Del rastreo de contactos al carnaval: tesis e incógnitas de la desigual evolución del coronavirus en Canarias

Planta 8 del Hospital Insular de Gran Canaria, preparada para pacientes con COVID-19. (EFE)

Iván Suárez

Las Palmas de Gran Canaria —

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¿Por qué Canarias es el territorio menos afectado de España por la COVID-19 en relación con su número de habitantes? ¿Qué razones explican que Tenerife haya estado cerca de triplicar el número de casos diagnosticados en Gran Canaria cuando la población es similar? ¿Debe temer el Archipiélago una segunda oleada del coronavirus más virulenta? En un escenario que ya ronda el crecimiento cero en contagios en el conjunto de la comunidad autónoma y con tres islas (La Graciosa, La Gomera y El Hierro) ejerciendo de avanzadilla en el proceso de “transición hacia una nueva normalidad” ya iniciado, la evolución de la pandemia sigue dejando, tres meses después de la detección del primer positivo, pocas certezas y muchas incógnitas que la comunidad científica trata de ir despejando para conocer mejor el comportamiento del virus. 

El análisis del epidemiólogo Ferrán Martínez, exdirector y profesor emérito de la Escuela Nacional de Sanidad- Instituto de Salud Carlos III, parte de dos evidencias observadas en las zonas que han sufrido de forma más severa el embate del virus: la “afectación diferencial dentro de los territorios de un país” y la transmisión de la enfermedad “por contacto entre personas”.  Así ha sucedido en el epicentro de la pandemia, en la ciudad de Wuhan, en la provincia china de Hubei, pero también en Italia, en la zona de Lombardia y el Véneto, y en España, en tres polos: Madrid y las dos Castillas, el País Vasco-Rioja y Navarra y Catalunya. “La incidencia, en general, baja cuando nos desplazamos hacia el sur. También hacia el este. Excepto en el área metropolitana de Barcelona, en la zona mediterránea hay una menor afección”, explica.

A partir de esas consideraciones, Martínez apunta un elemento clave que permitiría explicar algunas diferencias: el rastreo, la vigilancia epidemiológica, para aislar a las personas que han podido estar en contacto con los casos diagnosticados. El experto señala que determinadas comunidades, entre las que incluye a la canaria, han podido tener una mayor capacidad de respuesta para el seguimiento de la población sospechosa y, con ello, han podido frenar la propagación del virus, mientras que otras, como Madrid, han experimentado una “eclosión rápida” que ha saturado los servicios sanitarios y ha dificultado esta labor. “El control de casos y su trazabilidad es fundamental, es clave en la contención de las epidemias. Ya lo fue en el brote de meningitis meningocócica”, ha recordado el exdirector del Instituto Carlos III. 

El también epidemiólogo Luis Bello coincide con esta tesis y pone como ejemplo el caso de Gran Canaria, isla que a finales de abril contabiliza apenas 63 casos por cada 100.000 habitantes. “Atención Primaria de Gran Canaria potenció los equipos para hacer seguimiento de los contactos desde que se registraron los primeros casos en hospitales o domicilios. Ahí está la clave, se llama a la familia, a los contactos, se controla. Si no se hace, aumenta la transmisibilidad”, afirma el especialista en Salud Pública, que explica que este virus se desarrolla a través de los llamados clusters, grupos de infecciones muy concentradas en un mismo lugar y tiempo. “Este trabajo de control de contactos, a través de seguimiento telefónico, ha sido una ventaja porque ha permitido aislar a personas que podían estar contagiadas”, ha añadido. 

En el Archipiélago se registró el 31 de enero el primer positivo por COVID-19 en España, el de un ciudadano alemán que viajó a La Gomera tras estar en contacto en su país con una persona contagiada. También uno de los primeros desafíos colectivos, el que obligó a confinar a las personas alojadas en un hotel del sur de Tenerife después de que se detectara que uno de sus clientes, de nacionalidad italiana, estaba infectado. La eclosión se produjo a mediados de marzo y ha afectado principalmente a una isla, Tenerife, que ha concentrado más del 60% de los positivos por COVID-19 en el Archipiélago con una población no muy superior a la de Gran Canaria (917.841 frente a 851.231 habitantes en 2019, según datos del Instituto Nacional de Estadística). A finales de abril acumulaba alrededor de 1.400 personas infectadas, lo que significa aproximadamente 152 casos por cada 100.000 habitantes, más del doble que en la isla vecina.

Entre la comunidad científica no existe aún una teoría concluyente para explicar esa mayor incidencia en Tenerife, se insiste en que aún es prematuro aventurarse a aportar una tesis definitiva y que debe estudiarse con detenimiento, aunque se barajan algunas hipótesis.  El portavoz del comité que asesora al Gobierno de Canarias durante esta emergencia sanitaria, el catedrático de Salud Pública y Medicina Preventiva Lluís Serra-Majem, restó recientemente importancia a las diferencias detectadas con respecto a Gran Canaria, aunque apuntó dos posibles causas: la entrada del virus en algunas residencias sociosanitarias ubicadas en Tenerife (Fasnia, Puerto de la Cruz, Tacoronte…) y la decisión del Ayuntamiento de la capital de la isla picuda de mantener los actos del carnaval durante el fin de semana del 22 y el 23 de febrero, fechas en las que el Archipiélago sufrió el peor episodio de calima de los últimos 40 años. La programación festiva en Las Palmas de Gran Canaria sí fue suspendida, aunque Serra precisa en un comentario publicado recientemente en sus redes sociales que esa “inclemencia meteorológica” afectó menos a Tenerife. 

Temperaturas, densidad de población, movilidad

Otro de los factores que podría explicar la baja incidencia del coronavirus en Canarias es su clima. Luis Bello remarca que los resultados preliminares de un estudio elaborado por el Instituto Carlos III y la Agencia Estatal de Meteorología demuestran que existe una correlación entre las temperaturas y la extensión del virus. “En las regiones más frías, el crecimiento es mayor. En Canarias, con temperaturas de entre 20 y 24 grados, no crece tanto. En la práctica, se ajusta a lo que está pasando. También sucede con la gripe”, señala el especialista en Salud Pública.

En colaboración con un catedrático de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) Bello prepara un estudio para vincular las curvas de los casos detectados en las Islas, en España y en Europa con una serie de variables que han podido influir en esta crisis sanitaria. Desde las temperaturas registradas en los territorios, “día tras día, semana tras semana”, hasta las condiciones sociales de los afectados. “De momento se ha trasladado un perfil de casos sintetizados que no aportan información relevante. No sabemos dónde viven, en qué distritos o comarcas, con qué densidad de población… Puede tener mucha relación con los factores de riesgo. Algunos epidemiólogos están planteando la posibilidad de que en Madrid se hayan producido contagios en zonas con peores condiciones de vida. La pobreza también tiene que ver con la transmisibilidad”, apunta el experto, que matiza, no obstante, que no existe aún un trabajo consensuado y publicado y que de momento se trabaja en el terreno de las hipótesis. 

Al factor de la concentración y la densidad urbana, Ferrán Martínez añade el de las comunicaciones entre poblaciones limítrofes, lo que entronca, en el caso de Canarias, con el hecho insular como fortaleza para contener la epidemia en un contexto de confinamiento y de cierre del espacio marítimo y aéreo. La más pequeña de las islas, La Graciosa, con unos 700 habitantes, ha resistido durante toda la emergencia sanitaria sin contabilizar positivos por COVID-19 tras cerrar su principal fuente de ingresos, la llegada de visitantes. La Gomera y El Hierro han seguido sus pasos. Sin nuevos contagios desde el 2 de abril y con todos los pacientes que habían contraído la enfermedad ya recuperados, se erigen, junto a la octava isla y la balear de Formentera, en territorios libres de coronavirus y en punta de lanza del proceso de “transición hacia una nueva normalidad” anunciado por el Gobierno de Pedro Sánchez el martes. 

Temor a una segunda oleada

Entre la comunidad científica existe un cierto consenso sobre la previsible llegada de un rebrote del coronavirus el próximo otoño. Así lo apuntan, por ejemplo, los modelos epidemiológicos elaborados por la Universidad de Harvard, en Estados Unidos. “En aquellos lugares que han tenido una baja incidencia, es probable que se dé una nueva ola”, coincide Ferrán Martínez, que cita dos elementos cruciales en este proceso de desescalada ya iniciado. Por un lado, las encuestas de seroprevalencia, que van a dar “la imagen de la intensidad de la infección en el conjunto del Estado y en las comunidades autónomas” y permitirán conocer “cuál es la inmunidad individual y grupal” (la resistencia frente al virus) para, a partir de ahí, tomar decisiones. “Es una información muy importante”, asegura el exdirector del Instituto de Salud Carlos III, que insiste, por otra parte, en que la Atención Primaria va a desempeñar un papel esencial en el control y seguimiento de los casos en colaboración con las unidades de vigilancia epidemiológica. “El virus muta, pero en segundas oleadas suelen venir con menos potencia. Inmunidad parece que hay, ahora hay que saber cuánta. Lo sabremos con los estudios de seroprevalencia”, añade Bello. 

El doctor en Veterinaria José Bismarck, catedrático de Epidemiología y Medicina Preventiva de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), alerta de que en las Islas el número de personas que han tenido contacto con el virus es pequeño y, por lo tanto, la cifra de ciudadanos susceptibles de contagiarse es mayor. “No sabemos cuál es el porcentaje de prevalencia. Podría estar en torno al 4 o al 5%. Ahora hay que extremar las medidas de seguridad, escalonar las salidas, resguardar a la población más susceptible, a las personas mayores, a las que tengan patologías previas. Debemos estar seguros de que quienes trabajan de cara al público no pueden contagiar”, señala el experto, que considera que el estudio de seroprevalencia ha llegado tarde. “Ya debería estar hecho, antes del plan de desconfinamiento. A lo mejor no era necesario haber sido tan puristas en el diseño, igual la prospección no tendría que haber sido con la profundidad que pretenden. Es necesario saber cuál es la prevalencia en las regionales españolas y es importante saberlo pronto”. Para Bismarck, el plan de “ensayo y error” propuesto por el Gobierno central “puede ser muy negativo desde el punto de vista sanitario y económico”. 

“Aún no sabemos cómo se comporta el virus desde el punto de vista inmunitario. Es un agente nuevo, no tenemos una inmunidad de base y se multiplica de manera bestial. Es muy contagioso. Lo normal sería que su virulencia se fuera atenuando. En sucesivas oleadas, ya estaremos alerta. Aunque la inmunidad sea pobre, ya podríamos responder”, señala el catedrático de la ULPGC, que alerta de que existe un riesgo de rebrote “si bajamos la guardia”. 

Un error “de bulto”

Según Bismarck, esta crisis sanitaria producida por el coronavirus parte de “un error de base, de bulto”, que atribuye a una decisión adoptada por las autoridades sanitarias españolas en enero, la de “minimizar el riesgo del microorganismo al describirlo como un patógeno de tipo 2 y no  4”, el grupo en el que, a su juicio, debería haberse encuadrado por su capacidad de difusión, su alta contagiosidad y su capacidad para producir una pandemia. “Si se hubiera visto lo que ocurrió en China y se hubiera hecho un buen diagnóstico, nos hubiésemos tenido que preparar para la ola desde enero”, sostiene. 

El virólogo lamenta además que, a diferencia de lo que ha ocurrido en Alemania, donde el Gobierno ha puesto al frente de la gestión de la crisis a un veterinario, en España se haya prescindido en los comités asesores de profesionales especializados en salud animal. Bismarck recuerda que la mayor parte de este tipo de enfermedades se origina en los animales y se transmite al ser humano (zoonosis). “Nos han soslayado. Tenemos mucha experiencia, son años luchando en la prevención y control de epidemias, se nos ha minusvalorado. Tenemos laboratorios de investigación en la universidad, capacidad y bagaje para la realización de (los test de detección) PCR y el diagnóstico”, denuncia. 

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