Una política africana dependiente de París

Federico Echanove / Federico Echanove

Ya contamos en la octava entrega de Canarias Ahora Semanal aquella humorada proferida por el pepero andaluz Javier Arenas en un corrillo con periodistas sobre los problemas internos que hace una década albergaba el PP coyunturalmente en dos de sus organizaciones regionales y que recurrentemente aparecían en las ruedas de prensa de Génova 13 cuando era secretario general de aquel partido: “En Ponferrada no hay de qué preocuparse. Es como Canarias pero más pequeñito”.

También relatamos entonces cómo aquello, aunque también pueda revelar cierta mentalidad que sigue vigente entre muchos peninsulares, constituye, como en todas las humoradas, el reverso de lo que realmente se sabe, se conoce y se piensa, ya que a nadie se le escapa que, por razones geoestratégicas obvias, Canarias no es para ningún Gobierno de España ni Ponferrada ni Palencia. Y que no es solamente que la política exterior de España, que dirige en la actualidad José Manuel García- Margallo, en asuntos como las relaciones con la UE tenga siempre una capital importancia para Canarias. Es que, en otros, como las relaciones con el Africa noroccidental y el Magreb, la dicha política mencionada, en caso de que exista, pasa directamente por estas Islas.

Y, de hecho, no hay indicios de que el mal estado que atraviesan en la actualidad las relaciones entre ambos gobiernos se haya trasladado a ese ámbito: con las cosas de comer no se juega, le gusta decir a Paulino Rivero; y con una negociación tan importante como la de la reforma del REF en marcha se trata de ofrecer la mayor imagen posible de colaboración entre administraciones. Y si hay diferencias, no es este el momento de desvelarlas ante la opinión pública. Enfrentamientos como los que en estas últimas semanas, a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado o de la supresión del Plan Integral de Empleo (PIEC), han sostenido la ministra Báñez y la consejera Paquita Luengo no son imaginables en el ámbito de política exterior y, de hecho, históricamente, nunca han sucedido excepción hecha de alguna que otra rabieta de Lorenzo Olarte por algún que otro quítame allá ese descreste arancelario.

En general, y más allá de cierta palabrería, de quejas puntuales por falta de información, o de reivindicaciones de cara a la galería como las derivadas de la mayor o menor presencia del ministerio de Defensa en las Islas, los distintos gobiernos de Canarias -con y sin CC y, con independencia de quien fuera el socio de los nacionalistas- siempre han asumido y aceptado que la política exterior es algo que corresponde al Gobierno de España y cuando alguien se ha desviado de dicha norma también hay quien se ha ocupado desde Madrid de hacer llegar por los canales adecuados que es conveniente no desmandarse y volver al redil.

El ministro García-Margallo admitió en enero en el Congreso que París es quien dicta la política de España en la zona

Lo que ocurre, llegados a este punto es que, más allá de la articulación de Canarias en la Unión Europea, no parece que actualmente España tenga una verdadera política exterior en Africa. Y del mismo modo que en materia económica estamos sometidos a los dictados de Angela Merkel, en política exterior, y particularmente en el norte de Africa, todo indica que, con García- Margallo a la cabeza, el Gobierno de Rajoy se limita a seguir el compás que le marca Francia tanto de modo directo como a través de la Unión Europea.

El propio ministro así lo admitió cuando en el Congreso se debatió en enero de este año el respaldo y apoyo material de España, con unas cuantas decenas de efectivos, a la intervención gala en Malí, cuando alguien le suscitó la cuestión de cuál es el motivo por el que se da por hecho siempre que Francia es quien dirige la política exterior europea en la zona aunque España geográficamente esté mucho más cerca, a través tanto de Canarias como de Ceuta y Melilla,. “Ellos nos preguntan lo que nosotros opinamos sobre Latinoamérica y nosotros les preguntamos a ellos por Africa. Nosotros no tenemos bases en Chad ni en Burkina Fasso. Eso es un hecho y yo no quiero discutirle a Francia que está más cerca” dijo Margallo en respuesta a la diputada de UPyD Irene Lozano. Elena Valenciano, del PSOE, se había lamentadp, poco antes, de la ausencia de una verdadera política de largo alcance en Africa como la que habría comenzado a implementarse en los últimos tiempos de Zapatero mientras nuestra Ani Oramas se había quejado de que a Paulino Rivero no se le había dado información sobre los detalles de la participación española en las acciones bélicas y de si eso afectaría a Canarias.

La geografía de Margallo

A Paulino la rabieta tardaría muy poco tiempo en pasársele y pronto debieron darle la información que quería en el Palacio de Santa Cruz -siempre y cuando la tuvieran-, claro, aunque de aquello nunca más se supo ni se nos dijo nada a los medios. Pero eso no fue lo más importante de aquella sesión: lo verdaderamente significativo, aunque a ningún medio de comunicación se le ocurriera reseñarlo en sus crónicas, ni en Canarias ni en la Península, fue que Margallo admitiera paladinamente y sin ningún tipo de matices, la sumisión a de España a Francia en su política exterior.

Y siendo esto importante no es menos revelador que Margallo argumentara que el motivo de la dicha sumisión es que Francia está más cerca que España de Africa. Eso sí, el argumento militarista para someternos a Francia y cargarnos la geografía más elemental y a nuestras propias Islas de paso es demoledor: Francia está más cerca de Africa que España -o que Canarias, que para Margallo debería ser lo mismo- porque Francia tiene bases militares en suelo africano. O sea que al pan, pan; y al vino, vino. Y yo sin haberme enterado hasta ahora y con estos pelos.

Pocas semanas después, cuando a finales de abril se planteó, mediante una propuesta estadounidense, que el mandato de la Misión de la ONU en el Sáhara se extendiera a los Derechos Humanos, Margallo se enredó en múltiples circunloquios para tratar de justificar que España no respaldara aquello y que, miren ustedes por donde, se alineara con Francia y de Marruecos. Pero la respuesta ya la había dado el mismo ministro el 30 de enero bien clarita en el Congreso de los Diputados para quien quisiera enterarse.

Llegaría después, en el verano, una visita del Rey Juan Carlos a Marruecos, acompañado de un séquito de ministros y exministros, con la que vaya usted a saber si se quería demostrar que, contrariamente a lo que dicen las malas lenguas, aunque España no tenga bases militares en Africa, puede tener una política propia en Marruecos diferente a la de Francia, aunque ésta consista en tener una aún mayor condescencia con su régimen semifeudal, como la mostrada por Margallo al comparar oficialmente la Transición española a la democracia con un supuesto proceso de reformas en el país magrebí que está lejos de haberse producido .

Pero lo cierto es que la cosa no quedó ahí, ya que si la visita tuvo en algún momento el objetivo de reafirmar la identidad de España respecto a Francia en la zona los primeros que debieron partirse de risa tras su conclusión fueron los galos. Y es que el viaje del Rey tuvo el triste y vergonzoso colofón del indulto a un pederasta de nacionalidad española al que desde Madrid sólo se había pedido que se le permitiera cumplir pena en España pero que por error -o porque en el Majzen cuesta asimilar ciertos matices- fue puesto en la calle, aunque afortunadamente fue detenido a poco de llegar a España. Eso sí, a Margallo hay que reconocerle capacidad de reacción y recursos al montar inmediatamente una serpiente de verano a cuenta de Gibraltar para desviar la atención, y de paso poder blasonar de lo valientes que somos plantando cara a la pérfida Albión, ya que en otros lares no lo somos tanto y además somos unos chapuceros.

Hay que destacar no obstante que su actuación maquiavélica le salió bastante bien porque los medios se pasaron todo el mes de agosto dando la murga -que aún colea- a cuenta de lo malos que son los llanitos y se olvidó pronto el oprobioso fiasco que, en el ámbito del llamado Imperio de la Ley y el principio de legalidad, supuso la visita regia a la Corte alauita. Y Margallo se debió sentir feliz de haber vuelto a servir a su Rey, tal como ya hiciera, según él mismo reconoció en marzo pasado en los pasillos del Congreso, en declaraciones recogidas por varios medios, cuando mantuvo dos entrevistas en noviembre y diciembre, cuyo contenido nunca ha sido aclarado, con la Princesa Corinna zu Sayn Wittgenstein.

Y es que entre las credenciales políticas del ministro figura la adhesión a la Monarquía, afiliándose en plena dictadura franquista y cuando sólo tenía 16 años (1960) a las Juventudes Monárquicas, (JUME) organización que respaldaba entonces al padre del Rey, Juan de Borbón. Y como ministro de Juan Carlos I ha seguido mostrándose muy orgulloso de esos orígenes políticos siempre que por ello se le ha preguntado.

Quien es Margallo

Pero ¿quién es en realidad José Manuel García- Margallo? Porque si tradicionalmente se suele reprochar a los jefes de la diplomacia española de un cierto oscurantismo y de extrema prudencia, no cabe duda de que a Margallo no se le puede acusar de dar pocos titulares y de no suscitar polémica y pasiones allá por dónde pasa y habla. Gallo kíkere donde los haya, sus compañeros de colegio ya lo llamaban el Gallo Margallo. Las líneas que siguen pretenden desvelar algunos aspectos de la trayectoria de este hombre de verbo florido y respuesta pronta a quien sus adversarios políticos acusan de actitudes que más de una vez serían, para ellos, bufonescas e imprudentes, a causa de su incontinencia verbal, mientras que sus incondicionales resaltan su bonhomía, cintura e inteligencia.

“Soy monárquico, católico y de derechas ” ha dicho alguna vez. Nada más cercano a la realidad, aunque en otras ocasiones haya dicho que es de centro, tal vez a causa de su paso por la UCD o por el consabido hecho de que, desde los tiempos de Konrad Adenaeur, a algunos democristianos les haya gustado mucho siempre autoubicarse políticamente en ese lugar.

Pues bien, empecemos por señalar que José Manuel García-Margallo y Marfil (Madrid, 1944), el abuelo del Gobierno, ya que nadie en el gabinete de Mariano Rajoy alcanza sus 69 años, procede de una familia de rancio abolengo conservador en la que hubo en el pasado varios militares célebres, más en concreto de los llamados africanistas.. Y se dijo que su deseo en un principio era ser ministro de Defensa, siguiendo la tradición familiar, e incluso se ha especulado con que ese era el lugar que inicialmente Rajoy le había adjudicado en el Ejecutivo, si bien el Rey Juan Carlos, que siempre opina sobre dicha cartera de Defensa, le habría sugerido al presidente del Gobierno el nombre de Pedro Morenés, desplazando a Margallo a Exteriores.

El ministro de Exteriores, monárquico desde su adolescencia, procede de una familia de rancio abolengo de militares africanistas.

Y es que uno de los bisabuelos de nuestro hombre, Juan García y Margallo, de quien proviene su primer apellido compuesto, dio nombre, a finales del siglo XIX, como gobernador de Melilla, a una campaña conocida como Guerra de Margallo, que se desarrolló entre 1893 y 1894 en el norte de Marruecos, aunque no precisamente contra el Sultanato regido por los antecesores de Mohammed VI, sino contra las cábilas rifeñas que amenazaban la ciudad. El entonces gobernador había desatado la ira de los habitantes del Rif al construir una fortificación en un lugar que consideraban santo y moriría poco después en una acción de contraataque que las fuentes históricas que hemos consultado consideran que pudo ser temeraria. La paz no llegaría hasta meses después.

Posteriormente, en 1921, un tío abuelo del ministro, capitán del Ejército, moriría en el episodio bélico mucho más conocido del Desastre de Annual, en el que las fuerzas armadas españolas también actuaron imprudentemente. Todo ello explica la clara vinculación del ministro con Melilla, ciudad por la que fue diputado de la UCD en las legislaturas de 1977 y 1979 antes de vincularse a partir de 1986 electoralmente a Valencia.

No obstante, el padre del ministro fue Inspector Fiscal del Estado y, pese a nacer en Madrid, nuestro hombre pasa su infancia y juventud en el País Vasco, estudiando el bachillerato en los jesuitas de San Sebastián y posteriormente Derecho y Economía en la Universidad de Deusto, que rige también esa misma orden religiosa. Es posible que por aquel entonces entablase ya contacto con dos personas con las que compartía militancia democristiana y monárquica y que tendrían un relevante papel en la política española futura y tal vez también en su ascenso político: el exministro de Asuntos Exteriores Marcelino Oreja Aguirre, algo mayor que él, y el sobrino de aquél y después ministro del Interior Jaime Mayor Oreja, algo más jóven que nuestro hombre.

En1968, el joven José Manuel (García- Margallo) ingresa en el mismo Cuerpo de la Administración que su padre, y se le conceden destinos en San Sebastián y en Castellón, siendo también profesor de la Facultad de Derecho de la ciudad guipuzcoana en 1970, año en el que se casa en Valencia con Inmaculada Vallterra y Musoles, unos seis años más joven que él. El matrimonio tendrá una hija y dos varones y se separará en los años 90.

Una boda de alto copete

Las crónicas de sociedad de los diarios de la época permiten intuir que la boda celebrada a pocos días de la Navidad de aquel año fue de gran ringorrango. Apadrinados desde Estoril por los Condes de Barcelona, como solía ocurrir frecuentemente entonces en las bodas entre aristócratas, llama la atención el elevado número de títulos nobiliarios entre quienes firmaron como testigos del enlace, fundamentalmente procedentes de la familia de la novia.

El joven José Manuel (García- Margallo, insisto, no piensen en otro José Manuel con apellido de ciudad castellana que no es Ponferrada ni Segovia) no tiene más que 26 primaveras entonces y debía ser ya tan brillante como ocurrente, cualidades que en lo poco que uno ha podido percibir décadas más tarde hay que admitir que sigue conservando. Marcha en 1972 a Harvard a realizar un Máster y en 1974, con solo 30 añitos comienza a colaborar con el régimen sociopolítico de cuya cúspide sociológica forma parte como Jefe de Estudios de la secretaría General Técnica del ministerio de Hacienda. En coherencia con lo que hacían otros servidores de dicha estructura de poder que se preparaban para continuar su carrera política cuando falleciera Franco, participa también en proyectos pretendidamente aperturistas como el que, aunque hoy nos parezca mentira, lideraba entonces el gallego Manuel Fraga, embajador por aquellas fechas en Londres, a través de la asociación denominada Federación de Estudios Independientes S.A. (FEDISA) . Poca gente se engañaba, no obstante, respecto al carácter absolutamente inofensivo de dicho aperturismo fraguiano, mientras en España se seguía deteniendo a personas por sus ideas políticas: la sabiduría popular inventó por entonces una canción que decía a ritmo de chotis: “¡Ay qué risa tía FEDISA, se te nota en el azul de la sonrisa!”.

García- Margallo es uno de los últimos supervivientes del franquismo que siguen políticamente en activo

El siguiente paso de Margallo, ya una vez muerto Franco, y siendo legales los partidos políticos desde 1976, fue participar en la fundación de uno de los que crearon los distintos prohombres del régimen, antes de conformar la UCD junto a algunos de los sectores más moderados de la oposición. Fue aquello que los ultras franquistas denominaron peyorativamente el cambio de chaqueta, y que, no nos engañemos, tuvo el benéfico efecto de que, aunque algunos asuntos quedasen pendientes, este país cambiara su sistema político sin grandes traumas y sin vendettas personales.

Era también aquel el tiempo de los denominados partidos-taxi, ya que se decía que sus integrantes cabían en un ídem. Fue el caso del denominado primer Partido Popular -curioso el interés de esta peña por popularizarse, otros constituirían entonces ya Alianza Popular (AP) con Fraga al frente- que fundaron gente como el aristócrata vasco José María de Areilza o el el exministro franquista de Información y Turismo Pío Cabanillas Gallas. Cabanillas era un simpático gallego bastante más gallego y bienhumorado que Fraga al que, en mitad de una de las crisis que, prácticamente desde su inicio vivió la UCD, se atribuye una célebre frase: “estoy seguro de que ganaremos, pero no sabemos todavía quiénes”. Pues bien, en aquel taxi o furgoneta inventado para tener mejor acomodo en la UCD de Suárez, Margallo ocupó uno de los asientos.

De este modo, en las primeras elecciones democráticas de 1977, el ya no tan joven Gallo Margallo es elegido diputado por Melilla y preside la Comisión de Peticiones de la Cámara. Al ser nombrado ese mismo año Pío Cabanillas ministro de Cultura, obtuvo también una subdirección general en dicho ministerio. Y es que, en definitiva, Margallo es uno de los últimos supervivientes de la generación de franquistas que contribuyeron a la transición y que siguen en activo, aunque en el régimen anterior, y por obvias razones de edad, nunca pudo ocupar cargos de gran relevancia.

El paso por el PDP

En la UCD -en donde junto a exfranquistas había también miembros de la oposición moderada socialdemócrata, liberal y democristiana- se alineará en las trifulcas internas pronto con los democristianos y será portavoz de Economía. Ello le llevará a integrarse en el Partido Demócrata Popular (PDP) que se coaliga con Alianza Popular cuando la UCD estalla en 1982. Cuando Fraga dimite en 1986, el PDP abandona Coalición Popular, si bien en 1989, cuando se refunde Alianza Popular en el Partido Popular que hoy conocemos, tras el retorno de Fraga, los democristianos volverán a integrarse en la formación mayoritaria de la derecha.

En todas estas idas y venidas, el entonces diputado por Valencia tiene bastantes roces con el presidente del PDP -que para entonces había modificado su nombre por el más simple de Democracia Cristiana (DC)-, el hoy cónsul en Chicago y exembajador ante la OTAN Javier Ruperez. Y es que Margallo era partidario de acelerar la entrada de los democristianos en el PP una vez que, en un momento determinado, se baraja la posibilidad de que su buen amigo Marcelino Oreja sea el candidato de los conservadores a la presidencia del Gobierno en 1989.

En 1994, coincidiendo con su separación matrimonial, Margallo integrará las listas del Parlamento Europeo y revalidará el acta de manera sucesiva hasta su nombramiento como Jefe de la diplomacia española. Sus conocimientos de economía los aplicará a la política europea, en donde es vicepresidente del Comité de Asuntos Monetarios. Casado en segundas nupcias con la economista Isabel Barreiro, de origen asturiano, y colaboradora en el ministerio de Economía del exvicepresidente Rodrigo Rato, antes de ocupar diversos cargos en la Comunidad de Madrid.

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