“No bebo casi, bueno, solo de vez en cuando, pero entonces me agarro una buena”. Hay quien piensa que esta forma de consumir alcohol no es tan mala. Al fin y al cabo, creen que el alcohol causa problemas de salud a los alcohólicos, o a esa gente que bebe todos los días. Nada más lejos de la realidad.
El alcohol acompaña a la humanidad desde hace milenios. Es un elemento social e identitario en casi todas las culturas del planeta. Pero eso no quiere decir que sea saludable. En los últimos años, el estudio de su impacto sobre la salud ha hecho cambiar el mensaje a uno más estricto: ni mucho ni poco, no hay cantidad segura de alcohol.
Esta fue exactamente la declaración de la OMS en 2023, a lomos, entre otros, de un estudio publicado por la prestigiosa revista The Lancet en 2018 con datos de 195 países que concluyó que el alcohol es uno de los principales factores de riesgo de enfermedad y muerte prematura en el mundo, asociado a millones de fallecimientos anuales por cáncer, cirrosis, accidentes y enfermedades cardiovasculares. En otras palabras, el nivel de consumo que minimiza el riesgo para la salud es cero.
“Cuando se deja de beber, y a medida que van pasando los meses y los años, hay una mejoría clínica con marcadores neurológicos, hepáticos y metabólicos”, explica el doctor José Moreiro Socias, especialista en endocrinología y nutrición. “Los marcadores mejoran cuando cesa la agresión, lo mismo que ocurre al dejar el tabaco”, añade.
Esto no impide que cientos de estudios anteriores hayan llegado a sugerir efectos beneficiosos cuando comparaban a bebedores moderados con abstemios, y los primeros gozaban de mejor salud y menos riesgo de enfermedad cardiovascular. Pero hay un problema: esos grupos de abstemios incluían personas que habían tenido que dejar de beber por problemas de salud, lo que hacía que los bebedores moderados parecieran más sanos en comparación.
Cuando se deja de beber, y a medida que van pasando los meses y los años, hay una mejoría clínica con marcadores neurológicos, hepáticos y metabólicos
Cuando se eliminaban esos sesgos y se seguían a grandes cohortes durante años, y se comparaban a personas sanas que no habían bebido nunca, la curva dejaba de ser una “J”, protectora en el medio, con un consumo moderado, y pasaba a ser una línea recta: a mayor ingesta de alcohol, mayor riesgo de enfermedad y muerte.
Los efectos del alcohol en el organismo
Para la investigadora en fisiología Inés Romero Herrera de la Universidad de Sevilla “es cierto que el alcohol afecta de manera muy diferente dependiendo de ciertas características individuales (porcentaje de grasa y agua corporal, sexo, funcionalidad de enzimas metabolizadoras del alcohol, etc.), pero incluso en el mejor de los casos el alcohol sigue siendo un tóxico, una sustancia que nuestro cuerpo debe eliminar a toda costa, por tanto, nunca puede estar libre de riesgo”.
Aunque los efectos sobre el corazón se discuten, no hay duda alguna en el caso del cáncer. Incluso consumos bajos, inferiores a una copa de vino al día, se asocian con un aumento del riesgo de ciertos tipos de cáncer, en particular de mama, esófago y otros tumores del tracto digestivo, y ese riesgo crece con cada copa adicional. El problema no está en el tipo de bebida, sino en la química del alcohol en el cuerpo.
El alcohol, al metabolizarse en el hígado, se oxida gracias a una enzima y pasa a acetaldehído. Esta es una sustancia carcinógena que puede dañar el ADN de las células de cualquier parte del cuerpo, incluyendo el cerebro. Por fortuna, el metabolismo sigue su curso y el acetaldehído pasa a acetato, que es inocuo y se puede usar como energía en el organismo. Pero como ponen de manifiesto recientes artículos, cuando el hígado no puede procesar el alcohol rápidamente, bien porque la cantidad ingerida es muy grande, o porque entran en juego otras enfermedades o medicaciones, el acetaldehído tarda más de lo que debe en descomponerse, y empieza a provocar daños en las células.
Consumo moderado diario o borrachera de fin de semana
Lo anterior acaba con la idea de que una copa de vino al día es buena para la salud. Aún así, este verano, un comunicado de la Asociación Estadounidense del Corazón (AHA, por sus siglas en alcohol) todavía dice que no existe riesgo alguno, o que este se reduce, cuando se consume alcohol en cantidades moderadas (por debajo de dos copas al día) en lo que respecta a la enfermedad coronaria, los accidentes cerebrovasculares, la muerte súbita y, posiblemente, la insuficiencia cardíaca.
Una revisión reciente sobre alcohol y enfermedad cardiovascular explica esta ambivalencia: los estudios clásicos siguen encontrando cierta asociación protectora, pero los análisis genéticos, que reducen mucho el sesgo, no confirman que beber moderadamente mejore de verdad las arterias.
Las personas que buscan excusas para beber hacen las cuentas. Si una copa al día no es tan grave (para el corazón), tomar siete copas el sábado tampoco lo debería ser. Estas matemáticas también fallan.
Un estudio en personas mayores en España encontró que, cuando se controlaban bien los factores de confusión, el consumo ligero o moderado no ofrecía una ventaja significativa en supervivencia frente a no beber. Por el contrario, los patrones de consumo intenso, lo que en inglés se llama binge drinking, sí se asociaban con un aumento claro del riesgo de muerte.
Esto se debe a que cualquier ligera mejora sobre la cardiopatía se ve fácilmente compensada y superada por el aumento de riesgo de cáncer, cirrosis, hipertensión, arritmias y otras enfermedades. Pero el riesgo no se limita a los adultos, porque el patrón de borrachera es muy común entre adolescentes. Esto quedó patente en un estudio de la Universidad de Sevilla a cargo del grupo de investigación al que pertenece Inés Romero: Implicación del balance oxidativo en la salud: Alcoholismo y Síndrome metabólico.
“Mi equipo de investigación ha visto que este estrés oxidativo exagerado producido por el binge drinking (consumo de alcohol en atracón) puede ocurrir en prácticamente cualquier órgano (hígado, músculo, tejido adiposo, corazón, riñones, cerebelo, etc.)”, explica la investigadora. “Si hablamos de daño agudo, intoxicación y alteraciones metabólicas, el binge drinking es claramente más nocivo. El consumo repetido o crónico tiende a producir unos efectos similares, si bien aparecen mucho más tarde”, aclara Romero.
Según explica Romero, entre estos efectos se encuentran el cortisol elevado, resistencia metabólica, alteraciones reproductivas, inflamación sistémica y cambios en distintos tejidos. “A largo plazo esto favorece enfermedades metabólicas, osteoporosis, hipogonadismo o dependencia”, añade.
Si hablamos de daño agudo, intoxicación y alteraciones metabólicas, el 'binge drinking' es claramente más nocivo. El consumo repetido o crónico tiende a producir unos efectos similares, si bien aparecen mucho más tarde
“Hablamos de no pasar del 5% de la ingesta calórica en alcohol”, explica el doctor Moreiro. “No es bueno para nadie, pero son cantidades que de alguna forma el cuerpo es capaz de amortiguar. Evidentemente, cuanta menos cantidad mejor, y cuanto más esporádico, pues mejor todavía”, aclara.
Con el consumo moderado frecuente, el cuerpo tiene que enfrentarse con picos relativamente bajos de alcohol en sangre y un estrés más sostenido. El hígado trabaja casi cada día, hay cierta inflamación crónica, el sueño se altera a diario y el riesgo de enfermedad se acumula con el tiempo. En una noche de beber intensamente el pico de alcoholemia es mucho más alto, los efectos sobre el el cerebro son más agudos, se disparan los accidentes, las conductas de riesgo, las arritmias y los episodios de hipertensión.
En la literatura científica, el binge drinking o “consumo intensivo episódico” suele definirse como una ingesta suficiente para alcanzar una concentración de alcohol en sangre de 0,08 g/dL o superior en unas pocas horas, lo que equivale, a grandes rasgos, a unas cuatro copas estándar en mujeres y cinco en hombres, consumidas en un periodo de unas dos horas.
Las borracheras se asocian a alteraciones en la corteza prefrontal y el hipocampo, las zonas del cerebro implicadas en la memoria, la planificación y el control de impulsos. Aumenta la inflamación sistémica, el estrés oxidativo y el daño hepático.
El consumo de alcohol y las borracheras en España
España se percibe a sí misma como un país de “vino y cañas” más que de borracheras, pero los datos indican que los dos patrones conviven. Un análisis de mortalidad atribuible al alcohol en España estimó cerca de 8.000 muertes relacionadas con el alcohol en el periodo 2016-2018, con un gran peso de la cirrosis hepática alcohólica y la dependencia.
El estudio indica que las borracheras son más frecuentes en los grupos socioeconómicos más altos, especialmente en hombres, aunque la mortalidad relacionada con el alcohol termine siendo mayor en los grupos con menor nivel educativo. Entre adolescentes y jóvenes, el estudio mostraba entonces un aumento del “botellón” y el consumo rápido de grandes cantidades en poco tiempo, incluso cuando la percepción que tenían los adolescentes de sí mismos es la de personas sanas que hacen deporte y cuidan la alimentación.
La pregunta no parece ser si beber alcohol todos los días produce más daño que emborracharse de vez en cuando, sino qué tipo de daño se produce en cada caso, y cuánto tarda en manifestarse. Romero ha publicado estudios sobre el uso de antioxidantes, como el selenio, para mitigar estos daños, aunque, como advierte la investigadora: “Nunca se vuelve a la situación inicial de salud”.
Darío Pescador es editor y director de la Revista Quo y autor del libro Tu mejor yo.