De niño de la guerra en Bosnia a trabajador de la Comisión Europea

Haris Avdic Pejicic, de 29 años, criado en Fuerteventura

Efe / Eloy Vera

Puerto del Rosario —

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Con 20 meses, Haris salió en brazos de su madre huyendo de la guerra de Bosnia en un convoy humanitario; no tiene memoria del conflicto, pero sí recuerda, tal vez sea una secuela de la guerra, el temor que tenía de niño a ver uniformados y a escuchar noticias de la banda terrorista ETA, cuenta este joven trabajador de la Comisión Europea.

Gracias a las historias de su madre, una periodista de la televisión bosnia que con 31 años tuvo que abandonar Sarajevo en mayo de 1992 huyendo del conflicto, Haris Avdic Pejicic, de 29 años, ha podido reconstruir el relato de la guerra y su historia familiar. Coincidiendo con el Día Mundial del Refugiado el 20 de junio, el joven comparte con Efe su historia como hijo de refugiados.

Su madre Snjezana era periodista de la sección de cultura hasta que el conflicto le hizo calzarse las botas de corresponsal de guerra. En una de las coberturas, vio cómo una granada mataba a un padre con su hijo en brazos.

Ese día decidió escapar de Sarajevo con su pequeño en un convoy humanitario junto a otras mujeres e hijos. Dejaba atrás a su marido, de origen bosnio, escondido en casa de un familiar por miedo a ser reclutado.

Salieron hacia Croacia en guagua, lo que para cualquier niño “hubiera sido un paseo en autobús, de no ser por las anécdotas que hubo en algún cruce de fronteras con paramilitares serbios”, cuenta Haris.

A continuación, recurre al relato que ha escuchado a su madre para explicar cómo los soldados los tuvieron retenidos y amenazaban con matar a los pequeños con la excusa de que no era un convoy humanitario sino un grupo de madres y niños que transportaban armas de un frente a otro.

Budapest, Belgrado, Madrid, Canarias

Llegaron a la ciudad croata de Slit, donde unos antiguos compañeros de su madre le dieron techo hasta que, a finales de agosto, se acoplaron a un convoy con destino Budapest. Luego se trasladaron a Belgrado, donde encontraron a una tía suya como refugiada.

Finalmente, viajaron a España en un convoy con 1.500 mujeres y niños. En diciembre de 1992, comenzaron una nueva vida como refugiados en un país donde no conocían el idioma ni el futuro que les esperaba; se alojaron, junto a un grupo de refugiados, en un colegio abandonado en la carretera que va de Madrid a Leganés.

Haris comenzó en la escuela con tres años, en esos momentos, las clases eran “el sueño de algunos partidos políticos de ahora con todos los niños españoles”, ironiza el joven y apostilla: “yo era uno de los primeros estudiantes que llegaban sin saber castellano, creo que, en Infantil, extranjeros sólo éramos un compañero peruano y yo”.

Su padre, ingeniero de Caminos, consiguió llegar a España en 1994 y dos años después todos se mudaron a Fuerteventura gracias a una oferta de trabajo del cabeza de familia en unas obras del aeropuerto.

Para un niño de los noventa de la península resultaba exótico viajar y vivir en Canarias, ese conjunto de islas que aparecía en un recuadro en la parte izquierda del mapa del tiempo donde siempre había un sol colocado. “El recuerdo más importante que tengo era poder vivir cerca del mar, en Leganés era impensable”, comenta.

Asegura no tener mal recuerdo de la escuela ni haber sido señalado por ser refugiado en el colegio, pero sí añora a esa parte de la familia y la historia que podría haber pasado en Bosnia y no vivió.

Envidia de los niños que tenían primos

Cuenta, en conversación telefónica, que una de las cosas que más envidia le daba era que “los compañeros de clase en Primaria tuvieran primos, yo estaba solo y, en cambio, ellos tenían primos y tíos”.

Para este joven, tener toda esa familia le parecía “mágico, por ejemplo, tener un primo con el que ir de vacaciones, compañeros de tu misma edad dentro de la propia familia, eso era algo que había en Bosnia y que no conocí hasta tener diez años”.

Poco después de terminar la guerra, sus padres y él pudieron viajar a Sarajevo. Recuerda que para un niño de siete años era “muy extraño ir a un país donde no había Nintendo ni centros comerciales, sino un lugar que acababa de pasar una guerra con viviendas destrozadas”.

De aquel viaje, también recuerda que había muchas cosas que quería decir a su familia, pero para las que sólo tenía palabras en español, “no tenía vocabulario en serbocroata para poder expresarles sentimientos y preguntas”.

También ha retenido en la memoria la imagen de militares en la calle y cómo su madre se las ingeniaba durante aquel viaje para pasar con él a territorio serbio. “Mi nombre es musulmán y, cuando teníamos que pasar a una zona serbia, me cambiaba un poco el nombre y me explicaba por qué tenía que ser”, cuenta.

Haris celebra que sus padres siempre quisieran que conociera la historia de su país y se formara “sobre lo que pasó en Bosnia”. “Crecí en un matrimonio mixto, mi padre era bosnio musulmán y mi madre serbobosnia, pero ellos siempre quisieron que no tuviera ningún odio o rencor escondido hacia ninguna de las partes”.

Siempre migrante

Con 17 años, se fue a terminar el bachillerato a Italia, luego a Reino Unido a estudiar el grado de Ciencias Políticas y, más tarde, un máster en economía política en Italia.

Ya graduado, trabajó en América Latina y el Caribe y, más tarde, en la OCDE de París. “Desde que he terminado la carrera he sido un inmigrante, porque nunca he trabajado en España”, comenta.

En este momento de la conversación, deja su relato personal para hablar de la situación de los inmigrantes y refugiados, y lo primero que hace es lamentar “el nivel de tergiversación que hay con la imagen que cualquier refugiado o inmigrante es un criminal”.

“Mis padres era miembros de la clase media y, por circunstancias completamente exteriores a ellos, fueron expulsados de sus hogares y tuvieron que empezar de cero, en ningún momento fuimos criminales ni dependientes del estado ni ninguna de esas etiquetas de las que ahora se habla como el Ingreso Mínimo Vital y las ayudas sociales”.

Concienciado con el discurso migratorio y la situación de los refugiados, reconoce que “prejuzgar a un bebé o a un niño a esas edades” es lo que más le “conmueve porque se les está cerrando toda esa ventana de oportunidades e integración y todas las cosas maravillosas que puede aportar una persona que ha nacido en otro sitio a la sociedad española”.

Desde octubre, trabaja en la Comisión Europea, con programas de financiación para países externos al club comunitario. Se muestra satisfecho de sus logros, también lo celebra su madre desde Fuerteventura, donde todos la conocen como “Ana la bosnia”.

A pesar de todo, tuvo una infancia feliz sin tener que soportar un dedo señalando o escuchar insultos. “He tenido suerte de ser un niño rubio de ojos azules y tremendamente blanco, si hubiera estado en otra situación cromática estoy seguro de que no hubiera sido una historia tan agradable, pero esta vez la genética jugó mucho a mi favor, por desgracia”, concluye.

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