A la hora del recreo, los jóvenes se esparcen en grupos por el jardín del Institut Celestí Bellera, de la localidad barcelonesa de Granollers. La mayoría comen su bocadillo, charlan entre ellos, deambulan y hasta los hay que juegan al ping-pong entre vítores y burlas de sus colegas. “Antes salías y estaba todo el mundo pendiente de su móvil. Instagram, TikTok, BeReal… Ahora, quieras que no, socializamos más”, reconoce Berta, alumna de Tercero de la ESO.
Este instituto ha decidido declararse este curso 2023-2024 “espacio libre de móviles”. Y no es el único en Catalunya. En una comunidad donde los centros educativos tienen autonomía para regular el uso de estos dispositivos, y donde el Consejo Escolar desaconseja su prohibición, el curso ha arrancado con la decisión de numerosos centros de Secundaria de vetar por defecto los smartphones no solo en las aulas, sino también en patios, pasillos y baños.
Hay además municipios, como Cardedeu, en la provincia de Barcelona, donde los tres institutos públicos han tomado la decisión conjuntamente.
En el instituto Bellera la normativa es la misma que en el pasado: el móvil debe estar apagado y en la mochila de 8.00 a 14.30 horas, salvo que el profesor permita sacarlo para algún ejercicio de clase. Pero la diferencia, según relata su directora, Alicia Moreno, es que hasta ahora eran “flexibles” en su aplicación. Este curso se han puesto más estrictos y así se lo han comunicado a las familias, la mayoría de las cuales ha aplaudido la noticia. “Algunas nos han dicho que ya tardábamos”, expresa Moreno.
Las razones para vetar el uso del móvil en todo el recinto escolar son diversas y suelen coincidir en la mayoría de centros que han adoptado esta decisión. En primer lugar, evitar que los alumnos se pasen el recreo pegados a la pantalla. En segundo lugar, reducir algunos conflictos vinculados al móvil, como las grabaciones sin permiso de compañeros o de docentes –no tanto el ciberacoso, que suele traspasar las fronteras del colegio y no se soluciona tan fácilmente–. Y en tercer lugar, evitar que durante la clase los alumnos estén más pendientes del pling de las notificaciones que de lo que cuenta el profesor.
La percepción de algunos docentes es que esto último se ha agravado en los últimos años. “Ves a algunos que intentan estar atentos a clase y a la vez pendientes del móvil debajo de la mesa, y estar plenamente concentrado en dos cosas a la vez es muy difícil”, señala Moreno.
Otros centros lo han identificado como una fuente de distracción en clase. Es el caso del Institut Vila de Gràcia, en Barcelona, donde este año piden a los alumnos que dejen el móvil en casa y, si no pueden, les obligan –previo acuerdo con las familias– a depositarlo en una taquilla al entrar en el recinto. “Hasta ahora tampoco se podían usar en clase, pero era muy difícil lograrlo. Veías mil y una aventuras y contorsionismos de los alumnos para consultar el teléfono en el bolsillo”, señalan su directora, Elisenda Jorro, y la jefa de estudios, Cristina Villatrota.
A diferencia de otras comunidades donde está prohibido a nivel autonómico, como Galicia o Madrid, Catalunya siempre ha defendido que el móvil debe incorporarse como herramienta de aprendizaje, siempre con una normativa de uso clara y para fines estrictamente escolares. Cuando Francia anunció que los prohibía, en 2019, se abrió el debate en España y el Ministerio de Educación anunció que estudiaría su regulación –aunque finalmente no lo hizo–. En aquel momento, la Generalitat se opuso alegando que el Consejo Escolar de Catalunya (CEC) ya lo avaló para uso educativo en sendos informes en 2015 y 2019.
Sin embargo, este inicio de curso algo ha cambiado. Además del goteo de institutos que han hecho público su cambio de rumbo, el conseller de Salud, Manel Balcells, ha anunciado que está trabajando en una ley de adicciones que prevé regular el uso de las pantallas también en los centros escolares. Algo que supondría acabar con la plena autonomía de los centros en su regulación. Mientras tanto, la consellera de Educación, Anna Simó, sigue siendo partidaria de que esta sea una discusión que se lleve a cabo en cada colegio.
Entidades como la AFFAC, la federación de asociaciones de familias de alumnos, se muestran partidarias de una regulación autonómica. “Si entendemos que su uso descontrolado tiene efectos perjudiciales para los adolescentes, debemos asumir que la regulación debe beneficiar a todos”, señala Lidón Gasull, directora de la federación. Al tiempo que señala “importante” que se enseñe a usar “adecuadamente” los teléfonos y prevenir su mal uso. Por su parte, USTEC, el sindicato mayoritario en la enseñanza pública, sí ve con buenos ojos que se restrinja la presencia de los smartphones.
Disparidad de opiniones entre los adolescentes
Mientras transcurre el recreo libre de teléfonos en el instituto Bellera, los alumnos se animan a dar su opinión sobre la medida más comentada de este nuevo curso. Y no todos piensan igual. “En clase no nos hacen falta porque tenemos los portátiles. Y en el patio la mayoría estaba pendiente del móvil. Yo tengo una familia estricta y ya estoy acostumbrado. No me parece mal que estemos durante la mañana sin tener que consultar el teléfono”, argumenta Arnaldo García, alumno de Cuarto de la ESO.
Pero inmediatamente después, un grupo de su mismo curso discrepa. Jan, Biel y Aitana se muestran críticos: “Somos adolescentes. El móvil es importante para nuestra vida social y lo único que hace la prohibición es provocarnos más angustia y necesidad de mirarlo cuando llegamos a casa”. No están en contra de la regulación, pero sí del veto total. “Es demasiado estricto. Ya sabemos que a clase vamos a aprender y que no hay que usarlo. Si alguien lo hace, o si hay problemas de que alguien está enganchado al móvil, que lo traten con ellos”, razonan.
Héctor Gardó, responsable de Equidad Digital de la Fundació Jaume Bofill, se muestra escéptico con una decisión tan rotunda como la de la prohibición. Para el caso del recreo, advierte que en un espacio en el que se da cierta libertad a los alumnos, habrá quien quiera jugar a baloncesto, charlar o mirar sus redes sociales. Y aunque reconoce las buenas intenciones de los centros que lo vetan, insiste: “A lo mejor hay alumnos que lo ven como su momento para conectarse con el mundo, que no son tan abiertos o sociables como los demás, y que encuentran ahí su espacio de calma”.
Del optimismo al desencanto
Después de que países como Francia vetaran el móvil, o de que Suecia anunciara que revisará su plan de digitalización tras una caída de la comprensión lectora, Gardó reconoce que muchos centros educativos están viviendo un cierto “desencanto” respecto al uso de tecnologías en clase. Una de las razones, aduce, se debe a que una parte del profesorado, la menos interesada en la digitalización, se ha visto “abocada en muy poco tiempo y sin espacios de debate a tecnologizar su aula”. Sobre todo a raíz de la pandemia de la Covid.
Otra de las razones es que determinadas tecnologías, como algunas redes sociales, se han vuelto cada vez más “complejas y perversas”, un “agujero negro de tiempo y atención” para los jóvenes.
Este investigador se muestra cauto cuando se le pregunta qué tipo de regulación deberían adoptar los colegios respecto a los móviles. Por un lado, reconoce que existen evidencias de que prohibirlos reduce las distracciones en el aula. “En el mejor de los casos, puedo entender que es incontrolable tener 30 adolescentes con 30 móviles en clase”, afirma.
Pero a la vez añade que los colegios deberían ser capaces de buscar el acuerdo con los alumnos. Y no rehuir su responsabilidad sobre las enseñanzas que tienen que ver con el uso de este tipo de tecnologías. “No es un camino sencillo para el docente, es muy exigente, pero la realidad es y será digital dentro y fuera del aula, y si en el instituto no hay espacios en los que aprender a ser competentes y críticos, hay alumnos de entornos vulnerables a los que quizás nadie ayudará a serlo”, reflexiona.
Los institutos consultados para este reportaje aseguran que, pese a la prohibición, no dejarán de abordar las competencias digitales. Pero alegan que, después de años de incorporar los móviles a distintas actividades escolares, le han visto más inconvenientes que ventajas. Es el caso del Institut Collbató, que en Cuarto de la ESO tiene el proyecto mschools –como muchos otros centros de Catalunya– en el que se aprende a programar apps para móviles. En 2019 fueron premiados sus alumnos por desarrollar una aplicación para escoger el sonido del timbre.
Jaume Vergés, director del centro, insiste en que no dejarán de hacer proyectos de este tipo, pero su instituto es otro de los que han vetado los dispositivos este curso. “Es una herramienta potente educativamente, pero su uso se acaba viciando”, señala. Si antes se permitía sacarlo en clase de forma más natural para determinadas actividades (hacer fotos de experimentos, grabar vídeos en educación física o idiomas, hacer cuestionarios online…), ahora el docente deberá avisar a las familias con antelación para hacerlo. Y estas darán su visto bueno.
“Hemos llegado a la conclusión de que impedía a los alumnos estar completamente concentrados”, expone. Además, lo vincula en algunos casos a caídas del rendimiento académico. Aunque en este caso, puntualiza, lo relacionan sobre todo con un uso excesivo de las pantallas en casa. “Este es un tema recurrente que emerge en las tutorías”, señala.
Alicia Moreno, del instituto Bellera, también insiste en que su equipo no dejará de abordar las competencias digitales. “Sabemos que prohibir por prohibir no sirve de nada: tenemos una responsabilidad y no la vamos a eludir, igual que ocurre con cuestiones como la educación sexual y afectiva o la violencia de género”, expresa. En su caso participan como piloto en el programa EduCac, de alfabetización audiovisual, y realizan con frecuencia charlas con familias y alumnos sobre el uso de pantallas.