticos, como los Apartamentos Casa Rodolitos, en Corralejo. 

Pero no es sólo la voz rodolitos quien amenaza la supervivencia de los majorerismos léxicos guadraos y anises, sino también las denominaciones metafóricas palomitas, roscas, confites o cotufas con que suelen designar ciertos turistas y periodistas forasteros estas singulares piedrecillas calcáreas. “Las ”cotufas“ o ”roscas“ de las playas de Fuerteventura, en peligro por el saqueo”, leemos en Canarias Ahora del 10 de noviembre de 2022; “Una pareja regala a los invitados de su boda un ‘saquito’ con las populares ”cotufas“ de Fuerteventura y desatan la polémica en redes”, nos informa el Diario de Avisos el 4 de diciembre de 2023. “Playas de las palomitas” (e, incluso, para ponerse a tono con los tiempos, “pop corn beachs”) llama la propaganda turística actual a varias zonas costeras alfombradas de guadraos o anises que se encuentran entre Corralejo y el Cotillo; particularmente, la playa del Bajo de las Burras, la playa de El Hierro, la caleta de Beatriz, y la caleta del Bajo de Mejillones. 

Evidentemente, nos encontramos ante un verdadero atentado contra el patrimonio lingüístico de Fuerteventura, pues ni denotativa ni connotativamente tienen nada que ver las voces que nos ocupan (rodolitos, palomitas, roscas, confites y cotufas) con nuestros guadraos y anises

Denotativamente, no tienen nada que ver porque, mientras que las formas guadraos y anises significan la referencia citada como “piedrecillas ligeras de superficie rugosa y color blanco que se encuentran en determinadas playas y fondos marinos y que suelen usar los pescadores de viejas como engodo”, como dice la Academia Canaria de la Lengua en el Diccionario básico de canarismos, la forma rodolitos la significa como “esqueletos de carbonato cálcico sintetizado por una especie de alga roja que habita las costas canarias a poca profundidad” y las formas palomitas, roscas, confites y cotufas, como ‘especie de piedrecillas parecidas a ciertas golosinas elaboradas a base de millo’. Para los pescadores majoreros, los guadraos o anises no tienen nada que ver ni con “esqueletos de carbonato cálcico” ni con dichas golosinas. Para ellos, se trata de meros materiales minerales de color blanco. Realmente, el pueblo majorero no sabe (ni le sirve para nada saberlo) que el origen de sus piedrecillas calcáreas se encuentra en determinadas algas marinas. Los conocimientos del pueblo llano no son conocimientos científicos, sino conocimientos prácticos, surgidos de su experiencia diaria en el medio natural que habita. 

Y, desde el punto de vista connotativo, tampoco tienen nada que ver las intrusas rodolitos, palomitas, confites o cotufas con las voces majoreras guadrao y anises porque la geografía, las funciones y los sentimientos que ellas implican son más o menos diferentes de los que implican estas. Mientras que las formas guadraos y anises tienen aire de voces íntimas o de casa, con evocaciones populares de mar y trabajo, precisamente por pertenecer el material que designan al paisaje más inmediato de sus usuarios y por haberse usado como engodo en la pesca de viejas, tan importante en Fuerteventura, en particular, como en el resto de Canarias, en general, la forma rodolitos tiene tufo de término científico y presenta evocaciones turísticas o de adorno, por el uso que se hace hoy del material que designa; la metáfora palomitas, aire de voz extraña, de voz formal, y evocaciones de cine, que es donde suele consumirse la golosina a que hace referencia; la metáfora roscas, aire de palabra de la tierra, sí, pero con evocaciones de golosina también, por su carácter figurado; la metáfora confites, también aire de voz forastera (concretamente, de Gran Canaria, donde, según nos dice Viera y Clavijo en su célebre Diccionario de historia natural de las Islas Canarias, designó antaño las mencionadas piedrecillas calcáreas, como pone de manifiesto el topónimo El Confital, aunque ya hayan desaparecido de la isla); y la también metáfora cotufas, como las anteriores, aire de voz intrusa, concretamente, propia de las Canarias occidentales, que es su ámbito de uso natural. El cambio de nombre no sólo altera lo que podríamos llamar el ecosistema lingüístico y cultural de la isla, donde palabras y cosas se encuentran íntimamente relacionadas, sino también su tradición idiomática, enraizada con Andalucía, de donde vino en particular la forma anises hace ya varios siglos. Del origen de la forma guadraos, nada podemos decir, porque no lo sabemos, aunque no es descabellado pensar que, a juzgar por el hecho de que se encuentre tan arraigada en las comunidades marineras de la isla, se trate también de voz muy antigua.

Analizada científicamente la condición semántica y formal de nuestras voces, muy difícilmente podrá decirse que haya razones objetivas para considerarlas menos dignas, poéticas y hasta musicales que las intrusas rodolitos, palomitas, roscas, confites y cotufas, cuya legitimidad en otros registros del idioma nadie niega. ¿Por qué van a ser más dignas, poéticas o musicales las expresiones “playa de palomitas” o “Apartamentos los Rodolitos”, por ejemplo, que “playa de guadraos (o anises)” y “Apartamento de los Guadraos (o los Anises)”? A mí personalmente me parece más poético guadraos que rodolitos, pero entiendo que, como soy parte interesada, mi opinión no tiene por qué contar.

Que haya representantes políticos que se refieran a las cosas de la tierra con nombres extraños o foráneos y no con los autóctonos suele deberse a dos razones distintas, a cual más grave: ignorancia y menosprecio de los nombres locales. Si las palabras propias no se emplean porque se desconocen, la actitud es grave por lo que ello implica de estar representados por gentes que ignoran la cultura del pueblo que los ha elegido. Y, si no se emplean porque se reputan inferiores a las de los extraños, la actitud es más grave aún, por lo que implica de estar representados por gentes que no estiman en lo que debieran las cosas de su pueblo. Tanto en un caso como en el otro, el daño que se hace al patrimonio en general es enorme, por cuanto el patrimonio no se encuentra nunca completo sin las palabras que lo designan, porque, como a todas las cosas del mundo, lo que da sentido al patrimonio son las palabras con que lo significa, denota y connota su comunidad portadora, para decirlo con terminología de la Unesco.

Por eso precisamente es tan grave que estén nuestras voces guadraos y anises siendo suplantadas en la actualidad por las extrañas y cursis rodolitos, palomitas, confetis o cotufas, con la complicidad de los propios majoreros. El expolio de las palabras es tanto más grave que el expolio de las cosas, porque es con palabras como damos sentido a las cosas. Hay que tener en cuenta que cada vez que desaparece una palabra de la isla, por muy humilde que esta sea, se nos muere un trocito de nuestra sociedad tradicional, exactamente igual que cuando se destruye un yacimiento arqueológico o se derriba un edificio histórico, porque Fuerteventura, lo que es la Fuerteventura de siempre, se encuentra simbolizada en la forma particular que tienen sus moradores de usar la lengua española, que es la que les han servido de vehículo expresivo durante más de seis siglos para construir el mundo de afanes e ilusiones en que hace camino para morirse. Por eso es tan importante la protección no sólo del patrimonio etnográfico, artístico, folclórico, monumental, arqueológico, etcétera, de la isla, sino también de su patrimonio idiomático, que deben respetar tanto los majoreros como los turistas que nos visitan y los nuevos residentes, esa ingente cantidad de foráneos que se ha afincado en las últimas décadas en ella y que será quien engendre parte de los majoreros del porvenir. Y más en los tiempos que corren, en que la globalización tiende a igualar todas las culturas del mundo en una forma de expresión única, puesta al servicio del mercado. Como nadie ignora a estas alturas de los tiempos, la única manera de escapar de la tiranía del capital es aferrarse a las culturas populares.

     

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