Les decimos que la reacción de Paulino Rivero ha sido estrepitosamente visceral, quizás absolutamente convencido de que la ley del fonil iba a ser implacable con los demás adversarios. Rodríguez ha actuado en coherencia y ha elegido el momento político en que la ruptura del grupo canario, del que formaba parte de modo poco natural desde que se marchó de CC, era más propicia para él y más puñetera para el resto del mundo. Rivero le ha saltado al cuello y, entre otras finuras, le ha llamado traidor y tránsfuga. No parecen apelativos que desde CC se puedan emplear con mucha altura moral dados los orígenes mismos de ese partido (o agrupación de rondallas, según se mire): nació tras una moción de censura de un vicepresidente del Gobierno (Manuel Hermoso) a su presidente (Jerónimo Saavedra) cuando los conjurados lograron sumar 31 diputados. No es fino defender una traición, cierto, pero sólo ofende quien puede.