Breve crucero por la historia
Sería engorroso y tal vez hasta soporífero acercarse en un crucero histórico hasta Parménides, Demócrito, Empédocles o Zenón de Elea, aunque todos se refirieron en algún momento a lo posible. Mejor iniciarlo desde Platón, cobijados bajo la afirmación de Alfred North Whitehead: “El pensamiento occidental no es más que una serie de comentarios a pie de página de los diálogos de Platón”. Podríamos estar hablando de este filósofo hasta el día del juicio final por la tarde, pero todo el mundo está de acuerdo en que la Academia fue el embrión de las actuales universidades y que Platón fue el primer escritor en utilizar el diálogo como fórmula de comunicación escrita. Según dicen, mucho antes de que existiera el WhatsApp y el vocablo/interjección ¡Chacho! De alguna manera, sin conocer a lasbotoxtertulianas o víboras de plató y a los periodistas amaestrados e incluso adiestrados para atacar como si de pittbulls se tratara, Platón fue quién, a mi juicio, inventó el debate: el conocimiento es legitimado mediante el libre intercambio de puntos de vista y no a través de la simple enunciación. Es evidente que el hallazgo del ateniense cuatro siglos antes de Cristo ha degenerado de forma espantosa. En nuestra vida política, salvo agujas en pajares, los debates no desprenden conocimiento alguno. Simplemente dan risa o vergüenza ajena.
Creo que la Ciencia ha admitido como verdaderamente platónicos unos veintipico diálogos. En La República, donde no se refiere a la Guerra Civil española, ni a la actividad cinegética de Mataelefantes John, ni a las comisiones, ni a la pareja Iñaki/Cris, Platón junta en un todo la ética, la política, la estética, la mística y la metafísica. Tampoco es que fuera un héroe tipo Bruce Lee, Chuck Norris, Jackie Chan o Rambo, Rocky o Torrente, pero sí es cierto que, después de salir por patas de Atenas cuando a Sócrates lo obligaron a tomarse de un trago un chupito de cicuta, estuvo dedicado constantemente al análisis de la vida política. ¿Quién no conoce el Mito de la Caverna? Ese que vivimos en la actualidad y en el que se apoyan en elípsis teorizaciones sobre las grandes conspiraciones judeo-masónicas o las de los Illuminati y Annunakis, el Club Bilderberg, la Trilateral, etcétera. Tomo de la biografía del filósofo por excelencia este pequeño texto: “En su obra La República, Platón ilustró esta concepción (la del Mundo de las Ideas) con el célebre Mito de la Caverna. Imaginemos, dice Platón, una serie de hombres que desde su nacimiento se hallan encadenados en una cueva, y que desde pequeños nunca han visto nada más que las sombras, proyectadas por un fuego en una pared, de las estatuas y de los distintos objetos que llevan unos porteadores que pasan a sus espaldas. Para esos hombres encadenados, las sombras (los seres del mundo sensible) son la única realidad; pero, si los liberásemos, se darían cuenta de que lo que creían real eran meras sombras de las cosas verdaderas (las Ideas del mundo inteligible)”.
Como Platón estuvo cincuenta años hablando y escribiendo acerca de todo, sería una locura ponerse aquí a exponer su obra completa, aunque estimo que, para nosotros, sujetos al Gobierno de una oligarquía corrupta de partidos – hay quienes la definen como cleptocracia – es interesante conocer que: “El Estado ideal de Platón sería una República formada por tres clases de ciudadanos (el pueblo, los guerreros y los filósofos), cada una con su misión específica y sus virtudes características, en correspondencia con los aspectos del alma humana: los filósofos serían los llamados a gobernar la comunidad, por poseer la virtud de la sabiduría; los guerreros velarían por el orden y la defensa, apoyándose en la virtud de la fortaleza; y el pueblo trabajaría en actividades productivas, cultivando la templanza. De este forma la virtud suprema, la justicia, podría llegar a caracterizar al conjunto de la sociedad.
Las dos clases superiores vivirían en un régimen comunitario donde todo (bienes, hijos y mujeres) pertenecería al Estado, dejando para el pueblo llano instituciones como la familia y la propiedad privada; al carecer de ellas las clases dirigentes, se evitaría su corrupción, ya que no podrían ni necesitarían obtener riquezas, ni tendrían familiares a los que favorecer; tal esquema (y otros aspectos de sus concepciones) fue revisado en Las Leyes, obra de vejez en la que desaparecen estas restricciones. El Estado se encargaría de la educación y de la selección de los individuos (en función de su capacidad y sus virtudes) para destinarlos a cada clase. La justicia se lograría colectivamente cuando cada individuo se integrase plenamente en su papel, subordinando sus intereses a los del Estado.“
Por lo que respecta al Gobierno, Platón señala que “La monarquía y la aristocracia (gobierno de un solo hombre excepcionalmente dotado o de una minoría sabia y virtuosa, que aspira solamente al bien común) es la mejor forma. De la monarquía se pasa a la timocracia cuando el estamento militar, en lugar de proteger a la sociedad, usa la fuerza para obtener el poder. En laoligarquía, una minoría de ricos gobierna a un pueblo empobrecido. El descontento lleva a lademocracia o gobierno del pueblo, de la que tiene Platón un pésimo concepto: se elige como gobernantes a los más ineptos y reina la anarquía. Finalmente, la tiranía, encabezada por un demagogo que suprime toda libertad, restaura el orden; es la peor de las formas de gobierno”. Resulta muy fácil la extrapolación de la tesis de Platón a nuestro entorno: a) Es innegable que no tenemos ni a un hombre “excepcionalmente dotado” como monarca ni una minoría “sabia y virtuosa” que aspira solamente al bien común. b) No es nuestro caso la timocracia ya que el mermado Ejército de momento sólo tendría actividad si se tuviera que impedir por las armas la secesión de Catalunya o el País Vasco. c) Tiranía la tuvimos pero ahora no es el caso. Así que, de la oferta platónica, me quedo con la oligarquía: cada vez con más fuerza “una minoría de ricos gobierna a un pueblo empobrecido” y, con respecto a lo que denominan democracia, sustituiría el término “anarquía” por “corrupción”.
Aristóteles, El estagirita, dejó escrito que el varón debe casarse a los treinta y siete años y la mujer a los dieciocho. Él tuvo dos mujeres con esa premisa. “Tío Alberto, tío Alberto, que suerte tienes cochino. En el final del camino te esperó la sombra fresca de una piel dulce de veinte años donde olvidar los desengaños de mil noches de amor, tío Alberto”. Bueno, que Aristóteles se decantó por la ciudad-estado y fracasó en el intento de inculcar la idea a su discípulo más grande. Alejandro Magno estableció las bases de un imperio universal sin el que, según mantienen al parecer los historiadores, la civilización helénica hubiera sucumbido mucho antes. La ciudad-estado, que tiene como base a la familia, es una comunidad de ellas capaz de bastarse a si misma casi por completo. Para el filósofo, “sólo un Estado moral prosperará cuando sus ciudadanos sean buenos y se puedan realizar”. El hombre es un animal político por naturaleza, es decir, “incapaz de vivir fuera de una sociedad”.
Cuando se desplomó el Imperio Romano, muchas de las obras originales de Aristóteles se perdieron – de 170 se salvaron unas treinta – y, curiosamente, fue en el siglo XII cuando Averroes las recuperó a través de versiones judías, árabes y sirias. No sé si nuestro gran Zapatero conoce esta historia, pero a veces me he preguntado si en ella se inspiró para plantear ese gran disparate de la Alianza de Civilizaciones.
Aristóteles murió un año después de Alejandro (323 a.C.) quien, al parecer, dejó este mundo tras agarrarse tremenda borrachera mientras pasaba la resaca de otra no menos potente. Si nos traemos al estagirita hasta nuestros días, veremos que no hay moral en el Estado – es profundamente inmoral y está okupado por partidos políticos sujetos al mandato imperativo. Sectas, en la práctica –. Consecuentemente, es imposible que el ciudadano pueda “realizarse”. Personalmente, no puedo imaginar una ciudad – estado con Carmena, Pepa Luzardo, Esperanza Aguirre, Rita Barberá o Kichi al frente. No. No lo puedo imaginar.
A grosso modo, tras Aristóteles apareció Santo Tomás de Aquino en cuyas ideas -no podía ser de otra manera – interviene Dios de forma fundamental. Se dedica a la Teología, al aristotelismo y al averroismo. Para mi, y en lo que hace referencia a lo posible, Santo Tomás nada y guarda la ropa. De modo que establece que “En este sistema lo posible responde por un lado al Plan Divino en la mente de Dios, pero al mismo tiempo sucede conforme a la acción de las causas materiales, siendo Dios al mismo tiempo Causa Primera y Final”. Viene entonces la escolástica y se hace un pequeño lío entre lo intrínseco y lo extrínseco, pero, al menos, pone sobre la mesa la relación Causa/Efecto: “Mi tataranieto dependerá en su existencia de la acción de su padre y madre, de su abuelo y abuela, de su bisabuelo y bisabuela y finalmente mía y de alguien más; lo que dada la interdependencia de las condiciones materiales de la experiencia, lo hacen realmente posible como posibilidad de existencia dependiente de las causas”. Estaría bien que alguien enviara estos renglones a Cristine Lagarde para que los tuviera en cuenta a la hora de plantear sus descarnadas teorías sobre las pensiones de jubilación e imponerlas a los países del sur de la Unión Europea. A continuación – toda esta sucesión es cosa mía – tras quedarse atrás lo helénico y la Edad Media y con la llegada del Renacimiento y los descubrimientos científicos, René Descartes, en el siglo XVII, abre el racionalismo y es considerado el creador de la filosofía moderna. Pero no prescinde de Dios: “un Dios que funda la verdad del conocimiento y siembra en nuestro entendimiento unas semillas, ideas innatas (Chomsky utilizará el término mucho después), formas o principios del conocer, que organizan la experiencia del mundo de forma universal (conceptual) ordenada y comprensible, en cuyo ámbito se da la posibilidad de lo real”. Su sistema filosófico lo edifica sobre el método matemático y el principio del cogito ergo sum (pienso, luego existo).
No soy un experto en Spinoza y Leibnitz, pero siempre me han dejado patidifuso. El primero, cuando mantiene que “Dios es tanto Naturaleza como su Ley y al mismo tiempo Dios”. Y el segundo, al señalar que “De entre los infinitos mundos posibles, sólo uno, regido por una ”armonía preestablecida“ ha sido el elegido por Dios en su Divina Providencia que, de ”entre todos los mundos posibles“, ha elegido ”el mejor“. Si éste es el mejor mundo posible, apaga la luz y vámonos. Que baje Dios y lo vea. La fe como creadora de conocimiento no me interesa en absoluto. ”En el terreno político, Spinoza rechazó el concepto de moral, por considerar que implicaba una desvalorización de lo real en nombre de un ideal trascendente. Todos los seres se guían por el principio de autoconservación, sobre el cual se edifica el Estado como limitación consensual de los derechos individuales. Sin embargo, lo que el individuo busca en el Estado es la conservación propia, por lo que puede revolverse contra él en caso de que no cumpla esta función (“Dios crea individuos, no naciones”). Pascal, por su parte, se interna en la Matemática y la Física y pronuncia una frase que todo el mundo conoce: “Le coeur a ses raisons que la raison ne connait point”. Asimismo, advierte que “Nada es más insoportable para el hombre que carecer de proyectos, de compromisos o de distracciones; porque entonces, detenido en medio del tedio, no puede sino tomar conciencia de la vacuidad de su vida y sumirse en la angustia o la melancolía. La conciencia de sí mismo, cualidad que lo distingue y enaltece, es también en el hombre fuente de desdicha, al recordarle su pobre condición”. No es un mal pensamiento a la hora de acercarse a la sociedad actual.
Galileo, Kepler y otros muchos no son desdeñables obviamente y están al alcance de cualquier interesado en Internet o las enciclopedias. Yo me voy de inmediato a Newton para acabar con otra manzana como comencé con Aristóteles. Newton, tras el descubrimiento de la Ley de la Gravitación Universal, da un salto cualitativo y cuantitativo de enorme trascendencia en el mundo del saber. Al efecto, “El conocimiento, que ”explica la experiencia“ es la ciencia moderna, que comprende y explica la Naturaleza como sometida a los principios de la razón y del análisis y cálculo matemático. A partir de ese conocimiento científico el hombre domina a la Naturaleza mediante la técnica, una vez conocidas sus leyes. La ciencia tradicional, cualitativa y especulativa hasta entonces, deja paso a una ciencia cuantitativa sometida a la lógica de la medida y el orden matemático que justifica los hechos de la experiencia del mundo. Las leyes empíricas permiten ”predecir“ el posible comportamiento de los seres materiales. La física de Newton, como teoría universal supuso la culminación de este sentido de ciencia empírica y no especulativa; ciencia cuantitativa sujeta a la medición y al cálculo. La ciencia permite concebir teóricamente lo posible, en su relación con lo real, no como algo meramente lógico del pensamiento”. Para Hobbes, “El hombre es un lobo para el hombre” y Hume destaca que “Solamente la experiencia es fuente de conocimiento y lo posible sólo puede ser concebido como expectativa de una experiencia futura basada en el hábito o costumbre en el sentido de ”hasta ahora ha sido así“.
En el terreno de lo posible/imposible en el mundo de los contemporáneos no me voy a meter de momento, pero sí señalaré dos cosas peculiarmente paradójicas: mientras que jamás puede hablarse de democracia cuando los votos de todos los hombres no valen lo mismo, caso de España, Albert Einstein llegó a manifestar que en política es imposible que las cosas cambien, puesto que el voto de un idiota y el de una persona normal tienen el mismo valor … Y los idiotas poseen una mayoría aplastante.