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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Se ha quedado una librería perfecta para tomar un capuccino

Hace años que las librerías prefieren invertir en una cafetera nueva o en una buena bodega para su sótano. Es un reflejo de los tiempos que vivimos, donde la gente ya no siente la necesidad de perderse entre filas interminables de estanterías. El placer romántico de la lectura ha tomado un cariz casero que se reserva a la intimidad del sofá y la manta. Y del café. En España, donde las ayudas al gremio se reducen cada vez más y los establecimientos sufren el azote de la crisis del papel, vivimos también un renacer de espacios diferentes.

Será en estos híbridos donde se espere una mayor afluencia el Día de las Librerías, que se conmemora el 11 de noviembre desde hace seis años. Esta celebración es demasiado joven para competir con días más institucionalizados como el de San Jorge o la Feria del Libro. Por eso desde CEGAL (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Librero) proponen acercarse a cualquier establecimiento, aunque sea con la excusa de tomar un capuccino caliente.

“Nos está costando que la gente fije en su cabeza este segundo viernes de noviembre y quizá haya demasiadas actividades”, confiesa el presidente del gremio, Juancho Pons. El zaragozano, que alterna la dirección de CEGAL con sus labores en la librería que lleva su nombre, reconoce las dificultades de intentar revivir un negocio afectado por los mismos males que acechan en cada Día del Libro. La intrusión de las nuevas tecnologías, estar a la cola de las prioridades presupuestarias, la piratería o el cierre de las pequeñas tiendas.

El mes de abril no es suficiente para paliar todas esas crisis, por eso el Día de los Libreros pretende ejercer de bypass otoñal. Desde en grandes ciudades como Madrid y Barcelona, hasta modestos municipios alicantinos como Novelda, las 3.895 librerías de CEGAL acogerán concursos, brindis, firmas de autores y conciertos. Todo para recordar que la lectura no debería homenajearse un solo día al año, puesto que los profesionales del sector no cierran el resto del tiempo.

Que corra el café

Aún así, Juancho Pons se muestra optimista con el crecimiento del sector respecto a los años de crisis. La industria editorial, que genera más de 10.000 puestos de trabajo, se incrementó en un 2,8%, hasta los 2.257 millones de euros. También reconoce que la mutación de librerías en cafés, catas de vino o expositores de arte es una buena noticia siempre y cuando atraiga al público a los libros.

Es ahí donde se baila entre la esperanza y la falta de datos concretos, puesto que el presidente de CEGAL no puede asegurar que estos establecimientos vendan más que las librerías tradicionales. “Lo que es seguro es que tienen más ruido mediático y eso es estupendo”, admite Pons. La Central y la librería Ocho y Medio en Madrid, o Babelia Coffee&Books y Antinovs en Barcelona representan un estilo más europeo donde se anima al lector a pasar un rato en los puntos de venta. Quizá así el roce haga el cariño.

En cualquier caso, Pons insiste en que no son modelos que compiten, sino que se complementan con las librerías de toda la vida. Además, recuerda que el 60% de los nuevos espacios son de corte tradicional, aunque estén especializados en un género o sean anfitriones de actividades extraliterarias. “El modelo que nunca va a funcionar es el del librero que se queda sentado en una silla esperando a que alguien abra la puerta”, razona.

Otro de los peligros potenciales para estas pequeñas tiendas son las grandes cadenas como Fnac o El Corte Inglés. Pero desde CEGAL no consideran que sean “enemigos” del negocio más modesto siempre que respeten el precio fijo de venta. No meten en este saco a otro gigante editorial como Amazon, con el que tuvieron un problema hace dos años que terminó en los tribunales. “No todos los días se levantan con una fe inquebrantable en la ley del precio fijo, por decirlo de una forma fina”, cuenta Pons. Aún así, y pese a tener la ley de su parte, siguen sin recibir la sentencia definitiva.

Litigios aparte, el verdadero monstruo de las siete cabezas es la piratería. Aunque Pons reconoce que no les afecta a un nivel tan alto como a otros sectores (música o cine), hace mucho daño a los autores con menor difusión. “Firmas como Lorenzo Silva, Javier Marías, Rosa Montero y Almudena Grandes se pronuncian muchas veces por sus compañeros menos afortunados”, recalca.

Por eso invita a visitar las bibliotecas públicas antes que descargarse los libros de forma ilegal. Pero sobre todo quiere que la gente se pasee este viernes por los centros de las ciudades para empaparse de lectura. O de vino. O de café.

“Despistes” presupuestarios

Preguntado por el apoyo gubernamental, Pons insiste en recalcar la labor de los técnicos del Ministerio de Cultura. Es decir, que los trabajadores de la Secretaría de Estado son los que más han luchado por esta iniciativa y por los libreros en general. “El apartado técnico es impecable, son los que han lanzado la campaña en redes sociales y nos han puesto en contacto con más librerías”, afirma. 

Además, asegura que son ellos los que pelearon el ínfimo presupuesto de 150.000 euros que les otorgaba el ministerio hasta este año. De igual forma que los de Íñigo Méndez de Vigo se olvidaron de los premios nacionales y el Cervantes en el cierre de los presupuestos del pasado julio, la pequeña partida dedicada a las librerías también se quedó en el tintero. Al final, pese a la presión desde CEGAL y de los funcionarios de la subdirección general del libro, no lograron incluir esta partida en la excepción presupuestaria. Unas ayudas imprescindibles que “ya damos por perdidas”.

Los libreros califican de desinterés total la actuación del Gobierno y los patinazos que se han sucedido en la cartera lo respaldan. Especialmente llamativo fue el caso del premio nacional de Traducción, entregado a una obra en euskera como si fuese un idioma extranjero. Íñigo Méndez de Vigo lo justificó entonces como una “serie de despistes”, aunque esta cadena parece remontarse a mucho antes del fallo del galardón.