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El impacto de la violencia machista en la infancia
La violencia machista no es únicamente un atentado contra la integridad de las mujeres. Es también una forma de violencia estructural que atraviesa generaciones, dejando cicatrices profundas en la infancia. Esta realidad, aunque cada vez más visible, sigue infrarrepresentada en la agenda pública y en las intervenciones sociales, a pesar de que las evidencias empíricas confirman su magnitud y gravedad.
Infancia y violencia machista: una relación sistemática
Desde una perspectiva técnica, entendemos la violencia machista como cualquier acto físico, psicológico, sexual, económico o simbólico derivado de desigualdades de género y dirigido contra las mujeres. Sin embargo, su impacto sobre la infancia se manifiesta en dos planos; como violencia directa cuando niñas, niños o adolescentes sufren abusos, acoso, control coercitivo o violencia sexual en sus propias relaciones y como violencia vicaria o indirecta cuando los menores son testigos de la violencia ejercida sobre sus madres u otras figuras de referencia.
Ambas formas de violencia no sólo afectan al presente de la infancia, sino que configuran sus aprendizajes sobre vínculos, seguridad y poder, perpetuando patrones de desigualdad y riesgo.
Radiografía en España: cifras que interpelan
Los datos disponibles son contundentes. Según el informe Evolución de la violencia contra las mujeres en la infancia y adolescencia en España (2018-2022), de Fundación ANAR, 20.515 menores fueron atendidos por violencia machista en ese periodo, con 382.219 peticiones de ayuda. La violencia machista creció un 87% en cuatro años y la violencia sexual contra niñas y adolescentes aumentó casi un 40%.
Por su parte, la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, junto con la Universidad Complutense, estima que casi una cuarta parte de los menores (24,7%) han estado expuestos a violencia machista contra sus madres. Además, en 2023 se registraron más de 1.800 menores como víctimas directas asociadas a los casos de sus madres, un incremento del 32 % respecto al año anterior.
A esto se suma la realidad de los menores huérfanos por violencia de género: desde 2013, más de 1.800 niñas y niños han perdido a su madre por asesinato machista. Cada una de estas cifras no es un número: es una vida fracturada, un proyecto vital interrumpido y un desafío ético para el sistema de protección a la infancia.
Efectos sobre los niños, niñas y adolescentes (NNA): a corto, medio y largo plazo
La investigación nacional e internacional demuestra que la exposición a la violencia machista genera impactos profundos y multidimensionales en la infancia. En el ámbito psicológico, la infancia suele experimentar miedo, ansiedad, estrés postraumático y sentimientos de culpa o vergüenza que deterioran su autoestima y percepción de seguridad. Desde el punto de vista neurobiológico y conductual, son frecuentes las alteraciones del sueño, los problemas psicosomáticos, la regresión en conductas previamente adquiridas y la aparición de comportamientos agresivos o estados de hiperalerta permanente.
En el plano educativo, esta experiencia se traduce habitualmente en un descenso significativo del rendimiento escolar, absentismo, pérdida de motivación e incluso abandono de los estudios en los casos más graves. Asimismo, en el plano social y relacional, los niños, niñas y adolescentes pueden presentar dificultades para establecer vínculos seguros y tienden a reproducir, de manera inconsciente, patrones de dominación y desigualdad en sus relaciones futuras.
Estos efectos no constituyen simples consecuencias secundarias: suponen auténticas violaciones de derechos fundamentales, que van desde el derecho a la integridad física y emocional hasta el derecho a la salud, la educación y el desarrollo integral de la personalidad. Por ello, reconocer y abordar de forma temprana estos daños resulta esencial para garantizar una protección efectiva y romper el ciclo intergeneracional de la violencia.
Un problema estructural, no anecdótico
A pesar de la contundencia de los datos, el impacto de la violencia machista en la infancia continúa estando infradimensionado. Persisten barreras estructurales que dificultan su visibilización y abordaje integral. En primer lugar, la invisibilidad y la normalización siguen siendo un obstáculo central: muchas formas de violencia no son identificadas como tales por los propios menores ni por parte de las personas adultas, lo que diluye su gravedad y retrasa la intervención.
A ello se suma la baja denuncia, derivada del temor, la vergüenza, la falta de información y la dependencia económica o emocional, factores que refuerzan el silencio y el estigma. Incluso cuando las situaciones son conocidas, se evidencian deficiencias en la detección temprana en ámbitos clave como la educación y la sanidad, donde no siempre se reconocen a tiempo las señales de alarma.
Por último, la insuficiencia de recursos especializados agrava el problema. Los servicios de protección, la salud mental adaptada a menores, la acogida y el apoyo psicosocial presentan limitaciones de capacidad y acceso desigual. Esta combinación de invisibilidad, baja denuncia, detección tardía y falta de recursos mantiene a muchos niños y niñas atrapados en entornos de violencia, dificultando su recuperación y vulnerando sus derechos fundamentales.
Propuestas urgentes desde la experiencia
Para revertir esta situación y proteger de manera efectiva a la infancia, es imprescindible implementar cambios urgentes sustentados en la evidencia científica y la práctica profesional. La prevención primaria debe comenzar en la escuela, incorporando de forma transversal la educación afectivo-sexual, la igualdad de género y la resolución pacífica de conflictos para desmontar desde edades tempranas los patrones que sustentan la violencia machista.
Asimismo, se requiere formación obligatoria y especializada para el personal educativo, sanitario y judicial, de modo que sean capaces de detectar de forma temprana las señales de violencia y actuar con rapidez y sensibilidad ante casos de menores expuestos o víctimas directas. Esta formación debe ir acompañada de protocolos integrados entre servicios sociales, sanitarios y educativos que garanticen la derivación inmediata y la protección efectiva.
Junto a la respuesta inicial, es fundamental ofrecer apoyo psicosocial sostenido para niñas, niños y adolescentes, evitando que la intervención se limite a situaciones de crisis y asegurando un acompañamiento continuado en el tiempo. Igualmente, deben desarrollarse medidas específicas para la infancia huérfana por violencia de género, garantizando estabilidad familiar, apoyo educativo y atención especializada al duelo, de modo que no queden en situación de vulnerabilidad extrema.
Por último, resulta imprescindible evaluar sistemáticamente las políticas públicas y sus resultados para medir su impacto real y ajustar las intervenciones. Con recursos adecuados, coordinación efectiva y compromiso político sostenido es posible proteger los derechos de la infancia y romper el ciclo intergeneracional de la violencia machista.
La violencia machista contra mujeres no puede entenderse como un problema de “relaciones de pareja” exclusivamente, cuando las personas menores de edad están implicadas de forma directa o indirecta. Como sociedad con compromisos en derechos humanos, infancia y equidad de género, tenemos la responsabilidad de visibilizar estos impactos, de actuar con urgencia preventiva, protectora y reparadora.
España ha avanzado en reconocimiento legal, en compilación de datos y en programas de intervención, pero los crecimientos porcentuales recientes muestran que no es suficiente: necesitamos una estrategia integral que sitúe a los niños y niñas víctimas—o expuestos —como sujetos de derechos, con voz, protección y reparación.
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