''Coge un macho, que vale para trabajar''
“Coge un macho, que vale para trabajar, te ayudará en el campo y es menos problemático que una hembra”. Así, como si de animales de tratara, o mano de obra barata, es cómo se exponían a los niños y niñas de la Casa Cuna de Tenerife, “candidatos” a ser falsamente adoptados.
Fue de esta manera como un matrimonio de Gran Canaria, amigo de militares, decidió qué criatura, de las cuatro que le habían puesto en fila en ese hospicio, se llevaba consigo. Se trataba de una adopción ilegal, sin consentimiento expreso de los progenitores, y ocurrió en 1968.
El matrimonio optó por Milagros, una niña de seis años que fue llevada a Montaña la Data, al sur de Gran Canaria, y alejada sin comerlo ni beberlo de sus otras dos hermanas y un hermano, todos dejados en la Casa Cuna por sus padres, que nunca renunciaron a ellos. “Cuando mi madre fue a la Casa Cuna le habían arrebatado tres de sus hijos”, recuerda, emocionada, Milagros.
Las tres niñas, Aya, Juani, Milagros, y el “macho”, Félix, que apenas tenía un año, fueron expuestos así a matrimonios con poder, militares o amigos de militares. Juani, Milagros y Félix fueron fraudulentamente adoptados.
“Yo recuerdo con seis añitos que vinieron varios matrimonios, y nos pusieron a todos los hermanos allí, los cuatro, Aya, Juani, Félix y yo. Una monja nos puso en fila. Y los matrimonios venga a dar vueltas a nuestro alrededor. A mí me miraba mucho un señor, el que me adoptó. Y recuerdo una frase de la monja: 'coge el macho, que vale para trabajar y te ayudará en el campo, y es menos problemático que una hembra'. A mí eso se me quedó grabado”, afirma Milagros a CANARIASAHORA en la primera entrevista que concede en su vida.
En su caso, en concreto, pasaron tres años hasta que se ajustaron los papeles en el Registro Civil. Un buen hombre se encandiló con la niña. “Me dijo '¿no les das un abrazo a tu papá?' y le respondí 'pero papá por qué no has venido a verme, por que me tienes aquí, aquí me pegan'.
Milagros salió de la institución que estaba a manos de las Hermanas de la Caridad y que en los años 60 ya era dependiente del Cabildo de Tenerife “raquítica y sin dientes. Me salieron con 14 años”.
“Mi padre era un bendito. Mi madre, no”
La niña confundió a ese hombre con su verdadero progenitor, del que no tenía recuerdo alguno. “Mi padre (el adoptivo) era un bendito. No tolero que se hable mal de él. Me sacó de la Casa porque me pegaban. Con él no tenía miedo. Pero mi madre no me quiso nunca y me ha hecho la vida imposible. Yo iba al colegio y tenía que ir y volver caminando, y tenía que hacer la comida y limpiar la casa. Mi madre me pegaba mucho, mucho, me ha hecho mucho daño”.
Así, Milagros pasó de una Institución en donde, si no comía “me metían la cara en el plato”, a una familia en la que por un lado recibía el cariño inmenso de su supuesto padre y por el otro, continuaba el maltrato por parte de su supuesta madre, que aún hoy le pleitea su herencia paterna en los tribunales. “Salí de un infierno para meterme en otro”, solloza. “Me decía 'ojalá te hubiese dejado allí', y yo le respondía 'si no me quería para qué me trajo'”.
Tuvieron que pasar 22 años hasta que Milagros volvió a abrazar a sus hermanos. Fue por el empeño de Aya, la hermana mayor, la única de los cuatro que no fue adoptada, que una vez fuera la Casa Cuna decidió buscar a su familia, hasta que la encontró.
Adopciones con colaboración
Según relata Milagros, después de haber sido “elegida”, siguió viviendo durante varios meses en la Casa Cuna, pero de viernes a domingo era llevada al domicilio de Natalio Fernández, guardia civil, y su esposa Emilia, en la santacrucera calle de La Rosa. Los padres adoptivos, Rafael y Genoveva, que tenían un terreno en Montaña la Data antes de ser la urbanización que ahora es, la visitaban de sábado a domingo. Hasta que la llevaron consigo. La adopción se registró en 1971. Los padres biológicos no lo sabían.
Trasladar a los niños a otras provincias, o incluso a la Península, era una buena estrategia para que los padres biológicos perdieran la pista de sus hijos. La mayoría eran pobres, cargados de retoños, con una educación elemental y, sobre todo, sometidos a la fuerza del clero, los militares y los pudientes. Ni se atrevían a preguntar.
Esto es lo que revelan, al menos, las decenas de documentos y testimonios que obran en poder de Sin Identidad (sinidentidad@gmail.com), el colectivo creado en Canarias por los afectados de la Casa Cuna, filial en las Islas de la Plataforma estatal de Niños Robados.
“En el colegio al que iba me insultaban por ser adoptada”, recuerda Milagros, “me arrimaban para allá, me llamaban santanera, hasta que le pregunté a mi padre que era eso y me dijo que yo no era santanera, que eso es quien no se sabe quiénes son los padres, pero que en mi caso, sí se sabía quiénes eran”.