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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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Bruja (y IV)

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Fer D. Padilla

El camino de vuelta se abría paso ante sus ojos como una herida mal curada. El verde de aquel mundo parecía haberse apagado bastante. Uno a uno, habían se marchado casi todos del refugio. Con emborronada visión y el equipaje a su lado, aparecía sentado en un banco a la entrada. Mientras la cabeza de ella miraba el cielo desde su regazo, el resto de su cuerpo ocupaba el resto del asiento.

Echar de menos es un poco el precio de haber sentido algo… -filosofaba ella-. Así que por mí no te cortes. Cuanto más… mejor, ¿no?

El eco de sus palabras rascaba la espina de Néstor, descansaba en su pecho, trepaba como manos por su cuello... Le mantenía tranquilo. Sus oídos se concentraban en memorizar el sonido de aquella voz.

… you know what I mean? -preguntó, sonriéndole a los ojos. Cubriéndose el rostro luego, avergonzada, cuando él hizo lo propio.

Sí… -la mirada de Néstor volvía a perder altura.

La chica de León se levantó. Cuidadosa al mismo tiempo que ágil. Enérgica pero manteniéndose cercana.

Sé que siempre se dice esto. Pero con el tiempo, al menos estaremos en algún punto más cerca de donde queremos ir, si no hemos logrado llegar por entonces. Tendremos la mente más despejada. Y si pudiéramos, no me negarás que tendríamos la misma conversación. Si llegase ese momento, todo habría ido bien.

No te veo muy segura de volvernos a ver… -intuyó Néstor.

Yo también debo seguir adelante, chaval. ¿Qué te crees? -reía.

No ya, claro que lo imaginaba -reflexionaba él- … ¿Pero entonces?… ¿Próxima parada?

¡Las nubes! -rio- … Es difícil de explicar -decía mirando muy por encima de las montañas.

¿Quién es la que tira de excusas ahora, eh? -se burlaba Néstor.

Tú ríete…

Al final, acabaré echándote un poco de menos y todo… -confesaba, queriendo bromear sin éxito-… y eso que dejar ir nunca fue lo mío -ella se reía extrañada.

¿De verdad es ese tu gran problema?

Sí… ya sabes lo que dicen: “Si quieres algo…”

¡Eso es absurdo! -exclamó insultada-. ¡Claro que si quieres, debes dejar ir… pero mira a donde nos lleva eso! Gracias a ese tipo de pensamientos, esta sociedad parece que criminaliza el sentirse mal. Te culpan de sentir tristeza, melancolía... Parece que ya no podemos darnos el lujo de echar de menos, que debemos llegar, antes de hora incluso, a vender una cara falsa al primer… pirómano que pasa y pueda, o al que podamos, hacer más fáciles los caprichos.

Es lamentable -respiró-. El único capricho que merece la pena es el tiempo, Néstor. No permitas que nadie cuestione cómo utilizas el tuyo.

Algo despertó en las entrañas del viajero. La esquirla de una pieza de algún engranaje de su universo había empezado a liberar el extraño funcionamiento de esa compleja maquinaria que llevaba en algún sitio dentro. Y ella lo sabía. A Néstor le hablaba la magia. La misma que él recordaba tanto. Y él la escuchaba atentamente. La guardaba dentro con un timbre de voz que le encajaba a la perfección en un tiempo pretérito al otro lado del mundo.

En fin, volviendo al tema: ¿qué vas a hacer con tu tiempo?

No lo sé… -recapituló Néstor, negando al aire-

No sé cuál es mi plan. Como te dije, no entiendo lo que ha pasado… lo que me ha traído aquí, a este momento… No tengo idea tampoco de qué hacer… No hay un sitio al que quiera ir… … y tampoco puedo volver, así que...

¿Y qué es lo que necesitas? -insistió la joven.

Estar lejos. Quitarme de en medio, supongo…

Supones demasiado. Mal asunto. Pero mira el lado bueno: creo que te está viniendo bien. Si tú y tus problemas estáis mejor así, quedaos. Sigue adelante, Néstor…

¿Cómo?

¡Dejando ir!

¿Pero no decías que…? -preguntó él, confuso.

¿Qué?... No, no, no… ¡DÉJATE IR TÚ! -diagnosticó la chica. ¿Hace cuánto que no valoras lo que mereces tú, tío? No me refiero a qué esperas del mundo por cómo eres o algo así… eso sería muy arrogante sino… ¡joder!, se nota que llevas tiempo así. ¿No crees que a lo mejor te has ganado ya algo y se te está escapando? ¿Hace cuánto que no te preocupas primero por ti? ¿Cuánto cariño, confianza… cuánta vida has dejado de lado simplemente queriendo volver?

Es normal que no entiendas nada... -concluía pausadamente-. Crees que regresando lo harás pero no puedes volver porque, claro, ese lugar como tal ya no existe… Lo que tampoco sabes, Néstor, es que no hay nada que comprender. Está claro que lo que buscas, lo que te mueve, no obedece a ninguna lógica. Tienes que estar preparado. Nunca, nadie, podrá entender sueños como el tuyo. No al menos tanto como tú. Ni siquiera… -terminaba, apuntando con la cabeza al lago.

Un irreprimible abrazo calló a la joven. A ella y a lo que evocaba. Sus palabras y el cielo de Glendalough sabían que había llegado el momento. Los dos cobardes hicieron de los minutos segundos, como si alguien fuera a llegar y apartarles. Lo peor era que Néstor sabía que él debía ser esta vez el verdugo de aquel instante.

Ella ocultaba su rostro buscando algo en el fondo del pecho del viajero. Hallando nada, nada que quisiera o al menos que le perteneciera, la chica de León comenzó a separarse de él, utilizando su mano como si fuera su punto de apoyo.

El viento comenzó a soplar levemente. Una extraña sensación recorría el interior del cuerpo del joven. Como si algunos músculos, que ni sabía que existían, no estuviesen calmados, ni mucho menos obedientes.

Néstor… escucha bien todo lo que voy a decir, ¿vale? -se atrevió ella-. Todos esos recuerdos que tienes, todos esos sentimientos que guardas… mantenlos. Pero hazlo con alegría…, no con dolor. Júntalos todos. Dales color, si quieres… o tamaño… o una forma determinada que te ayude a transportarlos -

decía fantaseando-. Haz que se conviertan en parte de ti. Has vivido una época muy importante de tu vida, así que creo que querrás aceptarla…, digo yo. Sé que es difícil. Las emociones que sientes lo son. Pero quiérelas, acéptalas. Como si viajara en silencio otra alma en tu mente…, como un tatuaje en tu mundo…, como un nuevo apéndice que te hace sentir más completo... No sé, lo que prefieras. Lo que sea. Pero eso sí: que te pese poco. Que tu sueño vaya siempre contigo pero que también te permita moverte. Y siempre, siempre, a tu ritmo.

El viento comenzaba a levantarse fuertemente. La melena de ella era una salvaje cortina desbocada intentando tapar una mirada visiblemente cansada de decir adiós. Mucho más experimentada que la de Néstor. Ella se le acercó al oído, buscando el calor de su mejilla.

Camina… -le comenzó a susurrar al oído.

Néstor sintió el aire golpeando su ropa como la fuerza de una roca enquistándosele, traspasándole. Algo procesaba esa bola de demolición en su esqueleto, haciéndola sentir como la arena de su casa. La verdadera. En la que se sintió vivo por primera vez.

(Corre…)

La corriente evitaba los intentos de él por aferrarse a la joven. El espesor de la revuelta cabellera leonesa protegía lo justo a Néstor para preservar la visibilidad. Su pelo. Su pelo y la mano incendiaria que mantenía en el pecho se clavaban en su alma como símbolos de la despedida.

(Salta…)

Los árboles combatían entre ellos. Él se olvidó escuchando cada fonema pronunciado por aquella br-.

-Vuela.

Despertó.

Le era familiar esa lámpara del techo.

Volvía a estar en la habitación de su casa en la ciudad, con el cuerpo como si acabase de caer del mismo tejado. Le sorprendió ver el equipaje alrededor suyo, le importaba ya poco la posibilidad de haberlo perdido. Manoseó veloz el entorno buscando el teléfono. Habían pasado dos días y trece llamadas no contestadas.

Mareado, trató de incorporarse. Al décimo intento, ya asustado, consiguió sentarse. Todo parecía estar a salvo. La misma soledad pero esta vez sonrió. Ahora podía escuchar el mar rompiendo cerca de las paredes de su casa.

Sus olas narraban guerras que él ya no podía luchar. Ni quería. La mar, libre, aparecía maravillosa de por sí.

Los minutos le devolvían lentamente el recuerdo de aquel viento huracanado, la vibración del suelo, los árboles amenazadores…

El crujir de las piedrecillas del camino, la fuerza propia de un despegue, las ramas de aquellos árboles amenazadores…

El negro de la melena.

La única sonrisa posible en las despedidas.

La caliente mano en el pecho.

El magnético aliento en la oreja.

La sombra.

¡La vio!

Volaba.

Una gran sombra alada volando entre las ramas de aquellos árboles…

El teléfono sonó.

Néstor respondía la decimocuarta llamada. La que le dio una nueva vida. Los siguientes con quienes habló fueron su familia: seguiría sin haber fecha de regreso. Por mucho tiempo.

Tumbado en la cama, sonreía hechizado al recuerdo de atravesar la capital de la isla con su destartalada maleta de viaje. Se divirtió avergonzadamente con el traqueteo de sus ruedas por las aceras, se relajó mirando por la ventana de la guagua el parque de St. Stephen’s Green y los ojos le brillaron navegando ya como un cuervo más por la costa del este irlandés.

Era de noche en aquel entonces y el conductor no sabía dónde quedaba exactamente el estacionamiento. El frío se sentía como el de las primeras navidades, aquellas que Néstor todavía pasaba en casa de sus abuelos.

Todo era piedra en el camino hasta aquel albergue. Piedra y oscuridad.

(Qué raro que esta maleta no se haya roto aún…)

Bajo unos inquietantes árboles, un grupo de jóvenes. Las voces de dos chicas murmurando algo que podía comprenderse. Néstor se acercaba.

¿Son españoles?

¡Nosotras sí! Pero ellos no… -respondió una de ellas-.

Uy, perdón, no sabía… Les oí hablando y…

No pasa nada -sonrió-. Mira, ellos son: Sophie…, Alessandro…, Karol… -señalaba-. Ella es mi hermana, Mónica… y yo… … Silvia.

FIN

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