Bosques y fieras rodeaban a los ancestros de los canarios

El primer jefe romano que traspasó la cadena montañosa del Atlas describió los sorprendentes y desconocidos parajes en los que habitaban tribus como los Canarii, de los que podría proceder la población prehispánica canaria, y que vivían entre bosques densos y profundos llenos de elefantes y leones, de los que posteriormente se proveería el Imperio.

La descripción corresponde a la conferencia La campaña norteafricana de Roma y el sorprendente entorno de la tribu de los Canarii que tiene previsto impartir el conservador del Museo Arqueológico de Tenerife, José Juan Jiménez, el 17 de abril en el Museo de la Naturaleza y el Hombre de la capital tinerfeña dentro del curso Los detectives de la naturaleza.

José Juan Jiménez, que también es doctor en Prehistoria por la Universidad de La Laguna y autor de libros como Canarii. La génesis de los canarios desde el mundo antiguo, explica en una entrevista a Efe que su investigación sobre el norte de África engloba fuentes escritas grecorromanas, evidencias arqueológicas, información paleoambiental y etnología tribal.

Este acopio de datos permite “la reinterpretación del entorno norteafricano, una visión innovadora en un ámbito continental dinámico y cambiante”, señala el arqueólogo.

Detalla que en el siglo I grupos líbicos norteafricanos se levantaron contra Roma y tras meses de duros combates, los romanos derrotaron a las tropas de Aedemon, líder de los insurrectos, pero las tribus que no aceptaron la paz se trasladaron a las montañas del Atlas y, al año siguiente, reanudaron las hostilidades.

Explica Jiménez que, para mitigar esta rebelión, el emperador Claudio envió en el año 42 como legado a Suetonio Paulino, el primer jefe romano que traspasó el Atlas.

“Las referencias arqueológicas y el paleoambiente del Magreb muestran un elenco de especies que -entre otras- incluye bosques de cedro y thuya, el león y el leopardo de Berbería, el elefante y el oso del Atlas, así como diversos herbívoros, carnívoros y reptiles, coincidiendo con datos que el Legado imperial envió al Senado romano para informar sobre su campaña expedicionaria”, dice José Juan Jiménez.

Según la información recabada, Suetonio Paulino confirmó que la altura de la cadena montañosa era elevada y que su base la ocupaban bosques densos y profundos de árboles con troncos altos, brillantes y sin nudos.

Suetonio Paulino recorrió y traspasó los márgenes de un río llamado Ger, atravesó desiertos de polvo negro con rocas eminentes que parecían calcinadas y localizó a grupos tribales como los Canarii en un área cuyos bosques cercanos estaban llenos de elefantes, fieras y todo tipo de serpientes.

El experto añade que “los hechos posteriores demostraron el interés económico subyacente en el relato: bosques de cedro y de thuya, esto es, maderas preciadas; elefantes, es decir marfil con el que labrar objetos suntuarios; así como fieras y otros animales para la obtención de pieles, los espectáculos, juegos y cacerías”.

De la misma forma que sucedía con otros lugares distantes en la fachada atlántica como Mogador, actual Essaouira (Marruecos) y su entorno, los romanos encontraron fuentes de materias primas muy cotizadas como madera, goma sandaraca, marfil, fauna silvestre, pieles, murex y púrpura.

Según el conservador del Arqueológico de Tenerife, las fuentes grecorromanas citan que en Mauretania se fabricaban mesas de madera hermosamente veteada y grandes dimensiones que se exportaban a Roma, donde alcanzaron precios entre medio millón y 1.300.000 sestercios (equivalentes a 91 kilogramos de oro en época de Nerón) pues una de estas mesas podía alcanzar el valor de una explotación agraria.

A fines del siglo I, las mesas de madera de thuya se hicieron descansar en pies de marfil, como los del asiento descubierto recientemente en Herculano (Italia), con el que también se hacían los cetros y tronos de los emperadores y las estatuas de los dioses que se colocaban en los templos.

José Juan Jiménez añade que el uso de la púrpura para teñir la vestimenta era muy considerado por los romanos pudientes y en las celebraciones triunfales la combinaban con el oro.

En unos tiempos en los que el salario anual de un legionario romano ascendía a unos 900 denarios, el precio de una libra (270 gramos) de púrpura violada ascendía a 100 denarios de plata y se pagaban mil por una libra de la famosa púrpura Dibaphia Tiria, que era teñida dos veces.

Los precios no dejaron de subir con el paso de tiempo hasta el punto de que una libra de púrpura Serico blatta (exclusiva del emperador) llegó a costar 150.000 denarios.

Como la obtención del color rojo-morado era muy costosa -pues un solo gramo del producto se extraía de más de 10.000 ejemplares- fue asociada con el lujo y el poder, de forma que “vestir la púrpura” estaba reservado a reyes, emperadores, gente adinerada y sumos sacerdotes.

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