Comunidad Valenciana Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Los whatsapps que guardaba Pradas como última bala implican de lleno a Mazón
La polarización revienta el espíritu de la Constitución en su 47º aniversario
OPINIÓN | 'Aquella gesta de TVE en Euskadi', por Rosa María Artal

Turismo sin límites

0

Trasladar a los turistas la responsabilidad del problema del turismo resulta una interpretación que creo desacertada. Con todos los matices necesarios, diferenciar el sistema turismo de los turistas parece necesario. Viajar tiene aspectos positivos para la gente, que la ciudadanía pueda conocer otras realidades geográficas y humanas o, simplemente, desee desconectar, no tiene por qué ser nocivo. Otra cosa es que el turista debería ser consciente de las consecuencias que tiene su tránsito por el planeta, que decida y actúe responsablemente (viajando más cerca, por ejemplo). El problema mayor es que el turismo se ha convertido en una industria, en una locomotora sin vías regladas que avanza sin consideraciones, una actividad parasitaria de los valores de la geografía urbana.

No es cosa de cuatro días. En los años cincuenta del siglo pasado se inició el llamado turismo de masas destruyendo progresivamente espacios litorales. En una dilatada y abusiva construcción de casas vacacionales se ocuparon playas, sierras y acantilados. La destrucción de paisajes de costa y montaña, la acumulación de apartamentos, las arquitecturas chapuzas y las prácticas especulativas tejieron un conjunto de hechos que nos hicieron perder ecosistemas naturales y paisajes atractivos. Aquello era, es, el turismo de sol y playa. Por cierto, en nuestro caso se tardó tiempo en poner límites a la ocupación de nuestra costa con un Plan de Acción del Litoral que ahora la Generalitat revisa para volver a dar más facilidades y que continúe la fiesta.

El turismo del que hablamos hoy, una especie de segunda gran ola, es el que asalta nuestras viejas ciudades consolidadas a través de siglos y con sus residentes en vida para hacer negocios en ellas y con ellas. Y es también un turismo de masas, como estamos viendo en casos como València. Explota otros atractivos: patrimoniales, arquitectónicos, culturales, los del espacio público; a diferencia del de sol y playa, en gran parte trabaja sobre lo que hemos creado. Su influencia en la transformación de la ciudad, en su vida social diaria y en su patrimonio construido es también considerable. Uno de sus derivados dolorosos: la extorsión y expulsión de vecinos con residencia en determinados distritos, repercutiendo y agravando el problema de los precios y la asequibilidad de la vivienda para familias de clase media y trabajadora, al sustraer del mercado pisos para los residentes.

El turismo es un fenómeno ambivalente, con algunas constantes. La más destacable, la intervención del capital inmobiliario cuya capacidad operativa se demostró en el saqueo del suelo virgen del litoral y ahora en la apropiación de edificios y solares existentes en la vieja (o nueva) ciudad. El turismo tiene también otros protagonistas económicos: el sector de la hostelería, las agencias de viajes, empresas de ocio y las de los medios de transporte que, aprovechando toda clase de facilidades, han propiciado un aumento considerable de los desplazamientos terráqueos. Fenómeno local y global, el turismo repercute en el municipio y en el territorio, en la salud de las ciudades y en la vida del conjunto del planeta, participando activamente en el Cambio Climático con, entre otras razones, el consumo de energías fósiles en el transporte y su derivada aportación contaminante.

Se trata de un negocio planetario al que es imprescindible poner condiciones. Toda actividad humana de impacto social y ambiental se desarrolla fijándole límites (hay un código de circulación-conducción de vehículos, existen planes urbanísticos para el desarrollo de las ciudades, las instituciones públicas tienen normas de funcionamiento, etc.). El desmadre del turismo en las ciudades desmiente los propósitos que el sector declara. Al turismo hay que ponerle límites que superan el ámbito de cada municipio y, siendo por tanto un problema fundamentalmente político, han de ser las administraciones públicas, hasta ahora temerosas y bastante inactivas, quienes lo hagan.

Otro asunto decisivo sobre el turismo es que las políticas dominantes le dan una prioridad completa, al menos en nuestro País Valenciano. Hace años que dimos un paso más: ya sin complejos, se actúa cómo si nos debiéramos a la especialidad del turismo (para llegar a ser una falsa California del Mediterráneo o una nueva Roma pretenciosa). Esta es una directiva principal, el mayor objetivo económico, la única posibilidad que se considera factible, parece haberse renunciado a imaginar nada más. Al menos este es un punto de vista dominante en buena parte de nuestra clase dirigente, lo cual ahora mismo plantea dos cuestiones.

La primera, las consecuencias que una catástrofe -climática, sanitaria, económica- pueda causar sobre un tejido social escorado al turismo, que de repente se queda solo, incapaz de reaccionar por no tener la pluralidad productiva (industrias, alimentos y servicios) necesaria para hacer frente a esas situaciones, que la ciudadanía no salga malparada y pueda conservar lo mejor de su bienestar. Diversificar la economía debería ser una perspectiva muy deseable.

La segunda cuestión sería que, aún sin catástrofe a la vista, el turismo vaya perdiendo fuelle y potencia porque los tiempos globales cambien. Dos vías posibles de esta crisis: ante el constatable aumento de las temperaturas, que el ansia turística emigre hacia zonas más templadas o que edificios e infraestructuras resulten inviables debido al alza del nivel del mar, la recesión del litoral, la sobrexplotación u otros efectos climatológicos y culturales. Si estos cambios hacen entrar en decadencia playas y paisajes marítimos, contemplaríamos un futuro desolador con edificios sin vida todo el año en el litoral o viviendas abandonadas en las ciudades. Por no hablar de la cantidad de personas que ahora dependen laboralmente de este potente sector.

La apuesta unilateral por el turismo suscita muchas dudas futuras y vitales. Parece que poderes económicos valencianos, atentos solo a los beneficios al corto plazo, abandonan la idea de una economía más plural que nos haga estar preparados ante las catástrofes y conservar un nivel de bienestar adecuado. Reindustrializar, querer una agricultura potente, buenos servicios públicos y un medioambiente saneado, son asuntos en que la Generalitat actual no parece creer. Trabajar con perspectivas de futuro exige algo más que turismo.