Ruben Östlund: “Me encanta que mis películas no gusten a la crítica de izquierdas”

Javier Zurro

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El Festival de Cannes aupó el pasado sábado al sueco Ruben Östlund a los altares de su historia. Lo incluyó en la reducida lista de nombres que tienen dos Palmas de Oro y en la que se encuentran directores como Michael Haneke, Ken Loach o Francis Ford Coppola. Lo conseguía gracias a Triangle of sadness (Triángulo de la tristeza), una sátira bestial en la que el director atiza a todo lo atizable, de los influencers a los modelos, pero sobre todo al capitalismo y a los ricos. A ellos los mete en un crucero de lujo en la segunda parte del filme y los envuelve en vómitos y heces. Una película que despertó carcajadas y con la que Östlund busca demostrar que el cine de autor puede ser popular.

Esa máxima de un cine adulto y entretenido la aprendió de Luis Buñuel, al que nombraba en rueda de prensa tras ganar la Palma de Oro. Contó que cuando estudiaba cine pensaba que el cine de autor “se había vuelto un poco aburrido al tratar temas importantes de forma seria”, pero que las películas del español “eran a la vez entretenidas”. El sueco también dejó perlas al atender a la prensa con su premio que vuelven a dejar claro que de ego va sobrado, y que conoce cómo provocar al personal. “Alguien dijo que la primera Palma de Oro puede ser un accidente, pero la segunda…”, dijo riendo.

Pocos días antes de saber que ganaría su segunda Palma de Oro, el director explicaba a elDiario.es cómo había sido trabajar en una película que ha supuesto un salto considerable de presupuesto y repercusión. Por primera vez trabaja en inglés, y ahora en un filme de 12 millones de euros pero en el que ha intentado que su distribución se mantenga fiel a aquellas empresas que apostaron por The Square cuando todavía era desconocido. “Queríamos ser leales a los distribuidores con los que habíamos trabajado antes. Creo que es bueno tener los mismos distribuidores que antes, porque ellos nos han ayudado a construir un público que me conoce y yo les conozco a ellos, así que cuando rodé en ingles quería que luego su precio fuera asumible para que esos distribuidores en Europa pudieran comprarla”, explica.

Desde su proyección a la crítica, el filme dividió entre los que consideraban que era una sátira bestial y aquellos que la acusaban de zafia y hasta inmoral. Una provocación que Östlund disfruta: “Me encanta que a la prensa de izquierdas francesa no le gusten mis películas y que a los de derechas les guste… me encanta eso, porque creo que en Suecia al menos hay una izquierda que se ha olvidado de Marx. Pero aquí, la clase media alta de izquierdas quiere explicar el mundo diciendo que la gente pobre es buena y que los ricos son malos y superficiales. Están asustados de que les expulsen de su posición en la jerarquía”.

“Mis películas pueden ser nihilistas, pero yo no lo soy”, dice de una de las críticas que más se hace a su cine y asegura que tiene “una visión positiva del ser humano” y estar “muy preocupado por la igualdad”. “Estamos hartos de la desigualdad. Hay que crear sociedades buenas para todos, colaborar, y que vaya todo a mejor. Creo que el capitalismo nos ha ayudado mucho, pero un capitalismo sin regular no es bueno. Pero me interesa en lo que fallamos, porque ahí es donde aprendemos, y eso es lo que me interesa en mis películas, ver en cómo he fallado como hombre”.

Lo hace siempre desde el humor, desde el esperpento, porque cree que actualmente es la única forma de hacerlo. “Creo que Haneke dijo cuando presentó aquí Happy End que ya no era posible hacer drama por cómo estaba el mundo actual. Solo la farsa puede expresar el mundo actual”, apunta y se acuerda de otra de las películas más populares del año pasado, No mires arriba, a la que califica como “brillante”.

Mis películas pueden ser nihilistas, pero yo no lo soy. Tengo una visión positiva del ser humano y estoy muy preocupado por la igualdad

Triangle of sadness habla de cómo “la belleza se ha convertido en una moneda de cambio y cómo nuestra posición en una estructura económica cambia nuestro comportamiento”. El título hace referencia a la zona del entrecejo y la nariz, donde suelen salir las arrugas y donde modelos y actores se introducen Botox para luchar contra las leyes de la naturaleza. Un filme que comenzó a fraguarse cuando la mujer de Östlund, fotógrafa de moda, le contaba historias surrealistas del mundo en el que trabajaba. “La moda es la única profesión donde los hombres ganan menos que las mujeres, un tercio, y para ellos su sexualidad es una moneda de cambio. Los jóvenes modelos tienen que manejarse con hombres poderosos que quieren dormir con ellos, y al mismo tiempo eso puede abrirles puertas”.

También habla de jerarquías, y ahí deja su final abierto, sin saber qué hará el personaje de Abigail, alguien que ha estado toda la vida “en la parte más baja de la sociedad y que de golpe está arriba y algo amenaza ese orden”. Asegura que siempre se pregunta qué haría él, y en este caso la pregunta es clara: “¿Proteger el reino o perder mi posición?”. Para la parte del yate preguntaron a la gente que trabaja en cruceros de lujo y se encontraron con peticiones surrealistas de ricos: llenar el jacuzzi de champán, pescar en el jacuzzi (previamente llenado con champán), propinas de 2.500 euros… Solo una norma, “no decir que no”. “Si un cliente les dice que ha visto un unicornio le tienen que decir que sí”, asegura el director.

La sátira no terminará aquí. Aunque considere Triangle of sadness un cierre a su trilogía sobre la masculinidad, el argumento de su nuevo filme y hasta el título ya está en su cabeza. Se llama Entertainment System is Down, y contará la historia de un vuelo de larga distancia donde todo el sistema de entretenimiento de la aeronave se cae y sus viajeros se ven obligados a relacionarse entre sí y disfrutar de un mundo analógico, “un universo cerrado” con el que seguro acaba sacando su bisturí para reírse de todos.