Psicología de la militancia

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La forma de militar en una organización o en un partido político ha cambiado. Es una evidencia. Comparar la militancia política en los duros años de la dictadura con la militancia en los años de la transición y esta con la actual forma de pertenencia a una organización política no tiene ningún sentido y menos si lo que se pretende es establecer un criterio de “buen compromiso”. No seré yo quien diga que aquello era lo bueno y lo actual lo malo. Sin embargo, hay matices cuando la militancia política queda dominada por los medios que se utilizan y no por los objetivos que se pretenden. Me centraré en unos pocos.

La actual estructura de los partidos políticos ha ido reduciendo progresivamente, cualitativa y cuantitativamente, el peso de los afiliados –auténticos propietarios de la organización– sometidos voluntariamente a la Infocracia de la que habla Byung Chul-Han, cuya inmediatez “exige” de los partidos toma de decisiones ultrarápidas y omnímodas, generalmente adoptadas exclusivamente por sus dirigentes. Esto sucede porque la dictadura de la inmediatez trae consigo cambios internos que reducen los tiempos de participación de los militantes y en consecuencia también de los contenidos y de la confrontación de argumentos. Igualmente sucede que cuando las convocatorias para la participación de los militantes van dirigidas a los medios de comunicación esencial o exclusivamente, o cuando, en el mejor de los casos, estas se reducen a grupos de whatsapp/telegram, finalmente los militantes no tienen poder decisorio. De este modo, se alimentan las tendencias centrífugas que se extiende desde los ámbitos externos menos fuertes hacia los más implicados, pues cientos o miles se sienten desposeídos de su objeto libidinal, esto es “el partido”. Revertir en cualquier organización – más en organizaciones políticas – esas tendencias y convertirlas en centrípetas, requiere mucha inteligencia y generosidad, pero, sobre todo, requiere asumir que es muy difícil que uno o unos pocos tengan toda la razón, en todo momento. La aceleración de los cambios perjudica el sosiego y la contención para ello.

Reconozco que echo de menos los informes políticos en los que se informaba pormenorizada, fehaciente y exhaustivamente, se analizaban hechos comprobables, se sacaban conclusiones lógicas y se hacían propuestas, al menos de aquellos asuntos más determinantes. Informes comenzados con reflexiones sobre la situación internacional, en los que se analizaba la “fase de desarrollo” del capitalismo y sobre los que se debatía y se acordaba. Pero más preocupante que esta falta, es la tendencia a las actitudes centrífugas que, desde mi punto de vista, tiene su origen en la desaparición de las estructuras de participación activa, alimentadas, en la más de las veces, por estructuras de poder que fuerzan a perpetuarse.

Todo esto me lleva a reflexionar sobre la “melancolía de la izquierda” que formuló W. Benjamin – filósofo de la melancolía allí donde los haya, - que, aun siendo un concepto ambivalente, “sirve para disponer de una imagen que explique la existencia de determinadas actitudes políticas” en los partidos de izquierda, particularmente en momentos de crisis, es decir, casi siempre. Frente a la primera intuición de asimilar esta brillante imagen de Benjamin a sentimientos de vacío y hastío, de inacción y parálisis, podemos encontrar una imagen opuesta. De hecho, planteado en sentido positivo, esta melancolía supone adoptar una actitud de reconocimiento de que en las derrotas no hay épica posible para, sobre ellas, construir nuevos caminos. Como escribe Enzo Traverso 'La melancolía de izquierda no significa el abandono de la idea del socialismo o de la esperanza de un futuro mejor; significa repensar el socialismo en un tiempo en que su memoria está perdida, oculta y olvidada y necesita ser redimida'. 

Así, recomponer confianzas desde la tan cacareada y maltratada diversidad, reforzar actitudes centrípetas, tener memoria de las formas de militancia pretéritas de participación activa, abandonar los análisis “presentistas” descontextualizados apoyados en la última información retuitada, evitar la parálisis cimentada sobre la miseria de las teorizaciones excesivas, heredera de aquella otra miseria filosófica, dejar de sentirse huérfanos de la Historia y dejar de vivir del último epitafio de la última derrota es, si no el único camino, el mejor camino para construir ese “envoltorio constitutivo” tan necesario ahora en estos tiempos de incertidumbre.