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Aún permanecen las cenizas humeantes de la decisión de retirar las obras de la Colección Roberto Polo, aún no se ha empezado a evaluar los errores y los aciertos de la presencia en el espacio de Santa Fe de la colección, cuando ya algunos apuntan la idea de llenar el espacio vacante con otra. Demasiado rápido, demasiado deprisa. No conviene repetir experiencias fallidas anteriores. La calma compaginada con proyectos claros y de futuro pueden servir para comenzar un proyecto sosegado y maduro donde el arte moderno y contemporáneo encuentren acomodo.
Desde luego, las colecciones individuales han servido para reforzar museos ya existentes o iniciar otros nuevos. Caso de las colecciones reales, caso del museo Thyssen-Bornermisza. Pero ni deben ser exclusivos, ni deben ocupar todos los espacios, ni pueden anular un proyecto propio en el que resulte posible acceder a una buena y estudiada selección de materiales expositivos.
Ocupar todo el espacio y toda la atención cercenaría el proyecto que debe exigirse para Santa Fe en lugar de convertirse en un 'contenedor' público de obras privadas que carecen de viabilidad en estos momentos por las condiciones sociales o personales de los coleccionistas. Hace tiempo que los museos dejaron de ser meros recipientes estáticos de obra y piezas que deben ser conservadas por su valor histórico y patrimonial. La idea del 'almacén' ya nadie la subscribe.
Los espacios expositivos deben actuar como puntos estratégicos en la educación y formación de los visitantes. No se trata 'de pasar y ver', es preciso enmarcar las obras en su tiempo, lo que significa la pervivencia de esa obra, sus relaciones con la vida cotidiana del país o el territorio donde se forjó
Los espacios expositivos deben actuar como puntos estratégicos en la educación y formación de los visitantes. No se trata 'de pasar y ver', es preciso enmarcar las obras en su tiempo, lo que significa la pervivencia de esa obra, sus relaciones con la vida cotidiana del país o el territorio donde se forjó.
Por supuesto catalogar el estilo y relacionar la obra con otros estilos europeos o internacionales, descifrar los mensajes ocultos para los visitantes y hasta las anécdotas que puedan ayudar a valorar la obra en su contexto real. Los creadores de todas las épocas suelen ser hombres cultos, inmersos en las corrientes artísticas y sociales de su entorno. Conocen el pasado, pero trabajan en su presente evolucionando ese pasado.
Con el trascurrir del tiempo los mensajes se pierden, las condiciones de vida de una época desaparecen y hasta el mismo lenguaje expresivo y comunicativo se difumina. Pocos o nadie conocen a fondo en qué condiciones o situaciones concretas surgió esa obra que comúnmente aceptamos como integrante esencial de nuestro patrimonio cultural.
Los museos están obligados a desvelar todas estas circunstancias a sus visitantes. Este tiene que salir del museo con la sensación no ya de haber aprendido acontecimientos de la Historia, sino también los motivos de los cuadros y hasta las facetas personales de los creadores. Saber que Caravaggio pasó su vida con la angustia de ser atrapado por la justicia ayuda a comprender la expresividad trágica de sus personajes. Saber que Rothko pintaba sometido a expresiones extremas que desembocaron en el suicidio sirve para comprender más ampliamente sus obras.
Las colecciones sirven para incrementar los fondos de los museos, para contribuir a crear diferentes itinerarios dinámicos dentro del mismo edificio. No son lugares de lujo donde se exponen, se guardan o se cuidan las obras del coleccionista donante. Deben engarzarse con el proyecto completo del museo y las piezas debe ser capaces de contribuir a mejorar el discurso histórico-artístico expositivo. Eso que siempre es necesario, se hace más urgente en un lugar dedicado al arte moderno y contemporáneo, caracterizado por una aparente oscuridad que cuesta descubrir. En fin, no puede convertirse Santa Fe en un 'hub' de piezas varias, sino ser un lugar donde resida en su nivel óptimo de confort el arte moderno y contemporáneo.