La portada de mañana
Acceder
La guerra entre PSOE y PP bloquea el acuerdo entre el Gobierno y las comunidades
Un año en derrocar a Al Asad: el líder del asalto militar sirio detalla la operación
Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

La persistencia del mundo Aymara en el altiplano boliviano

Machaqueños durante la festividad del Kena Kena

Fernando Del Rosal

Ingaví (Bolivia) —

Machaca en aymara quiere decir “nuevo” y, sin embargo, sus poblaciones tienen un corazón antiguo, un acumulado de genealogías que se pierde en la memoria, pero que late todavía hoy con la intensidad de un adolescente enamorado.

Lo aymara como cultura, como forma de vida, como etnia o como pueblo, permea en un registro inveterado aunque perfectamente plausible en sus manifestaciones actuales que, en las localidades de la región machaqueña, se respiran en lo cotidiano dentro de una suerte de convivencia pacífica entre las cosas que trae la llamada globalización y las concepciones tradicionales sobre el vestir, el comer, el festejar, el relacionarse.

“Seguimos siendo un pueblo, el testimonio de que tenemos una cultura propia, distinta a la occidental. Un testimonio precolombino que, aunque ya muy modificado, nos permite contar algo que es propio” y que persiste, explica Gerardo Ichuta, oriundo de la región machaqueña y conocedor de sus gentes y sus costumbres. Entiende la lengua aymara, aunque apenas la habla.

Él, como lugareño, ejerce de cicerone en una visita y recorrido por la localidad altiplánica de Jesús de Machaca, sexta sección municipal de la provincia Ingavi en el departamento de La Paz, inserta en la región de Machaca, así denominada. San Andrés, Santiago, Santo Domingo, Santa Ana, son los principales municipios de esta región, que reparte sus poblaciones entre las provincias Ingavi, José Manuel Pando y Pacajes.

El comercio es un rasgo diferencial aymara que ha coadyuvado como fundamento de su hegemonía por sobre otros pueblos originarios de Bolivia, especifica Ichuta. “Los mestizos que comerciaban con la papa para llevarla a la ciudad hablaban aymara bien, estaban obligados para comerciar”. Y así prevaleció la lengua y junto a ella la cultura. Hay diferentes tradiciones, pero una misma línea.

Matices distintos integran las costumbres, lo que incluye los bailes y la comida. “Los aymaras de Machaca marcamos diferencias dentro de la cultura aymara. La región de Machaca tiene su forma de vestir, distinta de los aymaras de otros lados. Son formas de auto identificarse”, dice el machaqueño.

En lo que se refiere al municipio de Jesús de Machaca, este abarca alrededor de 17 ayllus, que constituyen la forma de organización social y territorial propia del territorio y de los Andes, más genéricamente, en base a vínculos de parentesco, idioma y culto comunes. Sin embargo, la división geográfica que rige oficialmente es la municipal. En esta rica diversidad poblacional de la región de Machaca se establece una jerarquía territorial que se dibuja desde las comunidades, en la base, pasando por los cantones y llegando hasta la demarcación de municipio.

En este contexto geográfico “se está imponiendo la demarcación occidental sobre la tradicional, ya que algunas comunidades se han acabado integrando en cantones, si bien otras permanecen aún como comunidades”, apunta Ichuta. “El mismo municipio de Jesús de Machaca es un pueblo colonial español en su origen, si bien se dio una fuerte migración a la ciudad con la reforma agraria (que data de 1954)”, que se tradujo en un desvanecimiento de la herencia mestiza. Su monumental iglesia queda como recuerdo de aquellos orígenes.

Y sin embargo “en algunos pueblos del Altiplano y los valles todavía quedan los mestizos y sus vestigios en forma de casas antiguas, casas con paredes grandes, con techos de teja al estilo español. Aunque Jesús de Machaca alberga hoy casas con puertas y ventanas pequeñas, coloridas”, desgrana el machaqueño.

En Jesús de Machaca, los vecinos celebraron largo tiempo su fiesta el día cinco de agosto de cada año, día del Niño San Salvador, una fiesta en la que no se inmiscuyen los comunarios. Ese día, igual que antaño, se congregan todos los residentes de Machaca y bailan morenadas y otras danzas folclóricas. Así es como se ha conformado la festividad desde la religión cristiana en el devenir de la región desde la colonización.

La danza del Kena Kena

Pero lo que especialmente llama la atención al profano en Jesús de Machaca es el baile del Kena Kena, en el que las comunidades del municipio (del mismo modo que ocurre en otros pueblos machaqueños) despliegan en la plaza principal sus cohortes de kena kenas, miembros de las comunidades que tocan sus flautas (kenas) de caña guiando a los danzantes; y entre ellos, el khusillo, un personaje bufonesco que hace mofas con sus gestos y su máscara esperpéntica mientras toca el tambor ante la concurrencia.

El festival está organizado por el municipio con un objetivo de reivindicativo de la identidad propia de la región de Machaca. El baile es exclusivo de Machaca y marca la diferencia en una suerte de cadena de valor del folclore andino. Aunque “el Kena Kena, ahora, se ha reducido a un concurso supervisado por el municipio, cuyas autoridades otorgan un premio al ayllu ganador”, expone Ichuta.

La música en el rito del Kena Kena es una expresión de celebración propia de la cultura aymara, que, tal y como se refiere en el libro La Danza Folklórica en Bolivia, obra de Antonio Paredes, etnógrafo boliviano, “presumiblemente sirvió en su época para alentar las virtudes guerreras del pueblo kolla” y, aunque “la música es triste, te puede servir para llorar o también para bailar”, señala Ichuta. Y es que la idea es expresar que “la vida y la muerte conviven juntas”. “Los cánticos”, sin embargo, “se han perdido”, continúa, “los aymaras no somos una cultura muy de canto”, si bien “queda” un resquicio en las entonaciones de “las personas mayores”, que recuperan líricas de antaño. Una cultura en la que, en principio, “el canto es para la mujer y la música para el hombre”, finaliza.

El concurso se enmarca en una feria de productos típicos de la región, como alimentos, vestidos y e instrumentos musicales propios del lugar, que se celebra el primer domingo de cada mes de octubre, con motivo de la festividad de la Virgen del Rosario. Si bien es cierto que la índole católica ha desaparecido por la paulatina reducción de la influencia eclesiástica, y sobre todo a raíz de un incidente que tuvo al párroco del municipio como protagonista en los años 20 del pasado siglo.

Los habitantes de Jesús de Machaca, conocedores de que el párroco celebraba presuntos rituales de iniciación al matrimonio que implicaban abusos sexuales, rechazaron su presencia en el pueblo. La presencia de la iglesia no ha vuelto a ser la misma.

Especial mención en estas fiestas merece la espectacularidad de los trajes de las autoridades, fieles a las leyes que rigen en sus ayllus. Los líderes, mallkus o jilacatas en el caso de los varones, mama thallas en el caso de las mujeres, se agrupan en cuatro representantes por comunidad, comandados por el mallku mayor. Los músicos portan una coraza rematada con piel de jaguar (qhawa) y los látigos (chicotes), que esgrimen en sincronizadas trayectorias durante las danza. También se adornan con plumas de loro verde, que es ch’akana si las portan en el torso o ch’ojñas si cuelgan de la parte trasera del pantalón. Estos ropajes se sustituyen por ponchos, dado que la caza de estos animales está vedada.

Entre las mujeres destaca el tocado negro, llamado montera, que lucen las mama thallas. El aguayo multicolor con fondo negro es típico de la región de Machaca, al igual que los ponchos rojo, azul y verde. Las autoridades, por su parte, deben portar esta vestimenta durante todo su mandato en todas sus exposiciones públicas, y “que la autoridad no porte la vestimenta es deshonroso, es como renegar del cargo que te han dado”, matiza Ichuta.

“Ha habido muchos bailes tradicionales que se han ido perdiendo, pero el Kena Kena ha sobrevivido”, apunta Ichuta, tal vez beneficiado en su competencia con otras manifestaciones culturales. Las comunidades acuden a ofrecer su mejor versión del baile propio de la región. “Cuando no se da esta competencia, algunos bailes tienden a desaparecer, porque no hay una motivación”, dice el machaqueño.

Si antes se bailaba por un motivo religioso, hoy el premio que otorga el municipio al considerado mejor baile es lo que azuza la inquietud por la práctica de bailes como el Kena Kena, “de hacerlo mejor, tratar de convocar a más gente”. “No le pasó lo mismo a la tarwila, una danza de Jesús de Machaca que se perdió y en la que las vestimentas eran de cuero de camélido, con plumas de parihuana del altiplano”. El Kena Kena es, pues, un grito de afirmación cultural.

Gastronomía

El cordero es el plato por excelencia en Jesús de Machaca el día de los kena kenas. Se sirve como timphu o como jakonta, sendos platos típicos de la región. El timphu: cordero cocido en olla y servido en ají. La jakota, en sopa. Las comunidades siembran en el apthapi un espacio compartido con sus congéneres donde comparten diversos alimentos dispuestos sobre el aguayo, en comunidad, para su provecho y disfrute.

El Chuño, la papa, el queso y la kispiña (galletas de quinua) son los protagonistas. En cuanto a la bebida, antes se estilaba la chicha, ahora impera la cerveza. Existe un “protocolo inicial” en la fiesta, una especie de norma no escrita, “las mujeres toman el 20%, el 30% de la cantidad de cerveza que toman los varones”, aunque “ya luego todos toman lo que les apetece”, destaca Ichuta, risueño.

Etiquetas
stats