Gordon Matta-Clark, el artista que mostraba las entrañas de los edificios para derribar el capitalismo

En 1970, la arquitectura de Nueva York vivía una transformación brutal. La ciudad se desangraba: crisis fiscal, éxodo de la clase media a los suburbios y recortes en vivienda pública habían convertido barrios enteros en territorios olvidados. Fábricas cerradas en Soho, bloques de apartamentos semiderruidos en el Bronx y oficinas vacías en Manhattan —devoradas por la especulación inmobiliaria— dibujaban un paisaje de abandono. Era la otra cara del 'sueño americano', y Gordon Matta-Clark decidió mirarla de frente.

Armado con radiales para horadar fachadas, se instaló en el SoHo y vestido como cualquier obrero, se subió a andamios para intervenir en esos edificios que el capitalismo había descartado. No era solo una provocación estética: era un acto político. “Empecé a trabajar con edificios abandonados a raíz de mi preocupación por la vida en la ciudad —escribió Matta-Clark en 1975—, de la que un importante efecto secundario es la deglución de viejos inmuebles”. Cada corte, cada muro derribado, era su manera de denunciar un sistema que devoraba su propio paisaje. “Al deshacer un edificio, expreso mi oposición a muchos aspectos de las condiciones sociales”, decía.

“Matta-Clark es libertad”, sintetiza la historiadora del arte y comisaria Gloria Moure (Barcelona, 1946), que acaba de publicar Atravesar la resistencia (Ed. Caniche), la compilación más completa de sus escritos en español. “Lo que más me interesó de él fue su visión del mundo como un paisaje en el que todo está siempre cambiando y en el que el artista es tan solo una parte del paisaje”, explica esta especialista que ha sido pionera en difundir el arte contemporáneo en España desde la dirección de varios museos como el CGAC en Santiago.

Moure lleva décadas desentrañando la figura de este creador radical. Primero con una exposición en 2006 en el Reina Sofía -acompañada de una publicación seminal con sus textos-, y ahora con este libro que revela al Matta-Clark previo al mito: «Encontramos cartas escritas antes de que decidiera ser artista», revela. «Pensamos que era interesante mostrar al personaje en toda su complejidad».

Resistencia desde los márgenes

Hijo del pintor surrealista Roberto Matta —con quien mantuvo una relación distante desde que este abandonó a su madre, la también artista Anne Alpert, y a sus hermanos—, Gordon Matta-Clark (Nueva York, 1943-1978) estuvo desde pequeño rodeado e influenciado por artistas de calado, especialmente por su propio padrino, que no era otro que Marcel Duchamp. Quizá fueron esas influencias las que le impulsaron a romper con la academia y a fundar el movimiento de la anarquitectura.

La trayectoria académica de Matta-Clark fue tan irregular como reveladora: comenzó arquitectura en Cornell, la dejó tras un accidente, vivió un paréntesis en la Sorbona --donde estudió filología y se familiarizó con el situacionismo-- y finalmente volvió a Cornell, entrando en contacto con el Land Art.

Las cartas que podemos leer en este volumen revelan una personalidad vibrante que huye de las reglas y normativas, como la de “la atmósfera hermética del complejo universitario de Cornell” que describe a su madre en una de las misivas. “Toda su obra está impregnada de políticas revolucionarias. Él tenía una curiosidad constante, con una idea de voyerismo creativo que le lleva a hacer agujeros en cualquier edificio”, cuenta Moure.

Estos agujeros --sus célebres Building Cuts-- se convirtieron en la firma de Matta-Clark. No eran simples cortes en edificios, sino esculturas vivas que transformaban estructuras abandonadas. Al abrir fachadas y paredes, no solo revelaba los esqueletos ocultos de la arquitectura, sino que jugaba con volúmenes, luz y espacio, creando una poética de lo residual. Su obra Splitting (1974), en la que literalmente partió una casa residencial en dos, encapsula esta filosofía.

“Es metafórico”, explica Moure. “Como decir: no te quedes en la superficie, perfora para descubrir lo que hay detrás del escenario”, puntualiza. Para Matta-Clark, influenciado por las lecciones alquímicas de Duchamp, la ciudad era un laboratorio de transformaciones posibles. Matta-Clark veía los edificios como lugares donde se almacena la memoria colectiva de sus habitantes, así que, desequilibrándolos mediante intervenciones, revelaba la tiranía del recinto urbano y a quién servía.

En 1973, Matta-Clark adquirió por apenas 25 dólares una serie de microparcelas imposibles en Queens y Staten Island a través de subastas públicas. Las bautizó como Fake Estates (Fincas Falsas): franjas triangulares de tierra, trozos de acera o canalones —terrenos tan absurdos como inútiles para la especulación inmobiliaria—. Con este gesto, el artista no solo cuestionaba el valor de la propiedad privada, también mantenía unos terrenos que no aportaban rentabilidad, subvirtiendo el propósito de la inversión inmobiliaria.

La implicación política de sus ideales también pasaba por su relación con el país de su padre. Hasta Chile viajó para reencontrarse con este y con sus raíces, y aunque no lo logró –Matta ya estaba fuera del país cuando llegó su hijo—el Museo de Bellas Artes de Santiago le permitió intervenir en su propio edificio, en el que “perforó un agujero en el techo y, con espejos y otros cortes, dejó entrar la luz del sótano al baño. Cuando mirabas el agua del retrete, escuchabas el vuelo de los pájaros”, dijo su viuda, Jane Crawford en una entrevista con el periódico chileno La Tercera.

La importancia de la comunidad

Ese deje poético en toda la obra de Matta-Clark se une a la continua búsqueda para establecer comunidades allí donde iba. “Quería no tanto crear escuelas como crear lugares de encuentro donde sucedieran cosas” explica Moure que añade que “para él nadie dirige, es a través de todos que las cosas ocurren, eso también le lleva a trabajar con los residuos o con espacios que son considerados desechos”.

Toda su obra está impregnada de políticas revolucionarias. Él tenía una curiosidad constante, una idea de voyerismo creativo que le lleva a hacer agujeros en edificios

Después de visitar Under The Brooklyn Bridge, una exposición en el Instituto de Arte Urbano en la que se mostraban las alternativas habitacionales de los sintecho que vivían entre cartones, Matta-Clark se inspiró para reciclar materiales en nuevos espacios, como en Garbage Wall, construida con desechos. Una acción que ahora nos parece profética.

Ese amor por los espacios de encuentro y sobre todo por crear comunidad se refleja en 1971, cuando funda en una antigua fábrica de trapos del SoHo junto a Carol Gooden un restaurante de comida llamado Food. “Fue un proyecto de acoger diversidades, a través de la comida, que para él era un acto de amor, casi con un paralelismo con lo que ocurre en la comunión. Todos cocinaban, era un sitio de debate o para ofrecer comida a cualquier artista que no tenía otro lugar donde alimentarse”, explica Moure. Por allí podían verse a todo tipo de artistas como John Cage o Robert Rauschenberg y fue uno de los primeros locales en los que se ofreció sushi y comida vegana en todo Nueva York.

Antropofagia urbana

Los escritos de Matta-Clark vienen a completar la obra de un artista polifacético que mantiene una fuerte poesía en todas sus acciones. “Su trabajo tiene connotaciones en el arte, en la arquitectura, en la danza” comenta Moure, algo que se ejemplifica en algunos de sus proyectos como Tree Dance, una performance que podemos contemplar porque quedó grabada, como muchos de sus otros trabajos. “Matta-Clark era consciente de que necesitaba registrar lo que ocurría en sus performances para que no fueran grabadas por otra persona y convertidas en mero registro. Así que dirigió y grabó varios films en los que documentan sus performances, pero siempre de manera creativa, llegando incluso a simular sus clásicos cuttings también en el propio objetivo tapando parte de este”, subraya.

Matta-Clark mostró como nadie la gentrificación del sistema en Intersección Cónica (1975), con la incisión radical que realizó en los números 27 y 29 de la Rue Beaubourg, edificios del siglo XVIII que iban a ser demolidos cerca del Museo Pompidou. Perforó un agujero en forma de tornado que retrocedía en espiral en un ángulo de 45 grados para salir por el techo. “Ahí se podía ver la integración del barrio viejo del Marais con el nuevo edifico Pompidou, y como una parte de la ciudad está desapareciendo porque otra se la está comiendo. Un poco en la idea de la antropofagia que él tanto trabaja y que se relaciona con lo que estamos viviendo ahora en el capitalismo, un sistema económico que se impone sobre todo lo demás”, según Moure.

Gordon Matta-Clark murió el 27 de agosto de 1978, apenas dos meses después de cumplir 35 años, dejándonos una obra que sigue vigente. Como concluye Moure: “Sus escritos son de gran actualidad, no hay nada que huela a viejo en ellos. Son de ese tipo de voces que siempre se han intentado acallar desde el poder, pero que curiosamente sigue vivo y con muchísima fuerza”.