Agustín Cocola-Gant: “El centro de Barcelona es muy atractivo para vivir, pero para la gente que está de paso”

Pau Rodríguez

Barcelona —

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Las ciudades más turísticas de Europa atraen cada año a millones de visitantes, pero también a una población extranjera que quiere vivir en ellas por un tiempo, que está dispuesta a pagar mucho por un piso y que no consume en los mismos comercios ni va a los mismos locales que los vecinos de toda la vida. Es un fenómeno que contribuye a la llamada gentrificación –el desplazamiento de habitantes pobres de un barrio por otros de mayor poder adquisitivo– y que se aprecia en los barrios céntricos de Barcelona, como el Gótico o el Born. 

El investigador Agustín Cocola-Gant, del Instituto de Geografia e Ordenamento do Territorio de la Universidad de Lisboa, ha analizado estos movimientos en la capital catalana junto a Toni López-Gay, en un estudio que han publicado en la revista ‘Urban Studies’: Transnational gentrification, tourism and the formation of ‘foreign only’ enclaves in Barcelona. Cocola-Gant explica cómo el turismo masivo en enclaves como el centro de Barcelona se retroalimenta con la gentrificación que provocan los profesionales de Estados Unidos y otros países europeos que buscan en la ciudad una experiencia que añadir a sus vidas. 

Cada vez hay más inmigrantes con poder adquisitivo que se establecen en Barcelona. ¿Qué les atrae? 

No todos estos inmigrantes son de mucho poder adquisitivo. Hay personal cualificado que llega a Barcelona con buenos trabajos, a compañías transnacionales, porque la ciudad atrae este talento. Pero por otro lado vemos que barrios como el Gótico atraen también a migrantes que vienen a la ciudad en busca de experiencias, que son jóvenes, algunos Erasmus, otros nómadas digitales –que pueden trabajar en cualquier lugar–… Y también jóvenes precarios que quieren estar un año en Barcelona, como lo estarían en Berlín, que trabajan de cualquier cosa –desde un restaurante a un ‘call center’–, pero que como están por un período corto de tiempo se permiten pagar más de alquiler y vivir en el centro, con su ambiente cosmopolita y con gente con su estilo de vida.

¿Qué consecuencias tiene este fenómeno sobre los barrios en los que se instalan este perfil de población?

Como quieren instalarse en el centro, en los espacios más turísticos, esto tiene un impacto claro en la vivienda, que en estos barrios acaba siendo de alquiler turístico o para este tipo de población. Por otro lado, tiene consecuencias sobre el espacio público. Su estilo de vida es parecido al de los turistas, y esto genera la sensación en los barrios de que los vecinos están en peligro de extinción. Pero esto es una verdad relativa. El Gótico ha perdido el 8% de su población en los últimos 10 años. El problema es que como esta gente está de paso, no hace relaciones estables y permanentes con los vecinos. Su estilo de vida es en inglés, tiene distintos espacios de socialización, con lo que la percepción de los vecinos residentes es que cada vez hay menos vecinos.

¿Se consideran ellos vecinos? 

Un vecino propietario del Gótico me decía: ‘Viven aquí, pero no son mis vecinos’. Son gente que está tres o cuatro meses, como mucho un año o dos, y no llegan a hacer relaciones con el tejido social. Otros los consideran turistas permanentes. La distinción entre turista y vecino se ha desdibujado, ya no es tan clara, en el sentido de que estamos hablando de movilidades transnacionales con estilos de vida turísticos y que son un híbrido entre vecinos y visitantes. 

¿Son muchos? 

Muchísimos. En el Gótico, en el grupo de edad de entre 20 y 45 años, que es el perfil de persona joven gentrificadora, son el 50% del barrio. Una cuestión increíble de este barrio es que la mitad de su población llegó a Barcelona hace menos de cinco años. Tiene las tasas de llegadas y de salidas más altas de la ciudad. Esto significa que es un barrio muy atractivo, pero para la gente que está de paso. Y las cifras podrían ser mucho más altas, porque estos datos se toman a partir del padrón y hay mucha gente de este perfil que no está registrada. 

Ustedes han estudiado cómo esto afecta a los precios de la vivienda. Y su conclusión es que contribuyen al aumento de los alquileres y a la expulsión de los vecinos. 

El acceso a la vivienda es uno de los principales problemas derivados de este fenómeno. Es muy difícil que los autóctonos puedan competir con esta gente, porque los propietarios prefieren alquileres cortos, de seis meses o un año, porque con la rotación tienen más oportunidades para ir subiendo los alquileres. Para ellos es mejor un contrato de tres meses que cinco años. Y como estos inquilinos están de paso, no les importa pagar 500 euros por una habitación. Es algo muy evidente. Hemos estudiado las entradas y salidas de población y la más afectada son los mayores de 65 años. Luego los de 35-50 años con hijos. 

La otra gran consecuencia negativa es la pérdida de tejido social del barrio. ¿Cómo afecta esto a sus vecinos?

Para la gente mayor, para las familias con hijos, este es un problema bastante grande. Porque al perder vida social y redes de solidaridad, algunas personas quedan aisladas. Y la gente con niños va perdiendo el apoyo que supone poder dejarlo con conocidos y vecinos. Todo esto desaparece y supone un problema cotidiano importante. También desde una perspectiva feminista: las mujeres son las más afectadas, porque suelen ser ellas las que asumen las tareas de cuidados de la gente mayor y de los niños. Una vecina me decía que su padre de 85 años vive solo y que antes tenía a sus vecinos, pero ahora no tiene ninguno: todo son pisos de Airbnb y gente de paso. Porque no hay que olvidar que a este fenómeno se le suma la masificación turística, que hace que cada vez haya menos sitios para tomar un café o jugar con los críos.

¿Esto desplaza también los comercios más utilizados por los vecinos y los servicios básicos? Hace años que cierran tiendas históricas en el centro de la ciudad.

Claro. Muchos locales han desaparecido y otros han sido sustituidos por cafés, brunches… Esto pasa mucho en otras ciudades con los estudiantes. Hay casos en que los estudiantes internacionales tienen sus barrios. Todos quieren vivir allí, al lado del campus, y esto provoca que los propietarios adapten las casas para ellos. Se le llama studentification. Y si no eres estudiante y quieres vivir allí, tienes un problema, porque no hay servicios y está lleno de pubs

Algo parecido pasa también con el turismo de costa, desde la Costa del Sol a Tenerife. Están las viviendas de los extranjeros, las segundas residencias, que son un enclave de turistas. Y luego está el pueblecito, con los vecinos españoles. Y no se mezclan entre ellos. 

¿La gentrificación por parte de estos migrantes europeos y americanos en determinados barrios tiene su origen en que Barcelona es un destino turístico de primer orden? 

La gente llega aquí para pasarlo bien. Por eso coinciden con lo que hacen los turistas. No solamente porque vayan a las mismas discotecas o supermercados, sino porque hablan inglés. Buscan este ambiente cosmopolita. Una persona americana que tiene 50 años y que llegó en los 90, instalándose en Sant Gervasi, me dijo que todo en el barrio era muy español, que él se sentía un turista, el guiri del barrio, y que por eso se fue al Gótico. Porque allí estaba la gente como él. Es esto.

¿Cuándo empezó este fenómeno? Los vecinos más veteranos del barrio dicen que ahora están en la tercera ola de gentrificación. Que ya había inversores en los 90.

El porqué los turistas y estos inmigrantes acaban yendo a los mismos lugares se explica también por la representación y el marketing que la ciudad hace de si misma: cuando Barcelona se coloca en el mapa no solo atrae a turistas, también a Erasmus y a un montón de gente que quiere la experiencia de vivir aquí. En Lisboa es exactamente igual. Entró en el mercado internacional a partir de la crisis de 2008 con una proyección internacional increíble y atrae a muchísima gente, no solo turistas de fin de semana. En Barcelona esto empezó con los Juegos Olímpicos. En el censo de 2001 ya se veía que los gentrificadores en el Gótico y el Borne eran ciudadanos europeos y norteamericanos. En el censo de 2011 su volumen era todavía mayor. Y en los últimos años lo que ha pasado es que el low cost, Airbnb y la globalización generalizada han hecho que la movilidad sea todavía más común y fácil. 

¿Este proceso se puede frenar o revertir a base de políticas públicas? 

Es muy difícil. Estamos hablando de la globalización y de ciudadanos europeos. Ha explotado igual en Berlín y en Amsterdam. Un Ayuntamiento no lo puede controlar. Y revertirlo puede parecer un argumento propio de Trump o de Vox. 

Me refiero a políticas que condicionen estos flujos en barrios concretos, desde hacer más pisos sociales para vecinos hasta restringir las licencias de pisos turísticos. ¿No lo ve? 

Una cosa que Barcelona hizo muy mal, durante el mandato de Xavier Trias [del 2011 al 2015], fue asumir que con la excusa de la crisis cualquier actividad económica era bienvenida para atraer más turismo y visitantes. Se liberalizó todo. ¿Quieres abrir un hotel? Bienvenido. ¿Una tienda de souvenirs? Adelante. El aumento de plazas hoteleras fue bastante fuerte y esto se podría haber evitado en su día. Volver ahora atrás es muy difícil. La modificación del plan de usos [aprobado por el gobierno de Colau, prohíbe la apertura de nuevos hoteles en las zonas más tensionadas, incluso si cierra uno] llegó tarde. 

¿Y las políticas de vivienda pública?

Es complicado. Obviamente falta vivienda pública en Barcelona, pero invertir en ella para solucionar este problema es algo utópico. Llevaría décadas igualar los porcentajes de ciudades como Ámsterdam. A corto plazo hay pocas soluciones más allá de controlar los precios del alquiler, y aun así en esta población el mercado de la vivienda tiene mucha informalidad. La gente alquila sin contrato. 

Este es un verano inédito en Barcelona, con los porcentajes de visitantes desplomados por la epidemia. ¿Cree que este tipo de turismo cambiará para siempre?

Creo que el turismo volverá cuando exista una vacuna. Quizás si hay una crisis económica internacional puede que haya menos demanda desde los países más afectados, pero el peso del turismo en la economía de Barcelona y de todo el país es tan fuerte que el Estado y el sector empresarial harán todo lo posible para que vuelva a sus niveles. Sin turismo, el nivel de paro puede ser brutal. Un sector económico no desaparece racionalmente, solo si hay una gran crisis que lo destruya. Por lo tanto, si hay vacuna volverá.