Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Menores al poder
Los adolescentes de hoy tienen un grave problema. Como los hemos criado en esa burbuja de la inopia para que sufran lo menos posible, no sea que se traumaticen, y encima les hemos consentido tener todos los caprichos habidos y por haber sin poner freno y sin exigirles ninguna responsabilidad, parece que a la gran mayoría de ellos nadie le ha advertido de que la norma -y sobre todo la ley- se hace para que todos podamos convivir en un clima de respeto mutuo con la mayor pulcritud posible, y que por lo tanto hay que cumplir con ella y que, en caso de no ser así, las normas tiene un apartado dedicado a las sanciones para todo aquel que no las siga rigurosamente.
Cuando yo era pequeña, si mis padres me decían “eso no se hace” o “eso no se toca” y a mí se me ocurría llevarles la contraria en estas órdenes, ya podía prepararme porque tenía garantizado un castigo consistente en una buena dosis de nalgadas, variscazo, cintarazo, cogotazo, cholazo o coscorrón, con preferencia de alguno de estos métodos según el sancionador de turno fuera mi madre o mi padre.
Rebelde, desobediente e hiperactiva como yo era (y sigo siendo), a cada rato me llevaba mi parte de castigo, las más de las veces debido a la curiosidad y el ansia de aprender cosas y otras veces simplemente por “hacer oposición”, pues, aunque lo niegue, mi rejo político contestatario siempre ha estado ahí latente. Y en absoluto puedo decir que fui una niña maltratada ni tengo ningún trauma derivado de esto. Diferente hubiera sido que mis padres hubieran pasado olímpicamente, pues si soy como soy solo a ellos les debo la educación que tengo con la cual no me ha ido mal en la vida.
Luego vino la Ley del Menor. No diré a estropearlo todo pero sí a proteger hasta extremos a veces ridículos a los niños y adolescentes menores de edad por defender sus derechos, de tal forma que hoy en día no se te ocurra amenazar a un hijo con castigarlo porque te puede denunciar y vas a la cárcel, aunque hayas sido tú quien le puso a mediodía su potajito, cuyos ingredientes compraste con el sudor de tu frente como así ha sido desde que lo trajiste a este mundo incluso jugándote tu propia vida en un parto difícil.
No diré tampoco que soy partidaria de castigar a los niños para educarlos. No son esos mis métodos, aunque me haya criado en ellos. Pienso que la vía del diálogo y la explicación desde muy temprana edad de lo que está bien o mal hecho es la mejor opción. Nacemos inteligentes y podemos llegar a comprender desde chiquitos. No creo que sea necesario recurrir a los castigos corporales o de otra índole si hacemos labor de prevención desde la cuna. No hay que dejar a los niños hacer a su santa voluntad sin hacerles comprender cuándo decepcionan a los demás en lo que se espera de ellos.
Pero sucede que no todos los mayores tenemos el mismo nivel de tolerancia a la malcriadez de nuestros niños y a veces ni siquiera somos capaces de captar lo que está bien o mal para luego poder enseñárselo a las pobres criaturas, y así nos encontramos cada vez con más niños que con apenas trece años sufren comas etílicos cada fin de semana; con adolescentes que van por las tardes al pueblo de al lado a organizar peleas y grabarlas para subirlas a las redes; con lobitos pequeñajos que apenas han estrenado una voz de adulto toda llena de gallos y que ya se crean una manada en wasaps y hablan de violar a esta o la otra hasta reventarla, y con los que se aburren en clase y sacan el móvil y graban al profesor, subiendo luego el vídeo a las redes (estos días atrás yo he sido la víctima de una de estas niñatadas), o con aquellos que, a la que estás despistado, se arman para hacer bullying a un compañerito solo porque es un poco corpulento, y con un sinfín de etcéteras de acciones horribles para mentes todavía inmaduras. Como si no hubiera límites para el caprichito de estos niños abandonados a su suerte en la educación que precisa ser impartida por sus padres.
Pues habida cuenta de que una cuarta parte del texto de la Ley del Menor, revisada recientemente, consiste en deberes prácticamente desconocidos para ellos como tales, no sé si deberían ser los padres, los profesores en las escuelas u otro agente social quienes los tienen que avisar de que las leyes están ahí y de que ellos han de cumplirlas como todo el mundo, aun no conociendo su contenido, porque tienen que saber que el desconocimiento no exime del cumplimiento. Pero si la intención es dejarlos por la mano y que sean delincuentes desde tan chicos, entonces mejor será que los padres les vayamos proveyendo de un ejemplar del Código Penal y un bono del servicio de abogados… por lo que pueda pasar.
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