Análisis

'El tragaluz', una mirada autocrítica y decolonizadora

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Es poco habitual para un latinoamericano acceder a una posición autocrítica de nuestro colonizador. Es sorprendente en la medida en que replantea una serie de verdades poco imaginadas acerca del origen de nuestras Repúblicas.

Cuando nosotros aprendemos historia en América Latina, lo primero que vemos en profundidad son los orígenes de nuestra independencia. El levantamiento de Túpac Amaru en el Perú, primera acción insurreccional liderada por un dirigente heredero de la tradición incaica, es el inicio de nuestra formación en historia, y se presenta como antecedente directo de la “gloriosa” guerra por nuestra Independencia. De la España europea sabemos poco, la mita y el yanaconazgo, el lejano Rey en sus aposentos, las reformas borbónicas que apretaban al criollaje y la invasión francesa, que con la prisión de Fernando VII aceleró el camino de las independencias que ya no terminaría hasta la derrota de “los realistas”.

Y España como arrogante potencia dominante que nos impedía ser. Algo presente en el lenguaje: el colonialismo americano es un invento español, la misma palabra “colonial” la relacionamos con el nombre de Cristóbal Colón, su protagonista iniciático, más allá de su antigua etimología latina.

La mirada reflexiva respecto de esta trayectoria histórica nacional que plantea la exposición El tragaluz democrático en la recién inaugurada sala de La Arquería en Nuevos Ministerios (Madrid), es una suerte de propuesta reconciliatoria. Somos la Madre Patria, pero una madre consciente de sus errores y de sus violencias, una madre autocrítica cuya voz nunca habíamos escuchado.

La reflexión sobre la alternancia de pequeñas ráfagas de republicanismo en el marco de una ideología nacional conservadora y religiosa dominante marca el recorrido. Me sorprendió enormemente ver en una exposición museística los textos de Menéndez Pelayo sosteniendo que nuestra expulsión de España (la de los judíos) era plenamente necesaria. Unos textos que podría encontrar en una biblioteca, pero que expuestos en un contexto reflexivo adquieren otro peso y explican la “necesidad” de la Inquisición, otro invento español, de vergonzosa memoria.

Muchas sorpresas, muchos disparadores del pensamiento y de la reflexión en un recorrido inédito por la historia de España. Colón dejando atrás la mezquita y las ideas judeizantes, por las que lo apedrean unos niños en la calle, señalando su prominente nariz, para abrazar su misión redentora: dotar a España de un futuro luminoso y de poder. Dominar los mares, traer el oro que escondían esos no-hombres sin derechos que encontraron en nuestro mundo. Hay más hombres cazados como animales entre alambradas en la isla partida de Cuba, en otro capítulo de la historia, en otro punto del Tragaluz, una Aleph unido por la violencia.

Y aparecen destellos de contra-historia, y cada uno de ellos replantea lo asumido y lo recontextualiza. Desde las máscaras artesanas de las etnias originarias de la Galicia profunda, hasta los trajes rituales de la resistencia de los cubanos ancestrales contra el imperio español. Un garrote vil original, construido manualmente por un cerrajero de Toledo, muestra en su simple ingeniería el talento humano para matar. En muchas provincias de España, los cerrajeros fabricaban su propia versión del garrote vil, una especie de sacacorchos al revés… No quería la Iglesia la separación de la cabeza del cuerpo, una herejía, ni en la vida ni en la muerte, por lo que se descartó la guillotina. Había que inventar algo, una herramienta siniestra que se mantuvo hasta los últimos estertores del franquismo.

El exilio, una de las más antiguas experiencias humanas, que me trajo a España durante la dictadura argentina, está presente en algunas imágenes en la dirección contraria, como en el cuadro de las manos cortadas, obra de Isaac Díaz Pardo, fundador en La Plata con Luis Seoane en el exilio argentino de Cerámicas Sargadelos, que luego trajeron a Galicia. Su padre, Díaz Baliño, fue pintor, un nacionalista católico gallego que asesinaron en el verano del 36, al que, se dice, le cortaron las manos antes de matarlo.

Y pueden verse trofeos, provenientes del Museo del Ejército, cuyos originales no se pueden exhibir porque fue necesario verter sangre española para obtenerlos, y se exhiben en su lugar los facsímiles… O la bandera olvidada de la República del Rif, que se alzó contra sus colonizadores y creó su propio ejército. El desembarco de 13.000 soldados españoles en Alhucemas de septiembre del 25, dirigidos por los generales Miguel Primo de Rivera y José Sanjurjo, está presente en una pintura alegórica. Así como la fotografía de Franco como oficial en esa guerra colonial, desde el mismo territorio en el que encabezaría su alzamiento contra la República.

El gran Ninot del empresario catalán Pigat que amasó su fortuna con el tráfico de esclavos, construido en 1998 para una fiesta popular en Cataluña… La relación íntima entre la monarquía, la acumulación de capital inicial, el tráfico de esclavos y la explotación de los indígenas, reveladas de modo ingenuo por la pintura de la época. Los indios y los negros se inclinan ante el monarca, mientras la Barcelona industrial se construye con los recursos extraídos de América. Una mirada alternativa del pasado común, a la que podemos acceder desde una narrativa visual. Las imágenes, testigos delatores de la historia.