La suerte se va de la Plaza de España
Antonio no es noticia por ser político, banquero, artista o deportista de élite. Antonio es noticia porque representa a los cientos de hombres y mujeres que nos atienden en distintas partes de la ciudad, en barrios, mercados, pequeños comercios o nos traen la correspondencia a casa.
La figura de estas personas con las que tenemos trato directamente, como ocurre con el pescadero, el de la floristería o el panadero, cada vez es menos frecuente. A todos nos sienta mejor una sonrisa o unas palabras de ánimo en el día que transcurre que la frialdad de una máquina. Son esas pequeñas cosas que nos hacen la vida más llevadera y crean un clima más acogedor. En esta época cada vez más mecanizada, donde las prisas y el estrés nos privan muchas veces del trato directo con las personas, valoramos la importancia de alguien que ha trabajado durante 28 años a pie de calle, vendiendo cupones de la ONCE.
Ha ocupado un lugar, físicamente, muy pequeño, tan sólo una silla en medio de la Plaza de España. Cuando llegó a este puesto corría el año 1988, el lugar se llamaba entonces Plaza de la Victoria y las aceras eran mucho más estrechas. “Me costó mucho hacer el puesto -recuerda Antonio-, llegaba a las 7 de la mañana y terminaba a las 7 de la tarde. Al principio no conocía a nadie, no tenía clientes ni amigos, fue un año duro. Luego las cosas fueron cambiando, mejorando, y así he llegado hasta hoy”. Antonio habla desde la silla, con los cupones en la mano derecha apoyada sobre la misma rodilla que dobla sobre la izquierda, lado en el que no sufre ninguna parálisis.
Podría no haber aguantado la rutina y los madrugones, podría haber pasado desapercibido y haber dejado otro tipo de recuerdos, no tan agradables como los que hoy tenemos de él. Antonio es muchas cosas a la vez, y ocupa más sillas de las que parece a simple vista.
Un ser humano, agente vendedor de la ONCE, minusválido, trabajador, un cachondo, un comodón con buen humor, ciudadano amable, observador, discreto, cariñoso, íntegro y buena gente, así lo definen los que lo ven a diario.
Para mi esta silla es como una ventana. Veo “de todo”.
Antonio llama a la silla “la ventana”, y me gusta que se permita esa licencia, como yo me permito decir que la suerte de Antonio no está en los cupones que vende, sino en él.
Hay personas que cuentan sin hablar, hay otras que hablan y no dicen nada, y luego están los quejumbrosos, los amargados, con motivos o sin ellos. Antonio es de los primeros, de silencios vivos, de constante brillo en la mirada, de esfuerzo sin aspavientos, sonrisas y miradas cómplices, un lenguaje sencillo le basta para trasmitir lo necesario.
“Los cambios han sido muchos, desde la transformación de esta plaza, que antes era mucho más pequeña y no estaba llena de terrazas y locales comerciales, hasta el comportamiento de las personas, y la procedencia. Antes la gente era más abierta y cercana. Hoy en día, hay más desconfianza, más hermetismo, son muchos los que me avisan diariamente que tenga cuidado porque me pueden robar”. Por suerte, sólo le ocurrió una vez.
“Las conversaciones suelen ser sobre fútbol o mujeres, hay cosas que permanecen -dice riendo. Igual no es tema del gusto de todos, pero peor es el tema del paro, el miedo al despido y las angustias que cuenta la gente a diario sobre la precaria situación laboral. Hace años que redundan este tipo de conversaciones, porque es una realidad que no podemos esconder”.
La doble suerte de Antonio
Algunos han ido en busca de la suerte que lleva en la mano, y de regalo, han encontrado una suerte de persona.
Cualquiera podría haber ocupado este puesto, y vender cupones sin problema e incluso haber entregado más premios que Antonio. Pero donde esté el respeto y el cariño que se quite “el cuponazo”.
Jubilarse tras casi 30 años de trabajo en un mismo lugar, observando y siendo observado continuamente, sin paredes de oficina que te protejan, expuesto siempre a la variabilidad del carácter de la gente, no debe ser fácil. Y, si además lo haces sin dejar un mal recuerdo y sin haber perdido el humor ni los nervios, estás hecho de otra pasta. Pasta de la que carecemos la mayoría, y no me refiero a la monetaria.
Tras estos 28 años, todavía lo puedes ver sentado en la silla con sus cupones, sus bromas, sus caramelos para los niños que pasan o su puñado de pienso para los perros de la zona, que abundan. Ya sabemos que le quedan días para jubilarse, por fortuna para él. No todos se jubilan dejando atrás buenos amigos y la satisfacción de haber cumplido más que con el trabajo.
“Los obstáculos que pone la vida son para saltarlos”
“Yo nací sin parálisis, y a los cinco meses, un día jugando en la cama con mi padre, dice que fui encogiendo el pie derecho y empecé a llorar. Entonces los médicos me diagnosticaron la parálisis. Desde entonces vivo con un 68% de minusvalía que afecta a mi lado derecho desde el hombro hasta el pie”.
Una minusvalía cuando aparece, supone un cambio drástico. “La mayor preocupación que teníamos mi familia y yo era cómo iba a buscarme la vida. El primer intento lo hice vendiendo lotería, en unas condiciones muy malas y por esa época, mi hermano tuvo la suerte de ganar un premio. Entonces él y su mujer montaron un videoclub, y lo llevábamos mi padre y yo. No sé cuantas películas tuve que visionar enteritas, pasaba noches y noches sin dormir. Entenderás que hace 30 años que no voy al cine”, -ríe.
“Después me llamaron de Prodiecu en el 87, el entonces delegado del gobierno en Canarias, Eligio Hernández, propuso a la ONCE acoger a los trabajadores de Prodiecu y en esa oleada, fui contratado, asegurado, y hasta la fecha”.
Avanzar por la vida con la mitad de movilidad que la mayoría y sobreponerse a las dificultades es algo que reconoce “no hubiese conseguido sin el apoyo y la existencia de la ONCE”.
“No puedo creer en un Dios que está muerto”
“Yo me paro en conocerme a mí mismo, llevo 40 años meditando”. Empezó en el 73 y desde entonces practica a diario.
Antonio, como la mayoría de las personas en esta vida, se encontró perdido. Consideró en un tiempo que no iba bien encaminado. Comenzó una búsqueda que le hizo probar en distintos grupos, los testigos de Jehová, en los niños de San Juan de Dios, pero nada sirvió. “Todos hablaban de un Dios que está muerto. Yo cuando voy al médico, no voy a un médico muerto, voy a un médico vivo. Y yo necesitaba sentido, significado y fe en mí y en la vida, y no supe encontrarlo en alguien que murió hace más de 2000 años”.
“La línea de meditación que sigo, sólo me obliga a buscar dentro de mí, que es donde está todo. La vida es una búsqueda y no rechazo nada, porque cada cosa te puede enseñar algo, pero el sentido verdadero lo busco dentro de mí, no fuera. Esto es el infierno y el cielo. Este mundo, para lo que hemos venido a hacer es perfecto.
No me gustan las sectas ni los movimientos que se conforman como un mundo aparte, se ayudan entre ellos y ellos están bien, pero si no eres de ellos, no cabes, no vales, estás equivocado.
Ya me había tragado muchos rollos, pero me convenció una persona que es maestro de meditación porque me habló de mí, me ayudó a buscar en mis sentimientos, y me acompañó en mi experiencia personal, no me remitió a otros“.
La gente se sorprende con el humor, la prudencia y la sencillez de Antonio. Muchas veces me he preguntado, qué desprende, qué tiene que me hace sonreír cada vez que lo veo y la mano se me lanza sola a saludarlo, incluso en los días más cabizbajos en los que decir hola a cualquier vecino me cuesta un triunfo. No sé si son sus bromas o esa mirada pícara. Eso es lo poco que entrega Antonio, eso es lo mejor que te pueden dar. Una persona satisfecha consigo mismo es una fuente de vida, en este río reseco que es a veces, la vida.
28 años se dice pronto, pero 28 años dando la tabarra podrían haber sido un infierno y han sido un placer, hemos tenido un amigo, un tipo que trasmite satisfacción y se ha ganado el cariño, el abrazo de muchas personas y las palabras que hoy, con agradecimiento y con la dulzura que él ha irradiado le quiero hacer llegar de parte de todos los que así lo sentimos. Será desde este mes de junio cuando todas las sillas de la Plaza de España parezcan vacías, pero ya, no lo estarán jamás.
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