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El nombre del silbo gomero

Silbo gomero.

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Toda persona medianamente impuesta en el tema de esa joya idiomática que es el silbo gomero, que tan eficaz resultó para sus usuarios hasta más o menos la primera mitad del siglo XX, porque les permitía comunicarse sin necesidad de desplazarse por geografía tan accidentada como la de la Canarias más montañosa, y que tanto interés presenta desde el punto de vista de la teoría de la comunicación, sabe perfectamente que el silbo que se emplea de forma general en La Gomera y de forma residual en El Hierro, Gran Canaria y Tenerife para dar mayor alcance a la palabra hablada es exactamente el mismo en sus principios elementales: un precario pero ingeniosísimo sistema fonológico de dos silbidos vocálicos (uno agudo y otro grave) y cuatro consonánticos (uno grave continuo, otro grave interrupto, otro agudo continuo y otro agudo interrupto) que permite silbar, sílaba a sílaba, todas y cada una de las palabras de la lengua española o cualquier otra lengua del mundo, a condición de que la conozca el silbador, como descubrió el profesor Ramón Trujillo en su libro El silbo gomero. Estudio lingüístico, del año 1978. 

Y ello, independientemente de que pueda diferir y en realidad difiera de zona a zona en rentabilidad comunicativa, en la forma de ejecutarlo, en la manera de actualizar los fonemas en la práctica concreta del hablar, en los signos léxicos que se silban y hasta en la forma de construir el mensaje. Que el silbo que se usa en El Hierro, Gran Canaria y Tenerife tiene exactamente la misma estructura fonológica (que es lo esencial en este tipo de lenguajes) que el que se usa en La Gomera es cosa que pone de manifiesto un simple análisis espectrográfico y que han señalado ya por activa y por pasiva los investigadores que se han ocupado del asunto. Así, en relación con el silbo que se usa en El Hierro, ha dicho más de una vez el propio Ramón Trujillo, que es la persona que mejor conoce el asunto, que tiene la misma estructura fonológica que el que se emplea en La Gomera. Del mismo parecer es Maximiano Trapero: “en El Hierro pervive un lenguaje silbado en todo similar al de La Gomera”, escribe este profesor grancanario en un artículo de periódico del año 1991. 

Por poner un testimonio más reciente, David Díaz Reyes considera que “se puede concluir que (el silbo que se emplea en El Hierro y el que se emplea en La Gomera) son el mismo tipo de lenguaje silbado”. Sin ninguna duda, es cierto lo que dicen estos autores: las diferencias que se observan entre los silbos que se practican en La Gomera, El Hierro, Gran Canaria y Tenerife son simples variaciones circunstanciales del mismo sistema de fonemas silbados. Es lo que sucede con la diferencia de altura absoluta, la velocidad de dicción y el tratamiento de las vocales átonas que dice haber descubierto el profesor André Classe entre los silbadores del norte y del sur de La Gomera; o la “imitación del deje del dialecto local”, la “presencia de -s implosiva”, el “mayor retraso en el levantamiento de la consonante en posición implosiva ante pausa”, el “uso del pronombre ‘ustedes’ (en lugar de ‘vosotros’)”, la “suavidad de la interrupción de la /s/”, la “escasa presencia de líquidas en agrupaciones consonánticas”, la “bajada del tono de las vocales ante pausa”, el “uso de la voz ‘oye’, en lugar de ‘ah’, para llamar al interlocutor”, la “uniformidad en el uso del silbo” y la “mayor altura musical” que atribuye Díaz Reyes al silbo de los pastores de El Hierro, frente al de La Gomera. Todas estas «diferencias» no son más que hechos de variación fónica, léxica o gramatical que en nada afectan a lo esencial del sistema fonológico de base.  

Y, si el silbo lingüístico o sustitutivo que se usa en El Hierro, Tenerife y Gran Canaria de forma residual es exactamente el mismo que el que se usa en La Gomera de forma general, o a la inversa, ¿por qué hay gente que le da nombres distintos? ¿Por qué hay personas que prefieren llamarlo silbo canario, en lugar de llamarlo silbo gomero, que es como se ha denominado siempre? Pues simplemente por razones históricas, identitarias y hasta políticas de índole diversa.

De un lado, la gente de La Gomera, sus silbadores (Isidro Ortiz, Lino Rodríguez, Eugenio Darias, Rogelio Botanz, Adelma Méndez, Estefanía Mendoza, Francisco Correa, Ramón Correa…), las asociaciones o instituciones académicas creadas para promocionarlo, como la Cátedra Institucional Silbo Gomero de la Universidad de La Laguna y la Asociación Cultural Silbo Gomero, y ciertos estudiosos del tema, como Ramón Trujillo, André Classe, Annie Rialland, José Miguel Trujillo Mora y yo mismo, preferimos llamarlo gomero por diez razones más o menos objetivas. 

En primer lugar, porque es altamente probable (y subrayo lo de “altamente probable”) que fuera en La Gomera donde nació o se adaptó por primera vez al español, si verdad es que procede, como se ha dicho siempre, de la población canaria preeuropea. El trabajo no debió de ser nada fácil, porque la adaptación de un lenguaje sustitutivo de una lengua a otra presenta no pocas dificultades, dada la diferencia que existe entre sus sistemas fonológicos, como ponen de manifiesto, por ejemplo, los problemas que ha planteado siempre la adaptación del alfabeto latino a lenguas no sólo no románicas, sino incluso a las románicas. La distribución de los fonemas de la lengua española entre los fonemas de un lenguaje silbado creado para sustituir una lengua bereber tuvo que suponer, sin ninguna duda, un reto para los viejos gomeros.

En segundo lugar, lo llamamos gomero porque es también altamente probable que incluso los que se han empleado tradicionalmente en El Hierro, Tenerife y Gran Canaria no sean otra cosa que extensiones del que se usa en La Gomera, lo que podrían justificar los incesantes movimientos de población tanto antiguos como modernos entre la llamada isla colombina y el resto del Archipiélago. De todos conocidas son las remesas de aborígenes que se llevaron de La Gomera a Lanzarote, Gran Canaria, Tenerife o La Palma, principalmente, durante y tras la conquista, y la enorme cantidad de gomeros regados modernamente por todo el territorio insular, particularmente por el sur de Tenerife, Taco, etc. No en vano suelen decir los ingeniosos, no sin cierta razón desde el punto de vista de la significación básica de la palabra, aunque no desde el punto de vista administrativo o político, que la capital de la isla de La Gomera no es San Sebastián, sino Taco. 

En tercer lugar, lo llamamos gomero porque es en La Gomera donde se ha usado y se usa de forma más o menos generalizada, considerándose parte esencial de la identidad de su gente; casi como un miembro de su cuerpo, que lo vincula emocionalmente a su tierra, a sus familiares, a sus paisanos y a su cultura. Por eso, una de las primeras cosas que surge en la mente de cualquier persona que conozca la realidad canaria cuando se habla de La Gomera es el silbo gomero. Por el contrario, en El Hierro, Tenerife y Gran Canaria, ha presentado siempre un uso residual, reducido a pequeñas comunidades de pastores más o menos aisladas. Hasta tal punto fue limitado el uso del silbo en estas zonas de Canarias, que incluso muchos de sus habitantes manifiestan no haber oído nunca hablar de que en su isla se silbara. El mismo hecho de que la modalidad gomera se conozca (con seguridad, desde el siglo XVII) y haya estudiado (desde finales del siglo XIX) desde hace tanto tiempo y que las modalidades herreña, tinerfeña y grancanaria hayan tenido que haberse ido a buscar como aguja en un pajar en los últimos años ponen de manifiesto hasta qué punto es verdad lo que decimos. En efecto, sólo el ruido de las últimas dos décadas ha logrado poner en el candelero a las modalidades de silbo rudimentario que comentamos. 

En cuarto lugar, preferimos llamarlo gomero porque es en La Gomera donde ha alcanzado su mayor desarrollo, usándose no sólo en situaciones comunicativas elementales o muy prácticas, que es lo que ocurre en El Hierro, Tenerife y Gran Canaria, sino también en situaciones comunicativas mucho más complejas, como rituales, sociales, religiosas, escolares y exhibiciones públicas, con inventarios léxicos y recursos discursivos propios, que han llegado a convertirse en géneros distintos, como el singularísimo “silbo descansado o de novedad”, que, con sus alargamientos silábicos (de ahí el calificativo de “descansado”) y su gravedad, se usaba para comunicar noticias más o menos trágicas, como defunciones, accidentes, enfermedades, etc. (de ahí el complemento “de novedad”, que se entiende aquí en el sentido de ‘de noticia mala’), que ponía los pelos de punta a cualquier persona que lo oyera, independientemente de que fuera capaz o no de interpretar su mensaje. Hasta poemas he oído silbar con el silbo gomero. 

Con razón escribe cierto periodista del Diario de la Marina en 1930 que con el silbo gomero “desde lejos, dos labriegos o dos pastores sostienen por semejante medio una larga conversación; de montaña a montaña cambian impresiones, órdenes, cumplimientos, insultos, cortesías, lo que salga como tema de su extraño diálogo; se citan, se advierten, se llaman, se aconsejan y hasta se desafían”. Es lo que explica que cada vez que se pretende impresionar a algún visitante nacional o internacional de relumbrón con una especialidad local se le agasaje con una exhibición de silbadores gomeros. Precisamente por el altísimo grado de desarrollo que ha alcanzado en la isla, por disponer de una comunidad portadora vigorosa, por su grado de conservación y por haber sido introducido en el sistema educativo, como “gomero” fue el silbo que se emplea en Canarias registrado en la lista de patrimonio intangible de la humanidad (es decir, de todos los habitantes de la Tierra) por la UNESCO, en el año 2009. 

En quinto lugar, lo llamamos gomero porque es concretamente en La Gomera y con silbadores de esta isla donde se lleva estudiando científicamente desde finales del siglo XIX y desde donde se ha generalizado su conocimiento al resto del mundo, a través de programas de radio, artículos de periódico, documentales de televisión, etc. A partir de las destrezas de los silbadores gomeros, se fueron descubriendo las características verdaderas del silbo que se emplea en Canarias. Primero, su carácter articulado, que descubrió el médico y etnógrafo tinerfeño Juan Bethencourt Alfonso. Segundo, su carácter sustitutivo, que descubrió el estudioso francés Joseph Lajard. Tercero, su naturaleza fonética, que descubrió el profesor escocés André Classe. Y, por último, su estructura fonológica, que es lo más importante, que descubrió el profesor Ramón Trujillo. 

En sexto lugar, lo llamamos gomero porque es a la isla de La Gomera adonde suele acudir toda persona, nacional o extranjera, interesada en él, sea para conocerlo de primera mano, aprenderlo o usarlo como material artístico. 

En séptimo lugar, llamamos gomero al silbo lingüístico que se silba en La Gomera, El Hierro, Tenerife y Gran Canaria porque gomero lo llamaron los primeros estudiosos que se fijaron en él, empezando por el citado Juan Bethencourt Alfonso, que fue quien lo bautizó a finales del siglo XIX, y continuando con el alemán Max Quedenfeldt, el escocés André Classe, el tinerfeño Ramón Trujillo, etc. 

En octavo lugar, llamamos gomero al silbo que se usa en Canarias porque con ese nombre lo conocen hoy el público en general, las instituciones nacionales e internacionales (UNESCO, Fábrica de Moneda y Timbre, ONCE…), la comunidad científica y los medios de comunicación de todo el mundo. No hay ni un solo artículo de los cientos que se llevan publicando en periódicos canarios o no canarios desde principios del siglo XX que no hablen de silbo gomero o de silbo de La Gomera. Algunos de ellos llegan incluso a calificar a La Gomera como isla silbadora. Y los nombres tradicionales tienen sus derechos, porque son de toda la comunidad. Precisamente por eso hay que pedir permiso para cambiar los nombres propios de calles, pueblos o ciudades.

En noveno lugar, llamamos gomero al silbo que se usa en Canarias porque sólo en la isla de La Gomera se ha desarrollado metodología específica para su enseñanza académica, que es la predominante hoy. Todas las personas que enseñan hoy silbo en Canarias enseñan silbo gomero, porque lo que ellas saben no es otra cosa que el silbo que les enseñaron los maestros silbadores gomeros o sus discípulos. Lo que quiere decir que la modalidad de silbo que se enseña actualmente a los jóvenes herreños, tinerfeños y grancanarios no es en realidad la de los viejos pastores del lugar, sino la gomera. ¿Se trata de una mixtificación o gomerización de la autóctona, como han supuesto algunos? Yo creo que no; que se trata simplemente de la extensión de la modalidad más acreditada del silbo que usan los isleños a otras zonas de la comunidad autónoma, que es de todos. Otra cosa es que se pretenda confundir aquella con esta. 

Y, en décimo lugar, a pesar de la aparente parcialidad del gentilicio, preferimos llamar gomero al silbo que se usa en Canarias porque ese gentilicio no significa a estas alturas de los tiempos “perteneciente o relativo a La Gomera”, sino que se encuentra lexicalizado junto al nombre silbo, formando parte de una lexía compleja que lo que significa es algo así como “silbo lingüístico o sustitutivo”, frente a “silbo convencional o no lingüístico”; como los gentilicios catalán, ruso y cubano de las expresiones crema catalana, ensaladilla rusa y punto cubano, por ejemplo, no significan ya “perteneciente o relativo a Cataluña”, “perteneciente o relativo a Rusia” o “perteneciente o relativo a Cuba”, respectivamente, sino que se encuentran lexicalizados formando parte de lexías complejas con el significado de determinado tipo de crema, determinado tipo de ensaladilla y determinado tipo de canto. Si uno preguntara a los muchos extranjeros que han oído hablar de “silbo gomero” qué significa el “gomero” de nuestra expresión, comprobaríamos que muchos de ellos ni siquiera saben que la voz gomero se refiere a La Gomera, que desconocen totalmente. Hasta tal punto funciona ya la combinación silbo gomero como etiqueta técnica que no faltan autores que la escriban sistemáticamente con letras mayúsculas.

Por todas estas razones lingüísticas e históricas, consideramos que, incluso en el supuesto caso de que el silbo que se emplea en El Hierro, Tenerife y Gran Canaria se hubieran desarrollado de forma autónoma, hay razones más que sobradas para llamarlo gomero por razones estructurales, dentro del cual, sin salirnos de la geografía de las Islas, parecen distinguirse cuatro variedades diatópicas distintos: silbo gomero de La Gomera, silbo gomero de El Hierro, silbo gomero de Tenerife y silbo gomero de Gran Canaria, con grados de desarrollos bastante distintos en cada una de las zonas.

De otro lado, la gente de El Hierro, Tenerife y Gran Canaria, los silbadores de estas islas, las asociaciones y aulas creadas para promocionar su silbo (Yo silbo, Aula Cultural de Silbo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria) y muchos de los estudiosos que han puesto sus ojos en él, como Maximiano Trapero, José Juan Batista Rodríguez, David Díaz Reyes, Julien Meyer, María Jesús Rodríguez Medina, Jonay Acosta, Rubén Jiménez, etc., prefieren llamar silbo canario (silbo canario de La Gomera, silbo canario de El Hierro, silbo canario de Tenerife y silbo canario de Gran Canaria, cuando se quiere especificar) al silbo de las Islas por tres razones más o menos objetivas. 

En primer lugar, porque suponen (y subrayo la palabra “suponen”) que el silbo que se practica en El Hierro, Tenerife y Gran Canaria nació en estas islas o llegó y se adaptó en ellas de forma autónoma, independientemente del silbo de La Gomera. 

En segundo lugar, prefieren llamarlo canario porque como de Canarias lo consideró el citado Lajard desde finales del siglo XIX. Aunque de forma más restringida, de lenguaje silbado de La Gomera y El Hierro habla el lingüista alemán Jens Lüdke en una fundamental obra Los orígenes de la lengua española en América, un tercio de la cual se dedica a “los primeros cambios en las Islas Canarias”. 

Y, en tercer lugar, prefieren estos usuarios y estudiosos del silbo llamarlo “canario”, y no “gomero”, porque no se sienten representados o identificados en la denominación de silbo gomero, que ellos interpretan de forma literal, y no como lexía compleja. Es decir, que les parece impropio que a la modalidad de silbo que se usa en El Hierro, Tenerife y Gran Canaria se le llame silbo gomero porque ello implicaría rebajarla a la condición de simple imitación del que se practica en La Gomera.

En todo caso, lo que debe quedar totalmente claro en este desencuentro nominal es que ambas denominaciones (silbo gomero y silbo canario) no se refieren a cosas distintas, sino al mismo fenómeno. Es decir, que nos encontramos ante nombres sinónimos, como ocurre en el caso de las expresiones lengua española (o español) y lengua castellana (o castellano) que emplean indistintamente los hispanohablantes para designar su lengua, o las expresiones lengua catalana (o catalán) y lengua valenciana (o valenciano) que emplean catalanes y valencianos, respectivamente, por separado para denominar la que tienen en común. Grave sería para todos que estas discrepancias nominales, u otras más peregrinas, como silbo herreño, silbo tinerfeño, silbo grancanario, silbo majorero (hasta en Fuerteventura, Isla de Lobos, Lanzarote, La Graciosa, etcétera, habría habido silbo lingüístico, según algunos), silbo venezolano y silbo cubano (que también en Venezuela y Cuba hay silbo llevado por los gomeros), indujeran a pensar que nos encontramos ante lenguajes silbados distintos, porque engañaríamos a la gente y quedaríamos en ridículo cuando se descubriera la identidad de todos ellos. 

Lo que quiere decir que la tormenta polémica que se ha desatado en Canarias después de que la UNESCO reconociera el silbo gomero como patrimonio intangible de la humanidad (y el dato no carece de importancia) es un problema no de fondo, sino de forma o de nombre, que, en contra de lo que suele creerse, son los más difíciles de resolver, porque las palabras no son tanto ruidos como intuiciones semánticas, ideas y conceptos, más trascendentes que su significante y las cosas que designan. La discrepancia no es paradójica sólo porque un hecho reconocido como universal por un organismo internacional tan importante como la UNESCO divida a los canarios en dos bandos distintos. Es paradójica sobre todo porque el silbo, acaso por su musicalidad y los retos que plantean la construcción e interpretación de cada frase silbada, que se percibe como un enigma o una metáfora que hay que desentrañar por parte de los que lo practican, es un medio de comunicación que produce paz y felicidad, y no discordia; casi como la poesía. No conozco ningún silbador que no se siente feliz silbado y que no hable con emoción del silbo. 

¿Es posible llegar a un consenso en este problema nominal? No parece nada fácil, porque las posiciones se encuentran enormemente enconadas o radicalizadas por las profundas implicaciones del asunto. De sobra sabido es que la semántica del nombre determina la consideración y los sentimientos que la gente tiene de las cosas que designan e incluso las razones que utiliza para defenderlas. Los defensores del silbo que se practica en El Hierro, Tenerife y Gran Canaria piensan que el adjetivo de relación gomero, que implicaría la subordinación de su silbo al silbo usado en La Gomera, dejaría fuera de juego a sus pretensiones de reconocimiento como bien cultural y seña de identidad local, cosa de máxima importancia en Canarias, donde el insularismo campa por sus respetos, en detrimento de la visión pancanaria. ¿Cómo podría utilizarse como seña de identidad de un herreño, tinerfeño o grancanario un bien cultural que, según su parecer, es exclusivamente de los gomeros? Por su parte, los defensores del silbo que se practica en La Gomera saben o intuyen, por lo menos, que el adjetivo de relación canario, que implicaría situar su ancestral y desarrolladísimo silbo en el mismo nivel que el precario silbo de El Hierro, Tenerife y Gran Canaria, haría que su gente perdiera una de las señas de identidad más importantes de la isla, pues, como el resto de las cosas del mundo, para existir, las señas de identidad tienen que tener nombre.

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