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El yoga, una disciplina que te cambia la vida: “Era todo lo que necesitaba”

Anaís, profesora y fundadora de Anitcha Yoga.

Silvia Álamo

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“Empecé a practicarlo porque los médicos me lo recomendaron cuando me diagnosticaron fibromialgia. Lo cierto es que no me quita los dolores que me causa esta enfermedad, pero sí he mejorado bastante. Ha sido un descubrimiento enorme”. Para Elena el yoga ha sido una gran revelación, al igual que para la mayoría de las personas que lo practican, que en general se iniciaron por recomendación médica o por la insistencia de una persona conocida. Esta disciplina de origen milenario con una gran evolución en el mundo occidental se inició en la India y su principal objetivo es conseguir una mente más tranquila, iniciar un camino de evolución personal que enseñe a vivir de forma pacífica. La propia palabra ‘yoga’ así lo define: “unión del cuerpo, la mente y el alma”.

Anaís se inició en el yoga tras sufrir una situación de estrés muy fuerte en su vida y, a raíz de ella, la enfermedad del herpes zóster, algo que le provocó muchos dolores de espalda. En ese momento se dio cuenta de que la única forma de aliviar el dolor sin medicación era esta práctica. De forma autodidacta comenzó a interesarse por esta disciplina a través de Internet y con la lectura de libros hasta que decidió volcarse por completo. “Un día estudiando para opositar a la Guardia Civil, una profesión que me viene de familia, decidí que mi camino no era ese, sino dedicarme al cuidado físico”, relata. Lo dejó todo e hizo la formación de profesorado con el objetivo de sentirse mejor cuando descubrió que tenía que mostrarlo al mundo. “Se me quitaron dolores, el estrés había desaparecido, mi manera de pensar había cambiado, era el momento de compartirlo con el resto del mundo”. 

En 2022, y después de llevar unos años viviendo en Teror, hizo una jornada de puertas abiertas al yoga en un centro deportivo del municipio. Vio que había mucha gente interesada, así que decidió arriesgar y montar la que hoy es su escuela, Anitcha Yoga. En ella imparte Hatha Vinyasa, Yin Yoga e Hipopresivos, además continúa formándose para impartir yoga infantil y en ocasiones hace retiros, talleres de alineación de postura, yoga dance, además de colaboraciones con otras empresas. 

En el municipio vecino y con una historia totalmente diferente tiene Eva su escuela La Isla. Su trayectoria en el teatro haciendo musicales le abrió las puertas a este mundo. Aunque cuenta que había tenido una primera experiencia a través de un libro que le habían regalado con secuencias de yoga, su verdadero encuentro con esta disciplina llegó cuando vio a una compañera bailarina practicarlo para calentar antes de una actuación. “Hacía saludos al sol y alguna secuencia y yo me quedaba mirándola, comencé a seguirla y me empecé a adentrar, ella fue mi primera maestra”, explica. Después de casi tres años buscando un lugar “idóneo” llegó a Arucas y se enamoró de la Ciudad de Las Flores, donde abrió su sala. Allí realiza Hatha Vinyasa, un tipo de yoga muy dinámico y flexible a la hora de permitir explorar todo tipo de asanas -posturas corporales-.  

Sobre los beneficios de la práctica, ambas profesoras coinciden en que son “infinitos”. Aprendes a respirar, lo que provoca una mejora en el estado de ánimo; aumenta la flexibilidad, que supone una ayuda para aliviar las tensiones musculares; mejora la postura corporal, previniendo dolores lumbares… En los músculos y huesos contribuye a evitar la pérdida de masa ósea, aumentando la flexibilidad de las articulaciones y ayuda a tener un cuerpo más tonificado. Para la mente te brinda facilidad para dormir y relajarse, mejora la capacidad de concentración, aumenta la autoconfianza y el autocontrol. Anaís afirma que “cuando llevas tiempo practicando yoga, ves los problemas con otra perspectiva y mirarás al mundo de forma amorosa”. Por su parte Eva, considera que “la practica diarias es como un reinicio cada día, como volver a casa”. 

Incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha hecho pública sus recomendaciones para mejorar la salud mental en el trabajo aconsejando la práctica de yoga o meditación para reducir el estrés. Además, ha mostrado su apoyo a que se incorpore medicina tradicional en los programas de atención sanitaria siempre que esté respaldada por evidencia científica. 

Alberto comenzó con el yoga porque cree que es un “método de trabajo personal para la autoobservación, el autoconocimiento, la autorrealización y la autotransformación”. Aunque lo había intentado muchas veces, desde hace 25 años, no había encontrado su momento. Lo mismo le ocurría con el piano, hacía 20 años que lo tenía en casa y no era capaz de concentrarse en él. Ahora ha unido estas dos pasiones y el yoga le ha ayudado a relajarse frente al instrumento musical. “Me siento bien, ha cambiado mi vida a mejor y la actitud ante determinadas situaciones es diferente, antes actuaba por impulsos, por emociones, ya he conseguido serenar la mente”. 

Pino tiene muchos problemas de espalda, está operada de cervical y acudió al yoga “a la desesperada” buscando soluciones. Creía que esta disciplina no estaba hecha para ella, pues se considera una persona muy dinámica y enérgica, pero al empezar a practicarlo y con el paso del tiempo se da cuenta de que “era todo lo que necesitaba”. “Gracias a ella -refiriéndose a su profesora- aprendí que debo tener momentos para mí, que cuando estás en la escuela es sagrado y eres tú quien está allí y tu presencia. El yoga me aportó el reconocerme y conocerme un poco más y reconocer que yo era importante”.  Si bien es cierto que no le quita los dolores al 100%, las diferentes posturas le han ayudado a estirar, colocarse de forma adecuada, y mejorar “considerablemente” a nivel físico y mental. A sus 59 años y sin ser una persona “excesivamente espiritual” admite que ha aprendido a encontrarse interiormente. 

Las profesoras explican que ya se ha roto con esa barrera de que existe un tipo de estereotipo de personas que pueden practicarlo. “Me he encontrado muchas barreras, mucho juicio, muchas ideas diferentes”, afirma Anaís, pero insiste en que cualquier persona lo puede hacer y que lo ideal sería encontrar el que más te guste y se adapte a tu cuerpo. En la misma línea va Eva, que cree que a través de la globalización se ha abierto una ventana al yoga, que antes era más “secreto” o “exclusivo” de gente que tenía que ir a buscarlo. 

Elena se vino abajo cuando le diagnosticaron fibromialgia, pero en el yoga ha conseguido la tranquilidad, el bienestar, la alegría y la felicidad que buscaba. “He aprendido que hay que agradecer y valorar cada día y cada cosa que pasa en mi vida cotidiana”. A Montse le sirve de complemento a su actividad física, está aprendiendo a ser más consciente de su postura y respiración. “Estoy en el proceso de cambio, me queda mucho, pero sé que las clases son mi momento, he conseguido salir relajada de ellas y dormir la noche completa. Estoy muy contenta”, afirma. 

Silvia se “enganchó” desde el primer minuto. Ha descubierto que el yoga le aporta muchas cosas buenas a su vida, principalmente la salud, el bienestar, el buen estado físico, pero lo más importante la manera que le hace desconectar de su vida diaria. “Yo creía que eso era imposible, tengo tres niños, una casa, mi marido, familia, trabajo y es verdad que lo he logrado en esa hora, algunos días cuesta un poco más pero consigo desconectar durante la meditación o la hora entera para mi ese es el beneficio mayor”. Afirma que esta disciplina le ha llevado a abrir su mente a otros campos más extensos que le llenan de vida. Manuela se inició hace un año y medio, cuando llegó de Francia, con el objetivo de enfocar su nueva vida de otra manera y sentirse mejor con su cuerpo y mente. El cambio de vida que le ha supuesto Canarias con respecto a su país le ha llevado a practicarlo, pues le aporta “felicidad, fuerza, confianza, serenidad, flexibilidad, constancia y conocimiento”. Cree que Gran Canaria “con su maravillosa energía” se presta a realizar este tipo de prácticas. 

El yoga es un estilo de vida y todo el mundo lo puede seguir, coinciden las profesoras, mientras anotan que ven un cambio de tendencia entre las personas que lo practican. Si bien es cierto que las mujeres están “más dispuestas” a realizar esa transformación espiritual, añade Eva, poco a poco se ven hombres que lo practican. “Llegará un momento en el que se hará una balanza”, anticipa. Ella ha tenido la “suerte” de dar clase a una persona ciega, lo que le enseñó “muchísimo”. “Solo tenía que dar indicaciones verbales y notaba que estaba más conectado con su cuerpo y su mente que nadie que he conocido, a través del oído, la escucha permanente, la presencia”. 

Anaís también se considera afortunada, pues a través de su escuela ha conocido a muchas personas que le han hecho ver la “inmensa potencia” a nivel de amor, humildad y respeto que tiene el ser humano, a su cuerpo y hacia los demás. 

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