Casas sin cocina y más comida preparada: el círculo vicioso que explica cómo vivimos hoy

Un microondas en una estantería sobre el sofá, el frigorífico junto a la cama o la lavadora conviviendo con el televisor... Todo esto y mucho más es posible en el mercado español del alquiler, también por más de 700 euros al mes. “¡Corred que vuela!”, como dice al final de sus vídeos Laura Pato, diseñadora y arquitecta más conocida como Le Petit Patito en Instagram, donde pone en evidencia con ironía barbaridades inmobiliarias anunciadas en Idealista.

Es lógico que el diseño y la arquitectura doméstica se adapten a los usos, pero en ocasiones también nuestro estilo de vida se ve condicionado por el espacio que habitamos o al que nuestra economía nos permite acceder. “Lo primero que ya lleva tiempo haciéndose fuera de casa, y lo llevamos viendo muchos años en las películas, es el tema de la lavandería, que hasta hace poco no era muy común pero que cada vez se ve más”, valora la arquitecta tras años analizando pisos. “Y después las cocinas, a lo mejor no es tan habitual ver pisos sin cocina, pero sí que es muy habitual ver pisos que solo tienen un hornillo y la mayoría no tienen horno”.

“Las condiciones de la vivienda de los jóvenes emancipados son, en general, precarias”, reconoce el informe sobre las condiciones de la juventud emancipada en España Un problema como una casa, del Consejo de Juventud de España. “A menudo, estas viviendas se encuentran en mal estado en términos de reparaciones y de instalaciones, al no cumplir con estándares básicos de habitabilidad”, añade.

En Madrid, el 29,9% de los pisos tienen entre 30 y 60 metros cuadrados, y en Barcelona, el 25,6% de los apartamentos entra en estas medidas, recogía en 2024 un informe de Idealista. Cifras similares aportan Oviedo, Málaga o Las Palmas de Gran Canaria. Aunque el tamaño medio de las viviendas en España, que ronda los 86 metros cuadrados según el INE, no ha cambiado de forma significativa en los últimos años, la presión del mercado sí ha cambiado el modo en el que vivimos, provocando que los pisos compartidos superen ya a la oferta de alquiler de viviendas enteras. El 87% de la juventud emancipada comparte vivienda, según datos del Consejo de Juventud de España.

“Creo que la gente se adapta un poco a lo que hay, hace años sí que podía escuchar un ‘no quiero este piso porque no tiene horno’ o ‘no tiene lavavajillas’, ahora es algo impensable, si no tiene horno, pero te encaja, es lo de menos, te adaptas porque no te queda otra”, comenta Pato. “Además, coincide con el boom de soluciones portátiles, que va un poco de la mano de que puedes llevar contigo una airfryer y una tostadora y más o menos ir zafando, sin depender de que un casero haga una instalación”. 

A lo mejor no es tan habitual ver pisos sin cocina, pero sí que es muy habitual ver pisos que solo tienen un hornillo y la mayoría de los pisos no tienen horno

Comer sin tiempo: la nueva rutina urbana

Para el arquitecto Luis Lope de Toledo, “la cocina es una radiografía precisa del momento social que habitamos: cuando cambian nuestras rutinas, ella se remodela en silencio para adaptarse”. “Hoy vivimos en ciudades donde el tiempo se mide en notificaciones y los metros cuadrados se pagan a precio de oro. Ese doble condicionante ha comprimido la escala de las cocinas. Muchas nuevas viviendas las reducen a un gesto arquitectónico: una línea de muebles en el pasillo o una esquina camuflada en el salón”, defiende Lope de Toledo, autor de Arquitectura de andar por casa (Temas de Hoy, 2022).

Aunque en la mayoría de los hogares se cocina casi diariamente, concretamente en el 73%, según el barómetro anual Los momentos del consumo dentro y fuera del hogar de Aecoc Shopperviewer, el porcentaje se ve mermado con respecto al año anterior porque aumenta el número de quienes, al menos una vez por semana, comen en un restaurante (50%), un plato preparado del supermercado (42%) o piden comida a domicilio (28%). Entre quienes no pasan por casa para comer por motivos laborales, el táper pierde relevancia y aumenta la preferencia por comer en un bar o restaurante.

No en vano, el presidente de Mercadona, Juan Roig, presumía este año de cifras con el augurio de que para mediados de siglo no existirán las cocinas. “Cada vez la cocina tiene menos importancia en los hogares y en el 'listo para comer' ya ganamos dinero, y continúa creciendo”, aseguraba Roig, ante la gran apuesta por la comida preparada en sus establecimientos.

“Sobre todo desde la pandemia vemos, a nivel de patrón alimentario, una división en dos grandes grupos, que tienen mucho que ver con el nivel socioeconómico de las familias”, asegura Aitor Sánchez, nutricionista de Centro Aleris. “En líneas generales, hay una mayor conciencia nutricional de las personas que se lo pueden permitir y, por el contrario, las familias que están en situación de pobreza están comiendo de una manera más improvisada y obviamente con un nivel nutricional insuficiente. Así que el mayor condicionante sigue siendo el social y económico”.

Hoy vivimos en ciudades donde el tiempo se mide en notificaciones y los metros cuadrados se pagan a precio de oro. Ese doble condicionante ha comprimido la escala de las cocinas

“Además, desde la incorporación de la mujer al mercado laboral, se ve una bajada muy grande en la frecuencia de las comidas en familia, ligada a la falta de políticas de conciliación de las empresas y a las malas condiciones laborales. Sobre todo en grandes ciudades, la comida se suele realizar en los comedores escolares y en centros de trabajo porque la gente no suele volver a las casas, mientras que en ciudades medianas sí que está un poquito más normalizado”, señala Sánchez, que destaca el cambio que supone en el ritual de comer hacerlo mirando el móvil o hablando en compañía.

“Después podríamos hablar del fenómeno de la cena, cómo muchas familias, especialmente las que vuelven agotadas a casa tras la jornada laboral, no dedican el tiempo suficiente al proceso alimentario, también por una falta de implicación de la familia. Esa falta de tiempo muchas veces acaba supliéndose con una inversión de dinero como puede ser el delivery o el preparado”, explica el nutricionista. 

¿Se puede vivir sin usar la cocina?

En las grandes ciudades de Japón, las viviendas para personas que viven solas están pensadas en el mínimo espacio posible, para dormir, ducharse y cambiarse de ropa en 20 metros cuadrados. Pero no hace falta irse tan lejos, en España la crisis de la vivienda ha estimulado la creatividad de fondos y empresas inversoras, que ya proponen, a quien no puede pagar un piso entero, comprar una habitación y compartir zonas comunes, en la línea del coliving pero en versión propietario. 

“Como es evidente que ya no se puede acceder a una vivienda, al final lo que hacemos es tener simplemente un sitio en el que ir a dormir y cargar el teléfono, y el resto de las cosas que se supone que tiene que cumplir una vivienda las estamos externalizando: comiendo fuera o pidiendo comida take away... y al final la vivienda está convirtiéndose en una especie de Airbnb mal equipado”, comenta Laura Pato.

También la interiorista Sara Saavedra, de Salo Studio, percibe un cambio en el uso tradicional de las cocinas: “En muchos casos, se usan casi exclusivamente para preparar cenas rápidas o calentar algo al final del día, lo que ha hecho que, por ejemplo, en mis proyectos los clientes prioricen mucho más la estética que la funcionalidad”.

Las hemos visto en las redes sociales, en revistas de decoración o en los vídeos en los que los famosos nos enseñan su casa: cocinas muy blancas, sin tiradores, a veces incluso sin campana extractora, que nos llevan a preguntarnos si realmente alguien cocina ahí. Es el caso de la cocina viral de dos diseñadores berlineses, que ha suscitado miles de comentarios y dudas sobre su funcionalidad.

“Ahora, lo que más me piden es que la cocina esté bien integrada con el resto del diseño de la casa, que sea visualmente atractiva y coherente con el estilo general, aunque su uso real sea bastante limitado”, confirma Saavedra. “Ya no se busca tanto un mobiliario ultrarresistente o electrodomésticos de gran capacidad, como ocurría antes, cuando se cocinaba a diario y para toda la familia. Creo que ha pasado de ser un lugar de uso intensivo a convertirse en un espacio más decorativo y social, adaptado a una forma de vida mucho más rápida y con menos tiempo para cocinar”.

Ahora, lo que más me piden es que la cocina esté bien integrada con el resto del diseño de la casa, que sea visualmente atractiva y coherente con el estilo general, aunque su uso real sea bastante limitado

Para el arquitecto Lope de Toledo, la cocina es una estancia en muchos casos sobreactuada: “A veces la tratamos como un decorado más que como un espacio vivo. Muchas cocinas contemporáneas parecen diseñadas para ser fotografiadas, no para mancharse. Brillan en las revistas de interiorismo, con sus superficies inmaculadas y su iluminación quirúrgica, pero rara vez huelen a guiso o a pan recién hecho. Cuando la cocina se vuelve un símbolo aspiracional más que una herramienta para habitar, pierde parte de su autenticidad”.

En Arquitectura de andar por casa, el autor introduce el trabajo de la arquitecta Anna Puigjaner, premiada en 2016 por la Universidad de Harvard gracias a su proyecto Kitchenless City, una investigación sobre la creación de viviendas colectivas sin cocina. El objetivo de Puigjaner era reducir el trabajo doméstico, así como el gasto energético y los residuos a través de la colectivización de la cocina. “La propuesta tiene sentido en situaciones concretas donde una actuación comunitaria resuelve una necesidad común, como por ejemplo en circunstancias de emergencia en donde muchas personas pierden su residencia habitual y necesitan un refugio temporal. Otro modelo donde podría funcionar este planteamiento es un alojamiento turístico”, valora Lope de Toledo, que también alerta de que un mundo sin cocinas acabaría con los mercados de alimentos y convertiría todo el comercio en hostelería.

Uno de los ejemplos más gráficos de la transformación del significado de las cocinas en los últimos tiempos podemos encontrarla en televisión. “En el fondo, las sitcoms son siempre un reflejo de la domesticidad de su tiempo y en los noventa, las cocinas de Friends o El príncipe de Bel-Air funcionaban casi como escenarios secundarios donde ocurría la vida. Eran cocinas vividas, con imanes en la nevera y tazas desparejadas”, opina el arquitecto. 

“Si Friends se rodara en 2025, el apartamento de Mónica y Rachel sería mucho más luminoso, más neutro y, paradójicamente, menos doméstico. Las paredes ya no estarían cubiertas de recuerdos ni de trastos, sino de una gama de beiges y grises cuidadosamente calculados. La cocina estaría integrada en un único espacio abierto con el salón, equipada con electrodomésticos que solo se usan para recalentar. Las reuniones ocurrirían menos alrededor de la mesa y más alrededor del portátil. La nevera tendría notas digitales, no post-its. Y probablemente, en vez de una cafetera, habría una máquina de cápsulas que nadie sabe reciclar”, imagina Lope.