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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

La Jonquera aguarda la apertura de fronteras con caídas del 90% de ventas: “Los franceses volverán porque es barato”

No está Martí acostumbrado a despachar paquetes de Marlboro y Fortuna de uno en uno en su estanco. La unidad de venta de tabaco por excelencia de La Jonquera son los cuatro cartones, el máximo legal que se puede pasar de España a Francia, pero desde que se decretó el estado de alarma este municipio fronterizo de apenas 3.600 habitantes ha dejado de ser el habitual hormiguero de franceses que se apelotonan en sus enormes estancos, supermercados y gasolineras.

La facturación de la mayoría de estos negocios que pueblan el paisaje de la N-II a su paso por el municipio, y que viven casi exclusivamente de los vecinos del norte, se ha desplomado. Los que no han cerrado directamente, como la mayoría de restaurantes y algún supermercado, han visto reducirse entre un 90 y un 95% las ventas, según distintas fuentes empresariales y de la Administración, al tiempo que se han disparado los ERTE y también la pobreza. Un 8% de los vecinos de la zona recibe comida del banco de alimentos, explican desde la Cruz Roja. 600 beneficiarios, casi el triple que hace tres meses.

En un pueblo que solo ha registrado cinco contagios oficiales por coronavirus y 33 sospechosos –una incidencia muy inferior a la media de su provincia, Girona–, se podría decir que muchos de sus vecinos temen más al cierre de fronteras que al propio virus. Así lo ve Martí, que recurre a un nombre falso porque los estancos suelen rechazar aparecer en prensa (cuatro de ellos han declinado atender a eldiario.es). “Estos días entran unas 20 o 30 personas al estanco, cuando normalmente se contaban por centenares y llenaban el párking”, comenta.

La alcaldesa del pueblo, Sonia Martínez (JxCat), admite que siguen con “casi el mismo interés” la evolución de la epidemia en España que en Francia. Unas diferencias que dejaron esta semana las sorprendentes imágenes de aglomeraciones de franceses en la zona española de El Pertús. Permitidos los desplazamientos en un radio de hasta 100 kilómetros en Francia, muchos optaron por acudir a esta localidad para hacer acopio de tabaco y alcohol en los comercios que hay en la acera occidental del pueblo, que pertenece administrativamente a la Jonquera.

Estas colas, parecidas a las que se forman en verano, han dejado un poso de optimismo en algunos jonquerenses, incluida la alcaldesa. Es una señal de que la antigua normalidad podría regresar de inmediato con la apertura de fronteras, que además ha demostrado ser una prioridad para una Comisión Europea que quiere salvar la temporada turística. “Los franceses volverán en cuanto puedan porque les sale a cuenta, y con la crisis que viene todavía más, porque aquí es todo más barato”, resume Martí.

Más comedida es la alcaldesa, consciente de que pocos asumen una apertura antes de julio y que, en cualquier caso, de momento, todo viajero internacional deberá guardar 14 días de aislamiento. “Las imágenes de estos días [en El Pertús] ponen de manifiesto que la gente tiene ganas de moverse, pasear, ir a comprar o salir a comer. El problema es que no sabemos cómo evolucionarán las cifras”, expresa Martínez.

Más de mil trabajadores en ERTE

Pero mientras tanto, el panorama de la Jonquera, el núcleo urbano tres kilómetros al sur de El Pertús, es muy distinto. La primera imagen que recibe al visitante que llega por la N-II –que discurre en paralelo a la autopista AP-7– es la del mastodóntico centro comercial Gran Jonquera Outlet & Shopping casi vacío. 65 locales comerciales cerrados y las más de 2.000 plazas de aparcamiento ocupadas por solo un puñado de coches que entran al único establecimiento abierto: el supermercado Escudero.

Subiendo hacia el pueblo, se observan cerrados los espaciosos bufés restaurantes, los centros de jardinería y parte de la docena de supermercados distribuidos por los márgenes de la N-II. También han cerrado los prostíbulos, como el Paradise, que ha dejado en la calle –y sin posibilidad de acceder prestaciones– a las trabajadoras sexuales que alquilan sus habitaciones. Solo se mantiene un reducido tráfico de camiones que evita que los negocios de carretera parezcan totalmente desiertos.

“La situación es muy jodida. Nuestra infraestructura hotelera, comercial y de restauración se nutre de la autopista, sobre todo del cliente francés. No hay población de consumo autóctono, con lo que hemos tenido caídas del 95% de la facturación”. Este es el resumen que hace el empresario local Antonio Escudero, propietario todo tipo de negocios en el pueblo, entre ellos tres supermercados y la joya de su corona, el centro comercial, que además incluye un bufé libre con capacidad para 1.000 comensales.

Escudero, que es a su vez presidente de la Federación de Hostelería de las Comarcas de Girona, confía en la recuperación del modelo comercial que él más que nadie representa. El que consiste en satisfacer el consumo de los franceses que van a pasar el día de compras y de los turistas que viajan por carretera. Ambos perfiles suelen llenar el maletero de alcohol, tabaco, embutidos y ropa; el deposito, de gasolina; y el estómago, con una comida de 12 euros que en Francia podría valer más del doble.

La gran incógnita, como en toda España, es cómo se gestionará una posible recuperación de la demanda con las restricciones de aforo que se prevén para largo. “La apertura de bufés y restaurantes al 50% es ruinosa”, sostiene Escudero, que asegura estar valorando cómo llevarlo a cabo, igual que la mayoría del sector.

De momento, este empresario ha aplicado un ERTE a cerca del 80% de sus 350 trabajadores y mantiene una suerte de servicios mínimos en los supermercados. En total, hay 1.185 personas afectadas por expedientes de regulación de empleo en este pueblo de 3.200 habitantes, en el que trabajan miles de personas de toda la comarca.

Los camiones aguantan parte del tráfico

Frente al centro comercial Gran Jonquera, un extenso párking de camiones, albergaba este martes solo una quincena de vehículos pesados. Entre ellos, los de Nuno y Toni, dos transportistas portugueses que llevan una carga de furgonetas de distinta marca desde Barcelona a varios talleres del sur de Francia. Mientras apuran algo de comer, uno en la cabina y el otro de pie en el asfalto, comentan que lo habitual es que no haya sitio para parar en este aparcamiento. “Está tan lleno que solo puedes repostar y seguir para otro lado”, comenta Nuno.

Como tantos otros camioneros, ambos tienen la Jonquera como una parada obligada. Llenar el depósito de gas GLP les cuesta hoy en España unos 210 euros. En Francia, cerca de 400. “Además siempre va bien para comprar algo en el supermercado”, comentan. Ambos se han reincorporado este domingo al trabajo tras un ERTE de casi dos meses, puesto que los talleres y concesionarios estaban también parados.

El tráfico ha caído en la frontera de 20.000 vehículos diarios a 10.000 durante el confinamiento. La mayoría de los que han seguido circulando eran camiones, aunque también en este sector ha habido una reducción de la actividad. Consultado por este diario, un trabajador de la gasolinera GP detallaba este martes que el número de turismos que paran en sus establecimientos ha caído un 80%, mientras que en el caso de los camiones solo un 50%. A esto se le suma que han tenido que cerrar la tienda y el bar por las restricciones.

La Cruz Roja triplica sus repartos

La crisis sobrevenida ha provocado en la Jonquera que la asistencia de la Cruz Roja se haya triplicado. Lo cuenta Cèlia Fita, la coordinadora del equipo de tres personas que tiene la entidad en el municipio y que ocupa una garita justo a la entrada del pueblo. “Ha sido una marabunta. Mucha de la gente a la que le han hecho un ERTE tenía sueldos bajos y vivía al día, con lo que no ha podido aguantar estos dos meses sin ingresar nada”, explica mientras preparan el último reparto del día.

Desde el inicio de la epidemia reparten lotes de comida a 220 familias, en conjunto 600 personas, para un área de diez pueblos que tienen en total poco más de 7.000 habitantes. Esto significa que el 8% de los vecinos reciben periódicamente de la Cruz Roja unos lotes que incluyen alimentos básicos como patatas, leche, arroz y legumbres en conserva. “Cada día nos llega alguna familia nueva”, explica Fita.

Uno de los nuevos beneficiarios debido a la pandemia es Pablo Márquez, el utillero del equipo de fútbol local, que se ha quedado sin ingresos desde que el club cesó la actividad. La suya es hoy la última parada de la furgoneta de la entidad antes de dar la jornada por cerrada. Márquez los recibe abriendo la reja que da acceso a las instalaciones deportivas, donde hay unas pequeñas dependencias para él.

“La situación da miedo, por el virus y porque no creo que vayan a retomar los entrenamientos pronto”, comenta el utillero. Tampoco tiene pinta de que vaya a haber los campamentos de fútbol de verano. Márquez pasa los días dando vueltas por el recinto, que apenas abandona para ir a cargar el móvil en el local de un conocido. “Solo espero que los chavales vuelvan a correr por aquí cuanto antes, es lo que queremos todos”, concluye antes de recoger la comida.

Pero no todos esperan que el desconfinamiento vaya a devolver al municipio a la antigua normalidad. Silvia Rodríguez, trabajadora del Lefties del centro comercial, sabe casi seguro que va a perder sueldo a la larga. Al pertenecer su tienda a Inditex no le han aplicado un ERTE, pero un tercio de lo que ingresa es a cuenta de comisiones. Del sueldo base de 900 euros puede irse hasta los 1.300, una cifra que no cree que se vaya a dar más. “Las fronteras abrirán algún día y los franceses volverán, pero dudo que pueda haber las aglomeraciones que había en la tienda”.

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