Crónica de un desahucio anunciado en una España que mira para otro lado

José Antonio Luna

Gijón —

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María y Leonor, madre e hija, viven en Gijón y están a punto de quedarse sin casa. Los recibos de la luz quedan sin pagar, la comida se vacía de la despensa y cada minuto que pasa es como una cuenta regresiva hacia la pobreza. Esta es la crónica del desahucio anunciado de dos mujeres en una España que prefiere mirar hacia otro lado. 

El planeta, ópera prima de la artista Amalia Ulman, ha sido una de las sorpresas de la sección oficial Retueyos del 59º Festival de cine de Gijón. Se trata de un ingenioso largometraje con tintes de tragicomedia, humor negro y sororidad que podría recordar al costumbrismo que late en ciertos filmes de Pedro Almodóvar. Ya que, al igual que el director manchego, no se recrea tanto en los conflictos de los personajes como en sus esfuerzos por seguir adelante y aparentar normalidad en un mundo que no les sonríe demasiado. 

El relato de Ulman no se limita a contar la vida de una familia sin recursos, sino que utiliza este contexto como lanzadera para abordar otras problemáticas derivadas de ellos, como el clasismo en según qué círculos sociales, el machismo latente tanto en el ámbito laboral como en el personal o incluso la carencia de afecto. Es, en definitiva, un retrato intimista muy completo sobre qué significa ser dos mujeres precarias que, curiosamente, también son madre e hija en el mundo real.

“Trabajar con mi madre estuvo muy bien, porque como ella sabe mucho de cine traía sus propias referencias de actrices y podíamos hablar de tú a tú en el proyecto”, dice la directora Amalia Ulman en una entrevista con elDiario.es en un hotel céntrico de Gijón. Es una complicidad que también se transmite en ciertas escenas del filme, como cuando ambas tienen que dormir juntas porque no tienen calefacción y esa es la única forma de estar sin congelarse. A pesar, por supuesto, de las habituales peleas por quién ocupa más espacio en la cama. Pero la lucha real no es entre ellas. 

Explotación de género y de clase

En el libro Calibán y la Bruja, la autora Silvia Federici señala que en la sociedad capitalista el cuerpo es para las mujeres lo que la fábrica es para los trabajadores asalariados varones: el principal terreno de su explotación. Por eso, la pobreza de la mujer lleva arraigada una serie de situaciones que no se darían de no ser por su género. Y esto también es representado en la película de Ulman.  

La primera escena del filme es toda una declaración de intenciones. Aparece Leonor, sentada en un bar, y de repente llega un personaje encarnado por Nacho Vigalondo. Al principio no queda claro qué pretende, pero poco a poco se descubre que realmente han quedado para acordar servicios sexuales. “Qué va hombre. A ver, te cuento: aquí lo que se lleva son 20 euros por chuparla y luego a partir de ahí calcula”, dice el hombre, indignado después de escuchar que querían cobrarle 500 euros la noche. “Hay un libro que quiero comprar por 19,99 y pensaba que no sé si merece la pena chuparla por un libro”, responde ella. “Es triste que incluso la generación de Leo se vea forzada a hacer trabajos sexuales, y eso incluso después de ser una persona que ha tenido estudios y que ha crecido en un país del primer mundo como España. Es como darte de bruces con la realidad”, señala Ulman. 

Una realidad que a veces también se oculta. María, por ejemplo, se niega a acudir a los centros sociales para buscar ayuda porque eso significaría aceptar que no es “de clase media”, como la mayoría de ciudadanos se define (incluso los de clase alta), sino pobre. Opta, en cambio, por agotar el saldo de una tarjeta de crédito a sabiendas de que el posterior cargo será imposible de asumir. “No lo aceptan. También creo que por un impulso de supervivencia de pensar: 'bueno, a ver si pasa algo y podemos mantenernos otro día más'”, indica Ulman. 

Las protagonistas también chocan contra un muro en otro plano: el afectivo. Leonor en un momento de la historia inicia lo que parece una relación que, por ciertas razones, no acaba de la mejor forma. Mientras, su madre echa de menos a su gata al mismo tiempo que contempla sus vídeos en el móvil, con la impotencia de querer acariciar un cuerpo pero tocar una pantalla. Y, al igual que ocurre con otros elementos de filme, el animal también es real. “Se llama Olga y es mi gata desde que tengo 16 años. Pero como está viejita no podíamos hacerla volar a España desde Estados Unidos”, lamenta Ulman, nacida en argentina y criada en Gijón pero actualmente afincada en Nueva York. 

La patria que no sale por televisión

En varias escenas del filme sobrevuela algo que parece una simple anécdota pero que, realmente, tiene varias implicaciones. Mientras las dos protagonistas buscan qué comer por la radio anuncian que el cineasta Martin Scorsese ha sido elegido para recibir el premio Princesa de Asturias de 2018. El acto, como suele ser habitual, va acompañado de una ceremonia por todo lo alto con la visita de los reyes de España y cientos de personas con banderas rojigualdas. Una exaltación de patria que, precisamente, contrasta con la manifestación republicana a pocos metros del Teatro Campoamor de Oviedo donde se entregan los galardones.

“Es un contraste que muestra cómo se distrae a la población con famosos para maquillar que todo va mal. También es el reflejo de esa Asturia posindustrial a partir de los 90 y los 2000, más centrada ahora en el turismo y el servicio”, apunta la directora, que destaca que no han percibido ninguna ayuda de Asturias ni de España para hacer su cinta. “Creo que a mucha gente la daba miedo, porque al no ser una película puramente turística no sabían cómo de fuerte iba a ser”, observa. 

Aún así, incluso con tanto escepticismo gubernamental, el público local que vio la película en el Teatro Jovellanos acabó en pie y aplaudiendo. “Es una carta de amor agridulce de esta ciudad que quiero y he sufrido. Una visión honesta que me encanta que los gijoneses hayan sabido apreciar”, dice la cineasta que creció en el barrio de Cimadevilla y que, entre otras cosas, también ha tenido que lidiar con el olor del galipote en la playa de San Lorenzo. “Cuando salió en la película el público acabó riéndose porque, bueno, todos sabemos que eso ha pasado”, culmina la directora.