Vivimos un tiempo invertido. Ahora ser malo es bueno y ser bueno es malo. La moda, dicen, es ser mala persona. Es alegrarse con la desgracia ajena o, incluso, desearla. Qué amargura. Está de moda pasarse el día maldiciendo, insultando, envidiando, odiando y agrediendo verbal o físicamente, a través de las redes sociales o de los medios de comunicación. Lo escribió Machado y hoy el poeta se llevaría las manos a la cabeza al constatar que los caminantes blancos han vuelto, que esa “mala gente que camina y va a apestando la tierra” pisotea con fuerza la convivencia y los derechos, pero sobre todo, una de las patas que sostienen nuestras democracias: la fraternidad.
Hoy hay gente que está celebrando que las personas embarcadas en la Global Sumud Flotilla cargada con ayuda humanitaria hayan sido detenidas. A muchas, seguro, les habrá sabido a poco y habrían deseado que Israel bombardeara los barcos, como rezaba el tuit del director de uno de esos pseudomedios que vomitan odio subvencionado por los gobiernos del PP y por los sionistas: “Israel ya puede abrir fuego”. ¿Cómo se puede apoyar a quienes están cometiendo un genocidio en directo y atacar a quienes defienden la paz poniendo en riesgo sus propias vidas? Fácil. Sencillo. Con maldad.
Cada día tengo menos dudas de que se alimentan de la crueldad y de que el faro que irradia el odio se erige sobre los escombros de aquel Madrid del NO PASARÁN. Isabel Díaz Ayuso es la lideresa española de esa ideología del mal que amarga la vida de las personas que la siguen porque, lo siento, pero no creo que sean felices quienes se pasan el día despotricando y deseando que a la gente le vaya mal. Deseando que las personas homosexuales vuelvan a encerrarse en un armario, que las personas migrantes se ahoguen en el Mediterráneo, que apaleen a las personas que viven en la calle, que las mujeres queden desprotegidas ante la violencia machista, que los hijos e hijas de la clase trabajadora no tengan igualdad de oportunidades.
Odian a las personas mayores que han pasado la vida trabajando y ahora cobran una pensión, odian a quienes vienen en busca de un trabajo digno y un futuro para sus familias, odian a quienes quieren vivir sus vidas en libertad, sin dar explicaciones ni pedir permiso. Odian y nos quieren enfrentar a las personas jóvenes con los pensionistas, a las mujeres con los hombres, a las personas homosexuales con las heterosexuales, a las personas migrantes con los y las trabajadoras. Hay que ser mala persona para dejar que se mueran en las residencias 7291 personas sin recibir atención médica, agonizando por el COVID. Hay que ser mala persona para irte de comida 5 horas y permanecer en paradero desconocido mientras miles de personas veían cómo el agua entraba en sus casas y con 229 muertos, seguir como si nada. Hay que ser mala persona para dejar a 2.000 mujeres en vilo, afectadas por los retrasos en el diagnóstico de cáncer de mama, tras un error en las mamografías de control.
Así podríamos seguir recordando cómo denegaron el tratamiento contra la hepatitis, cómo dejaron que solicitantes de dependencia murieran mientras continuaban en las listas de espera, cómo mezclaron los restos de los militares que murieron en el accidente del Yak 42 y se los entregaron a sus familias, cómo mintieron sobre el 11M e intentaron humillar a la presidenta de la asociación de víctimas con aquel “Por esta puta y 4 muertos de mierda perdimos las elecciones”. Por tanto, la incapacidad de negar el genocidio en Gaza no debe sorprendernos porque forma parte de una agenda basada en sembrar la crueldad y el odio en la sociedad, el enfrentamiento y la crispación, que abandera el PP de la mano también de un Alberto Núñez Feijóo que en su incapacidad ha copiado el ideario de VOX. Y así le va en las encuestas, a punto de sufrir el sorpasso de la extrema derecha.
Hace un tiempo no tan lejano, esta maldad se sancionaba. Esta gente no tenía respaldo social y cuando intentaban verter su odio, se les repudiaba. Ahora se sienten fuertes. La ignorancia se premia. Se arenga la estupidez. Se forman turbas entorno a vulgares Procustos, enfermos de envidia y de inseguridades que deshumanizan no solo al rival político, sino que enfrentan a la ciudadanía entre sí y tienen su máxima expresión en el odio inducido contra Pedro Sánchez.
Son mediocres que atacan a las personas que defienden una sociedad más justa, a quienes alzan la voz contra los recortes en los servicios públicos, que reclaman más derechos y que se niegan a aceptar que en la diferencia existe una amenaza. A la gente “progre” cada día nos bombardean con miles de insultos que aquí no repetiré porque ni aportan, ni importan. Solo sé que no nos parieron para agachar la cabeza ante la injusticia, para ser cobardes y mucho menos para rendirnos. No ens han parit per a dormir sinó per a somniar i lluitar per un món millor, també per als fanàtics de l’odi. Así, que lo digo alto y claro, antes charo, buenista, roja o woke que una persona de mierda.