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El reencuentro con su madre de dos menores colombianos atrapados en El Prat: “Asumí que los iban a deportar”

Pol Pareja

Barcelona —

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Ruddy Peña estaba en su turno de limpiadora en una clínica de Amposta (Tarragona) cuando sonó su teléfono el pasado viernes. “Nos han dejado entrar”, le dijo su marido Jhon Jairo, con dificultades para contener el llanto de alegría. “Ahora mismo vengo con los niños”.

La llamada ponía fin a un calvario por el que pasaron el marido de Ruddy y sus dos hijos Jhon y Celeste, de nueve y cinco años, tras permanecer cinco días encerrados en una sala de solicitantes de asilo del aeropuerto de El Prat. Ambos menores llevaban dos años sin ver a su madre y viajaban desde Colombia para reencontrarse con ella.

“No sabes lo largo que se me ha hecho este tiempo sin verlos”, explica Ruddy. “Solo me faltó que al llegar los encerraran en una sala y nos amenazaran con devolverlos”.

Aunque es habitual que a los solicitantes de asilo se les retenga en estos espacios hasta que se valore su petición, este caso, publicado el pasado miércoles en elDiario.es, era excepcional porque la madre de ambos menores ya reside y trabaja en España y también está pendiente de que se resuelva su petición de asilo. 

Fuentes jurídicas apuntan a que fue este el principal motivo por el que el Ministerio del Interior acabó rectificando y estimando la solicitud de revisión del caso que presentó el padre de las criaturas, que confiesa que llegó a darlo todo por perdido. “No sabía cómo contarles a los niños que nos teníamos que ir de vuelta a Colombia y no podrían ver a su mamá”, rememora ahora por teléfono. “Era lo único que les importaba”.

Cinco días de incertidumbre

Jhon Jairo, el padre de los menores, llegó al aeropuerto con todo en regla para que le dejaran pasar: un vuelo de vuelta, una reserva de hotel y pruebas sobre su solvencia económica. Pero cuando admitió a la Policía que su mujer ya residía en España saltaron las alarmas y los encerraron en el aeropuerto. 

Jairo pidió entonces asilo, asegurando que el crimen organizado le extorsionaba en su negocio de comida en Colombia porque él había sido miembro del ejército y había participado en operaciones contra el narcotráfico. La petición fue denegada a las pocas horas.

Las quejas de Jairo sobre la falta de salubridad y la publicación de su caso en la prensa no gustaron a los agentes del lugar, según el relato de este colombiano. “Me llegaron a agredir delante de mis hijos”, asevera. “Al menos no me golpearon en vano”.

Diversas organizaciones internacionales, jueces e incluso el Defensor del Pueblo han reprochado las malas condiciones que tienen estos espacios en España, especialmente en Barajas, adonde llegan la mayor parte de los solicitantes de asilo.

Solo en 2023 se registraron más de 152.000 peticiones de asilo en España, la mayoría procedentes de Venezuela, Colombia y Perú. De esas, casi 3.000 se formalizaron en puestos fronterizos, la mayoría aeropuertos. 

Ruddy, por su parte, se desplazó hasta en dos ocasiones desde Amposta, a 180 kilómetros  de Barcelona, para intentar sacar a sus hijos del aeropuerto. “No había manera de que me los dejaran ver”, lamentaba. “Ha sido muy desesperante”.

Esta mujer explica que el anuncio de que habían podido entrar fue uno de los momentos más bonitos que ha vivido en los últimos dos años, en los que prácticamente solo se ha dedicado a trabajar para poder financiar el reencuentro con sus hijos. El permiso obtenido, sin embargo, solo les faculta a residir durante tres meses en España, a la espera de la resolución de su petición.

“Todos llorábamos”, recuerda Jairo. Ruddy les compró en el momento el billete de autobús hasta Amposta y los tres se subieron al vehículo. Las casi tres horas de trayecto se les hicieron eternas a los niños. Al llegar, Jhon y Celeste corrieron hacia su madre y se abalanzaron sobre ella. “Prácticamente no nos hemos desenganchado desde entonces”, señala.

El primer fin de semana juntos, Ruddy ha llevado a los niños y a su marido a conocer el mar de Tarragona junto a unos amigos. Jairo ultima su currículum para intentar encontrar un empleo a través de unos conocidos de la iglesia y están gestionando el empadronamiento para que los menores puedan ir al colegio. 

“Solo deseo que se puedan quedar y comencemos nuestra nueva vida aquí”, apunta Ruddy. “Queremos trabajar y prosperar, nada más”.