Janfry

Janfry

Leandro Betancor Fajardo

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Esto es lo primero que veo al abrir los ojos cada mañana: la imagen silenciosa y desenfocada del hocico de mi perro. 

Esa trufa parece en sí misma otra criatura ajena al resto del animal. Está como adherida a esa parte de su anatomía y parece tener vida propia. Me quedo un buen rato mirándolo y al mismo tiempo veo a un triste Dart Vader sin casco y los ojos cerrados que a dos caracoles vistos por debajo de un cristal. Es hipnótico. 

Todos los sentidos se concentran en su morro. Me mira a través de su nariz. Me habla a través de su respiración. Es su sutil manera de decirme que si no le abro la puerta y le doy su pienso, yo seré su desayuno. 

Un perro tiene su olfato desarrollado sesenta veces más que un humano. Por eso hoy huele mi pena. La huele desde que anoche sonó el teléfono y sus orejas, antenas también de ese sexto sentido, intuyeron, antes que yo, que nada bueno venía de la voz que sobresalía a gritos del auricular. 

Todo lo que le falta a su sentido de la

vista, no distinguen los colores igual que nosotros, lo compensan con su súper olfato. 

Eso explica que hoy Janfry se huela el marrón en el que estoy, aunque yo no lo he buscado. 

''Esto lo arreglo yo con un par de lametones…'', pensará. Arreglarlo no sé, pero ayudar, ayuda. 

La de psicólogos que me ahorrado yo gracias a él. 

En fin… esta tarde Marta vendrá a por sus cosas. Pero Janfry se queda conmigo. 

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