El imperio de los tres acordes
Frigiliana es un pequeño municipio situado en la región más oriental de la provincia de Málaga que apenas ocupa 39.000 kilómetros cuadrados. Su casco antiguo es un precioso barrio mudéjar que aún rezuma en sus paredes los ecos de las aventuras moriscas en suelo español durante la edad media. Allí, entre callejones, pisos empedrados, vericuetos e historias del pasado que van de esquina en esquina colgadas del aire, cobra vida cada año a finales de verano el Festival 3 Culturas, un encuentro que a lo largo de cuatro días casi multiplica por diez su población y altera su habitual discurrir turístico en una especie de feria de la alegría en la que nunca falta música, tapas, mercado, actividades para niños y todo lo que quepa en un intenso paréntesis de armonía multitudinaria lúdica. Este año, el colofón corrió a cargo del impetuoso Manu Chao, tan sencillo como eficaz, tan global como verbenero. El domingo 30 de agosto ofreció una actuación de casi tres horas respondiendo con generosidad desde el escenario a las 6.000 personas que acudieron al recinto del concierto entregados al músico franco-español. Una comunión perfecta y vitalista en la que, muy por arriba de cualquier otro concepto, primó la fiesta.
No hay nada novedoso ni sorpresivo en Manu Chao; lo que sí tiene, en tonelajes asombrosos, es un hipnotismo inquebrantable hacia sus seguidores. Tiene las dos orejas y el rabo incluso antes de que empiece a sonar la primera nota. Así lleva ya tantos años… con la misma fórmula, la misma secuencia invertida y reconstruida, el mismo patrón… los mismos sonidos. De esa manera gira continuamente por medio mundo; y llena estadios y pone bares patas arriba, con la misma ligereza aparente con la que una pluma vuela errante hasta tocar suelo. Sube al escenario y es capaz de agitar 6.000 corazones (como en este caso que nos ocupa en el Festival 3 Culturas de Frigiliana) o 20.000 sin modificar un ápice su propuesta. Agarra su guitarra, se arropa de sus musicarios y arma un quilombo del que no se es capaz de salir hasta que pone punto y final. Es el imperio de los tres acordes, los mismos que repite en bucle casi de principio a fin (con muy pocos matices por su parte), los mismos con los que te atrapa y conquista; los mismos con los que arma un espectáculo arrollador.
Lo que ofrece Manu Chao en directo es la verbena de la contracultura. Él mismo lo ha comentado en alguna entrevista: “Lo nuestro es una noche de fiesta. Subimos al escenario y hacemos con todas las ganas del mundo lo que mejor sabemos hacer, una fiesta”.
Así ocurrió también en el último domingo del mes de agosto en el municipio malagueño de Frigiliana. El que fuera líder del efervescente grupo Mano Negra actuó en este 2015 como la apuesta fuerte del Festival 3 Culturas, que una vez más, durante cuatro días, revolucionó la habitual paz turística de ese pequeño y encantador rincón del sur de España. Durante la celebración de este encuentro cultural, Frigiliana se deja conquistar por una marea diversa, en armonía en ocasiones y bulliciosa en otras: una caravana humana que encuentra justo lo que va buscando, un paréntesis lúdico en el que prima absolutamente el buen rollo, las ganas de diversión y el amor por las tapas y las cañas.
Desde su casco histórico, situado sobre una ligera colina en la que casi todo es el blanco de las paredes de su estructura mudéjar y el empedrado de sus suelos, hasta las arterias por las que se ha desarrollado un municipio que no alcanza los 40 kilómetros cuadrados, pasando por la plaza, epicentro de casi todo, donde tiene lugar los conciertos gratuitos (este año Carmen Paris y Ara Malikian, entre otros) y desde donde parte el mercadillo medieval como otra de las atracciones principales del Festival.
El Festival 3 Culturas sucede en las calles más que en ningún sitio. Con todos los bares que ocupan las aceras con sus barras; con la marea continua de gente que viene y va; con las actividades para niños o las serpientes musicales que tanto te sorprenden en la plaza como en los callejones más elevados de su casco histórico. En cuatro días de fiesta se vendieron más de 30.000 tapas.
Desde el jueves, cuando Ara Malikian ofreció una magnífica y celebrada actuación por miles de asistentes, la vida en Frigiliana se tornó en una romería de felicidad contenida, sin excesos, pero con una vibración positiva innegable. Desde el mediodía hasta altas horas de la madrugada. Baile del vientre, batucadas que parecían caer del cielo y turistas, muchísimos turistas.
Todo parecía fluir con cierto desorden hasta el encuentro multitudinario de la noche del domingo. Era el turno para Manu Chao, que se presentó en Málaga con nuevo proyecto, La Ventura, y con el núcleo duro de la formación que le viene acompañando desde hace años: Garbancito, a la percusión, Gambeat, al bajo, y Madjid, a la guitarra; además de una hiperactiva sección de viento con Gabriel Blandini a la trompeta y Gian Luca Ria al trombón.
El concierto fue un derroche de energía desde el primer momento. Casi los mismos sonidos de hace tantos años, casi las mismas canciones, en ese collage singular con el que Manu Chao pone un estribillo por aquí, baja una estrofa por allá y arma un espectáculo tan reconocible como arrollador.
Y en el armazón de la fiesta también todo lo que quieren contar sus letras y sus mensajes reivindicativos sobre el escenario; se acordó de Palestina, del drama de los refugiados, de las injusticias perpetuas de Latinoamérica. Es, de alguna manera, un icono para muchos movimientos ciudadanos. Sus letras han bebido siempre de la lucha social, y pese a todo lo que prima en sus apariciones en directo es la vida desbocada en una impetuosa fiesta sonora, lo que subyace de manera primigenia es su manera de entender la vida, su aportación a la lucha global, que ha terminado por convertirse en un negocio millonario, sí, pero que tiene mensaje para el que lo quiera oír.
A sus 54 años, Manu Chao muestra ahora más que hace una década un estado de salud aparentemente sin grietas, con un torso liviano pero perfectamente definido y una condición física que le permitió estar dar dando botes durante las casi tres horas que duró el concierto. Es parte del show, una combustión humana continua y repetida, donde, quizás, el árbol no deje ver el bosque. El mayor pero que se le puede poner a sus conciertos es su intermitente falta de sutileza y lo escaso de los matices.
Sobre una misma base musical es capaz de hilvanar cinco, seis, muchas canciones, y así en tres o cuatro grandes bloques con los que arma el total de su espectáculo. ¡El imperio de los tres acordes! Con todo, el resultado es incuestionable, una vez que entras, no sales hasta que su combo dice basta… Y tres horas bien pudieran ser cortas. ¡Qué bien lo hace pasar! También en declaraciones públicas Manu ha aclarado que todo responde a una intención concreta: “Por ejemplo, las canciones de Bob Marley. Son obras buenísimas y temas legendarios para la eternidad. Y si los escuchas también te das cuentas que están compuestas con una sencillez abrumadora. Ese concepto de simplicidad es el que yo he intentado poner en práctica desde la época de mi disco Clandestino”.
Sonaron muchos de sus principales éxitos: Machin gun, Rumba de Barcelona, Mr. Bobby, Me gustas tú, Wellcome to Tijuana, y hubo tiempo para poner a la Mano Negra sobre la escena, con canciones como Mala Vida y Sidi H’Bidi y enérgicas versiones de legendarios temas como Volver, volver. Y todo en una aparente propuesta libre de ataduras en la que sin embargo todo sigue un guión escrupuloso; casi cada frase, casi cada gesto se repite como calco en cada parada de La Ventura por medio mundo. Es un espectáculo y como tal poco queda a la improvisación. Con la misma fórmula triunfa desde hace años; pueden cambiar algunos músicos y cambiar un poco el maquillaje, pero su verdad es siempre la misma: la verdad de la fiesta.