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La edad de oro de Simon Rattle

València —

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La Orquesta de la Radiodifusión Bávara, una de las más prestigiosas del mundo, había estado hasta 14 veces en el Palau de la música de Valencia. La última fue en 2008, dirigida por Lars Vogt, fallecido en 2022, quien también tocó el piano en el Concierto número 12 de Mozart. Acaba de regresar con su nuevo titular, Simon Rattle (Liverpool, 1955), que fue titular de la Filarmónica de Berlín entre 2002 y 2028. Sucedió en 2023 a Maris Jansons, que murió en 2019. Rattle solicitó la ciudadanía alemana a raíz de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Después de haber sido director de la London Symphony, a la que continúa vinculado como emérito, vive una edad de oro con la orquesta muniquesa. Ha vuelto al Palau para hacer un concierto que demostró con brillantez la simbiosis artística perfecta entre ambos.

En el programa, dos obras muy diferentes: la rapsodia para orquesta Taras Bulba, del checo Leos Janacek, sobre la novela de Nikolai Gógol, que narra la guerra entre turcos y polacos por el dominio de Ucrania, con la intervención de los cosacos, liderados por el general Bulba. Compuesta en 1918, en los inicios de la Revolución Rusa y en los últimos tiempos de la Primera Guerra Mundial, cuyo final propició el nacimiento de naciones como Checoslovaquia, está animada por un espíritu rusófilo y dedicada “al ejército, protector armado de nuestra nación”. La novela inspiró también una película de 1962 con el mismo título, dirigida por Lee J. Thompson, con Yul Brinner en el papel de Taras Bulba.

Esta composición es una de las más célebres de Janácek. Dividida en tres movimientos, presenta una escritura orquestal muy brillante, con pasajes de gran dificultad y lucimiento de la orquesta, con una instrumentación colorista, que incluye campanas, arpa y órgano. Rattle presentó una formación muy amplia, con 60 profesores en las cuerdas (16 violines primeros, 8 contrabajos), que ofrecieron una interpretación intensa y de altísimo dominio técnico, con un perfecto ajuste.

La obra de Janácek, que no llega a la media hora de duración, dio paso al descanso, antes de la composición que llenó la segunda parte: la Sinfonia número 7 en mi mayor del austriaco Anton Bruckner, junto con la Cuarta, la más célebre de las que escribió. El compositor había estado en 1882 en el Festival de Bayreuth, donde asistió al estreno de Parsifal de Richard Wagner, quien le prometió que interpretaría todas sus sinfonías. Bruckner se encontraba inmerso en la composición de la Séptima, concretamente en el Adagio, cuando supo que Wagner había muerto el 13 de febrero de 1883 en Venecia, donde pasaba el invierno con su esposa Cosima. Aunque la sinfonía fue dedicada al rey Luis II de Baviera, es un homenaje fúnebre al autor de Parsifal, especialmente el bellísimo y amplio Adagio, con el timbre profundo y lamentoso de las tubas Wager, que este músico ideó para El anillo del nibelungo, buscando un sonido parecido al de las trompas, pero más grave. En el impresionante clímax del Adagio suenan los platillos, el triángulo y el redoble de timbal. La parte de estos instrumentos de percusión fue añadida con posterioridad a la partitura inicial, y algunos directores optan por no incluirlos. La razón es que hay quien piensa que se trata de una anotación de Arthur Nikisch, el director que condujo con éxito el estreno de la obra en Leipzig en 1884.

La interpretación del Adagio que hizo Rattle fue memorable, con un extraordinario detallismo e impresionante control de las dinámicas. Quedó patente en el crescendo que conduce al clímax, en el que no faltaron platillos, triángulo y timbales, como, por otra parte, suele hacer la mayoría de los directores. La sinfonía duró a la orquesta muniquesa conducida por Rattle 65 minutos, duración muy parecida a la de grabaciones de maestros como Karajan, Solti o Giulini. Muy lejos de la lentitud extrema de Celibidache con Filarmónica de Berlín, que dura 90 minutos, o de la reciente de Andris Nelsons con la misma orquesta, que está en 81. Los violonchelos en el primer movimiento, cantando el tema inicial sobre el trémolo de la cuerda sonaron con una extraordinaria belleza. La conclusión de ese movimiento fue memorable, como el inicio del tercero, con la trompeta de perfecta afinación, y el final de la sinfonía. Muchos e intensos aplausos para la Orquesta de la Radiodifusión Bávara en dorada simbiosis con Simon Rattle.