Cuando el frío llega y los días se acortan, encender la calefacción se convierte en un gesto casi automático para mantener el hogar cálido y acogedor. Más allá del confort, este hábito tiene un impacto directo en la factura de energía y en el consumo diario. Saber cómo ajustar correctamente la temperatura no solo ayuda a sentirse bien dentro de casa, sino que también permite controlar el gasto sin renunciar a la comodidad.
Cada vivienda es diferente y lo que resulta confortable en un salón puede sentirse frío en un dormitorio o excesivo en otra habitación poco utilizada. El aislamiento, la orientación, el tamaño de las habitaciones y el número de personas que viven en el hogar influyen en cómo percibimos el calor. Conocer los rangos de temperatura adecuados y cómo afectan al consumo energético permite tomar decisiones más conscientes y mantener un equilibrio entre bienestar y eficiencia.
Pequeños ajustes en el termostato pueden marcar una diferencia significativa. No se trata de pasar frío ni de subir la calefacción al máximo, sino de encontrar el punto justo que combine comodidad, ahorro y sostenibilidad. Entender cómo cada grado extra influye en el gasto ayuda a gestionar mejor la calefacción, aprovechar la energía de manera responsable y mantener el hogar confortable durante los meses más fríos.
Cuál es la temperatura ideal de la calefacción
La temperatura recomendada para mantener una vivienda confortable sin aumentar el gasto energético se sitúa generalmente entre los 19 °C y los 21 °C durante las horas de actividad diaria. Este rango permite conservar un ambiente térmico estable sin exigir un esfuerzo excesivo al sistema de calefacción. En la práctica, alcanzar los 20 °C suele ser suficiente para que la mayoría de personas perciban una sensación agradable de calor. Superar esa cifra no mejora de forma significativa el confort, pero sí incrementa de manera notable el consumo.
Durante la noche o en periodos prolongados de ausencia, la temperatura puede reducirse hasta valores comprendidos entre 15 °C y 17 °C. Esta práctica evita que la vivienda se enfríe por completo, lo que obligaría al sistema a trabajar en exceso al encenderse, y al mismo tiempo impide un gasto innecesario cuando no se necesita mantener calor constante. En hogares con buen aislamiento, esta bajada temporal resulta especialmente efectiva, ya que la inercia térmica de los materiales ayuda a conservar parte del calor acumulado durante el día.
El valor exacto puede variar según las condiciones de cada vivienda. Factores como el tipo de construcción, la orientación, el nivel de aislamiento o el número de personas influyen en la sensación térmica interior. No obstante, el confort térmico se mantiene estable y el consumo energético se mantiene controlado. Mantener la calefacción entre 19 °C y 21 °C cuando la casa está ocupada y bajarla por debajo de 17 °C cuando no lo está constituye, en general, una práctica equilibrada y eficiente.
Aumentar la temperatura del hogar implica un mayor gasto energético
El consumo de calefacción crece de manera directamente proporcional a la diferencia entre la temperatura interior y la exterior. En los hogares, este comportamiento se traduce en un incremento aproximado del 7% en el gasto energético por cada grado adicional que se ajusta el termostato por encima del nivel recomendado. Así, mantener la vivienda a 23 °C en lugar de 21 °C puede suponer un aumento cercano al 14% en la factura energética, sin que ello implique una mejora apreciable en la comodidad.
Este incremento se debe a que el sistema debe compensar mayores pérdidas de calor hacia el exterior a medida que la diferencia de temperatura se amplía. Cuanto más cálida se mantiene la vivienda respecto al ambiente exterior, mayor es el esfuerzo del equipo de calefacción para sostener esa diferencia, y, por tanto, mayor el consumo. En la mayoría de los casos, el confort térmico se estabiliza alrededor de 20 °C, de modo que aumentar el valor del termostato no aporta un beneficio real, pero sí un gasto adicional.
Controlar ese margen de temperatura permite evitar oscilaciones innecesarias y mantener el consumo dentro de límites razonables. Una regulación adecuada contribuye a preservar la comodidad y, al mismo tiempo, a reducir la demanda energética y el impacto económico de la calefacción doméstica.