Fuerteventura (VIII) / Remedo de isla

Imagen de Lobos desde una playa cercana de Corralejo, en La Oliva

Román Delgado

Lobos —

Se ve desde Fuerteventura y desde Lanzarote casi con la misma nitidez; es un desahogo para los habitantes y para los turistas que se hallan en Corralejo, al norte de Fuerteventura (y también para los de Playa Blanca y Puerto del Carmen, en la vecina Lanzarote), y representa, además de un gran atractivo turístico para las islas más orientales de Canarias, un espacio virgen en el que la naturaleza se expresa con gran alivio. 

La isla de Lobos es un lujo natural protegido por la Comunidad Autónoma de Canarias y, como tal grandeza, resulta imperdonable perderse el espectáculo si se pasa por los alrededores. Remedo de isla o prolongación interrumpida de la mayor Fuerteventura, presenta paisajes áridos y erosionados de gran belleza, con conos modelados por los agentes erosivos y el paso del tiempo y playas suaves, sugerentes y tranquilas en el área sur-sudoeste, a sotavento, donde el litoral ya no se refresca tanto con el impacto del alisio. 

Llegar a la isla de Lobos es una aventura bien sencilla. Desde Fuerteventura, e incluso desde Lanzarote, conseguirlo resulta una tarea muy fácil. Basta con dirigirse a las instalaciones portuarias de los tres núcleos citados y en ellas contratar un viaje con duración no muy prolongada a aquella isla, que incluye paseo marino por el trozo de Atlántico que separa las dos islas mayores y la posibilidad de darse un chapuzón en aguas limpias y frescas, y también la opción de hacer senderismo del bueno, sólo con la belleza de la naturaleza y con el ritmo que ésta impone en el ambiente más cercano. 

Lobos se diferencia de La Graciosa, situada al norte de Lanzarote, en que no es una isla de las pequeñas que tenga presión poblacional. No, por fortuna. En Lobos sólo duerme el faro de Martiño, al norte, y poco más. De humanos, nada de nada, y esto, se mire como se mire, es una gran ventaja. Tampoco se puede acampar en la isla, otra ventaja para su conservación actual y futura, y las visitas y el disfrute sólo se reducen a pasar un día por sus suelos arenosos y pedregosos, con la visión de montañas de origen volcánico tirando a redondas, sin edificios eruptivos del ciclo histórico y con pocos del reciente, y con formas, modelos y paisajes propios de Canarias y siempre de gran valor medioambiental, por ejemplo, Las Lagunitas, un espléndido saladar de los que ya quedan pocos en otras islas del archipiélago.

Por tierra y mar

Para aprovechar bien el tiempo durante la visita a la isla de Lobos, lo ideal es actuar siguiendo dos estrategias fáciles de desarrollar: la primera, dar la vuelta a la isla de Lobos por mar (hacer un crucero vuelta a la isla), para divisar su espectacular litoral y para observar desde la embarcación paisajes y áreas de enorme belleza (charco de La Galera, Las Lagunitas, montaña de Lobos, faro de Martiño…), y la segunda, olvidarse del mundo, ponerse la mochila al hombro, con agua, comida y buenos instrumentos de apoyo para no perderse nada (prismáticos, por ejemplo), y dirigirse desde la Atalaya Chica, al sur, hasta el faro de Martiño, cruzando la isla desde la parte meridional a la septentrional, por pleno centro del espacio virgen. Esta excursión, que lleva unas horas, permanecerá en la retina del visitante y permitirá conocer a fondo las maravillas y los rincones que Lobos esconde cuando no se divisa desde las olas o con el mar hecho un plato.

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