La portada de mañana
Acceder
Los whatsapps que guardaba Pradas como última bala implican de lleno a Mazón
La polarización revienta el espíritu de la Constitución en su 47º aniversario
OPINIÓN | 'Aquella gesta de TVE en Euskadi', por Rosa María Artal

Arrastrados por el momento

0

Las crisis aceleran y muestran a las personas en su estado primario. Quitan caretas. Seleccionar los tiempos es crucial para todo y es muy complicado cuando uno se siente predestinado a la gloria y se olvida de que la historia ofrece un magnífico punto de partida para encarar proyectos. Pero eso era antes de que los más jóvenes se muestren abiertamente fascistas, machistas o simplemente rechacen un mínimo de cordura porque son más divertidos quince segundos de locas acusaciones sobre quién se come los perros y los gatos americanos que conocer los motivos que han cambiado gobiernos.

El resurgido Francisco Camps es un buen ejemplo de lo que confunde el poder. Llegó con promesas de centrar un Consell personalista como el de Eduardo Zaplana. Se situó en el cargo por la designación divina del ministro que se creyó todopoderoso tras haberse quedado solo en el trono una vez eliminados socios y rivales. Su aroma de triunfador parecía enjaulado en el Palau y volaba hacia nuevas cotas, las máximas. Colocó al más discreto de los suyos con la esperanza de mantener el control desde Madrid, convencido de su ubicuidad y de su mando ilimitado. El exconcejal, exconseller y exdelegado llegó puntual a sus primeros actos y ruedas de prensa. Pero con el tiempo perdió el respeto por los que le esperaban, se encerró en su círculo y se separó de la realidad. Y, por supuesto, mató al padre en privado y en público. Ya teníamos otro president de altos vuelos. El suelo quedaba lejos y no hacía falta pisarlo. Eran muchos los que se tumbaban a su paso para que no se manchara los zapatos. Y otros tantos los que le garantizaban el plano que más pelo le ponía. Tan parecido al lado fotogénico de su antecesor que daba miedo.

Todo eso no se lo tuvo que contar nadie a Carlos Mazón, convencido de su destino glorioso desde hacía tiempo y atropellado ahora por la tragedia y las acusaciones de negligencia. El algoritmo le puso delante desde el primer día lo que él quería ver. En un reel visualizó que hay que cambiar mayorías en las leyes, como Zaplana hizo con las cajas, y acariciar al socio hasta que muera de amor, como Unió Valenciana. Le ha permitido a Tik Tok hacerle trampa y ocultarle el coste de perder las entidades financieras. También ha errado al pensar que, desde el primer día, mandaba en un gobierno con mayoría sin contar con el favor garantizado del despacho de Santiago Abascal y, ni siquiera, del de Núñez Feijóo.

La historia, como los ríos, siempre vuelve. Especialmente cuando uno se cree por encima de ella y la recoge en su punto más álgido con la soberbia del ungido y el brindis de los aduladores, ensimismados mucho antes de la llegada a la cúspide. Los que fueron su alfombra en su virreinato, y algún fichaje externo de dudosas intenciones, le guían en un momento que ya no existe. El antiguo ocupante del palacio de la calle Cavallers, que ahora osa confabular hasta en Alicante, no habría sobrevivido hoy a una crisis como la del Metro, como no superó en su día el regalo de los trajes. Ni Zaplana, maestro de aprendices y profesionales, se ha demostrado infalible.

Nadie le dice a Mazón que la alfombra no vuela siempre ni la historia conviene despreciarla. Nada de eso se lo dirá ninguno de los que comparten con él, empeñados en arrastrar todo lo posible en su caída. No servirá buscar en el pasado de otros partidos y administraciones. La solución ya no está en salpicar a los demás. Recortar audios molesta hasta a los más amigos, ésos que ya escrutan todo lo que les llega. Las lluvias de esta semana han señalado el camino tanto como la jueza. Estos días se ha demostrado que la pólvora está mojada de desesperación. El momento del intercambio de golpes pasó. Y a cada excusa, versión y eufemismo queda más evidenciado. Ha llegado el turno de pausar y tomar decisiones. En poco tiempo a la historia de los trajes sumaremos algún chaleco que nos hará recordar las cremas.