Javier Bardem y el “cabrón” carismático: “Hace falta gente que ponga la cara para que se la partan”

Mónica Zas Marcos

Donostia —

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Al personaje de Javier Bardem en El buen patrón lo hemos visto antes. Tiene algo de Luis Bárcenas, de Rodrigo Rato, de Jeff Bezos, del jefe déspota de la cafetería de la esquina y de aquel que nos contrató diciendo que “fuera hace mucho frío”. Eso es porque “no hace falta ser un buen empresario para ejercer abuso de poder”, como explica el propio actor, que estos días está en San Sebastián presentando la película dirigida por Fernando León de Aranoa. El argumento también es reconocible. “Es el mercado, amigo”, que dijo el exministro de José María Aznar y presidente de Bankia.

El buen patrón pivota sobre Julio Blanco, presidente de una empresa industrial de balanzas y el típico “tipo majo” que cae bien y que se muestra cercano con todos los empleados. A él le gusta definirse como un padre para sus subalternos y a todos ellos como una “familia”.

Poco a poco, Blanco se desvela como un hombre sin escrúpulos al que solo le interesa su propio beneficio y los reconocimientos. “Aborda la trastienda de muchas empresas, porque detrás del traje impoluto hay situaciones de abuso y violación de derechos”, resume Bardem, que repite por tercera vez con el mismo director. La primera fue Los lunes al sol hace casi 20 años. En aquella predijeron la crisis laboral de 2008. ¿Están identificando ahora una nueva? 

“Estamos todos muy dolidos, muy acongojados y todavía en shock postraumático. La pandemia es un paréntesis que no sé dónde nos va a llevar. Pero desde luego ha sido lo contrario a la unión: el aislamiento, la individualidad, el sálvese quien pueda”, admite con pesimismo. Al momento recuerda que “cuando la sociedad trabaja al unísono han ocurrido cosas hermosas, como el descubrimiento de una vacuna”. Ahora espera que sirva como ejemplo de cohesión para mejorar los derechos fundamentales, incluidos los laborales.

“Noto que la gente tiene menos conciencia social que hace 20 años, cuando hicimos Los lunes al sol. O quizá son más jóvenes y han pasado por una pandemia y dos crisis. En parte es normal que miren por lo suyo, por un puesto de trabajo y una vivienda, y que no luchen por lo de los demás”, opina el actor. Justo por eso, en contra del personaje de Julio Blanco, El buen patrón presenta a Salva, un hombre que acaba de ser despedido y en señal de protesta acampa todos los días frente a la fábrica increpando al presidente con un megáfono. “Hace falta más gente que ponga la cara para que se la partan en nombre de una causa común”, reivindica Bardem.

La pandemia es un paréntesis que no sé dónde nos va a llevar. Pero desde luego ha sido lo contrario a la unión: el aislamiento, la individualidad, el sálvese quien pueda

Aunque el punto de vista del Buen patrón y Los lunes al sol es radicalmente opuesto, las dos representan las dos caras del mismo sistema. No ha cambiado nada y en todo caso ha ido a peor, según el actor que interpretaba al parado en aquella. “El mercado laboral es especialmente cruel, duro y está cada vez más desprotegido. La exposición mediática hace que todo lo que digas sea más punible”, compara Bardem. Además, “hay menos cohesión social frente a las injusticias porque hay más castigo y porque detrás de ti hay 500 que lo van a hacer igual, pero más barato. Con eso juega el mercado laboral”.

Un comienzo es reconocer la subida del salario mínimo. “Que un mileurista sea considerado una persona favorecida es terrible”, expresa. “El sistema ha creado una especie de empresa común que tiene el ritmo imparable de una apisonadora. Y estás a favor o estás en contra, pero no puedes estar entre medias. Eso es lo que más me preocupa de la situación actual”, dice comparando la mentalidad de ahora con la de la crisis de 2008. 

El cabrón carismático

Blanco saluda con el mismo énfasis a todos sus trabajadores, desde la técnico de limpieza hasta el coordinador de logística. Les pregunta por la familia y no duda en prestarles ayuda cuando la necesitan. Ellos le abren la puerta de su intimidad, sus miedos y secretos: el primer error. Ahí es cuando el jefe infiltrado les consigue controlar desde dentro. “Tiene que ver con esa forma de carisma tan festejada en la sociedad”, expresa el actor. “España está llena de personajes cercanos y divertidos que hicieron barbaridades en nombre de eso: desde Jesús Gil hasta el rey emérito”, enumera. “Esa figura de cabrón carismático al que siempre se le ha perdonado todo hay que pararla. Ya no hace gracia, nos está atropellando”. 

Al pedirle referencias más cercanas al personaje de Blanco, en cambio, Bardem niega que se haya fijado en alguien real o de una tendencia ideológica concreta. “Es cierto que muchos políticos tienen esto de lo que hablamos y quizá deberíamos confiar más en los que no lo tienen; en los que están haciendo su trabajo sin que sea lo popular ni lo populista”, confiesa.

España está llena de personajes cercanos, graciosos y divertidos que hicieron barbaridades en nombre de eso: desde Jesús Gil hasta el rey emérito. Esa figura de cabrón carismático al que siempre se le ha perdonado todo. Y ya no hace gracia

La clave es que el patrón “se casa con el partido que en ese momento esté gobernando, ya sea Vox o Podemos” y “quiere su cuota de poder más allá de ideologías”. Por eso aplaude la buena mano de León de Aranoa escribiendo el personaje: “Necesitábamos que fuese alguien querible, el tipo con el que te querrías tomar un jamón”, pero a la vez reconocible por todo el público en algún jefe propio o cercano. Y lo han conseguido. Blanco representa lo mejor y lo peor del capataz canallita. Ese que mientras estrecha la mano del obrero le dice entre risas que es de su propiedad. Pero no es ninguna broma.

La política falsaria de los Oscar

Aunque la acción tiene lugar en un escenario tan específico como una fábrica de balanzas, el intérprete no niega que hay similitudes con el sector del cine. Sobre todo con la fijación por los premios. Reconoce que la campaña para conseguir el Oscar, por ejemplo, es algo “muy incómodo”. “Es una campaña política y estás ahí para ganar votos. La primera vez que lo hice fue con Antes de que anochezca, en el año 2000, y para mí era una novedad. Después he puesto mis límites porque no voy a quitarle el voto a nadie, voy a presentar una película porque estoy orgulloso de mi trabajo”, desvela. 

Los Oscar son una campaña política y estás allí, presentando la película, para ganar votos

Admite que en el mundo de la interpretación “hay egos y vanidades” pero también “entre los cirujanos y los dentistas”. “El cine, siendo una cosa muy jerarquizada y donde no hay una democracia, porque el director o el productor es el que manda, es muy inclusivo. Y un buen director es el que recoge las mejores ideas de su equipo”, dice concediéndole el mérito a León de Aranoa. Al principio de su carrera no fue siempre así. También era “otra España”; la del “porque lo digo yo”. Una época en la que el mundo reía “las gracias” de los Jesús Gil y Juan Carlos I. “Espero que pongamos fin a eso de una vez”, concluye.