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Espacio de opinión de Tenerife Ahora

El verbo gris

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Indra Kishinchand López

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Aprenderé a quererme,

aprenderé a mirar de frente a la tristeza

cuando venga disfrazada de una rabia sorda y ciega.

Aprenderé a sacar también la pena pa' que no me pudra

y me haré fuerte convirtiéndola en motor para el camino que me queda.

'Aprenderé' - La Otra

Hace dos meses que no subo a un avión y estoy deseando escribirme con todo lo que significa volar. Tatuarme las líneas del cielo y titular la vida con los resquicios de las ciudades y los vacíos que se ven a través de la ventanilla. Echo de menos incluso pasar doce horas en un avión y pensar qué habrá a mi llegada; vértigo y abismo convertido en poesía.

Hace dos meses que no subo a un avión y eso no significa que no viaje o que no medite sobre lo que antes creía que solo se podía hacer en el aire. Es aquel lugar un sitio recurrente en el que acostumbro a repetirme que no me gusta emprender ninguna actividad que sepa con cierto grado de certeza que puedo hacer mal. Dicha sensación construye a mi alrededor una barrera inútil de arena negra y sal y cimienta las bases del propio dolor. Lo nuevo siempre suele traer esa premonición extraña y caduca, que convierte los años en suspiros y los miedos en viejos enemigos. Uno de esos días en que mi temor ahogaba lo compartí para liberarlo de mi propio cuerpo y me recordaron que “perder es lo normal” y que el error es la oportunidad para aprender haciendo.

Supe entonces que el problema me pertenecía y que ni los años ni las conciencias ajenas cambiarían lo que era intrínseco a una manera de pensar arraigada a lo que soy. Quién me iba a decir que podría mirarme al espejo sin pensar que no hay culpa en mi transformación sino libertad en lo que quiero ser; quién me iba a decir que acabaría por aceptarme en la valentía de la inseguridad, sin tiempo pero con ganas, sin precio pero con valor, sin armas pero con escudo.

Ahora ya no me importa suplicarme y aceptar a cada fantasma con sus pesadillas. Ahora ya sé que no merezco todo lo que duele, y que al final lo único que queda es aquel momento en el que sonreíste sin pensar en nada más. A día de hoy ya no me importa pedir ayuda para superar el precipicio y he dejado de tirarme al infierno cada mañana. Si bien reconozco que arder a pesar de lo malo me parece una recompensa más justa que vivir con la superioridad que otorgan las alturas.

Lo único que soy capaz de admitir un domingo por la noche es que mi debilidad proviene de unos años que ya no quisiera recordar.

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