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Los bárbaros

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Esperando a los bárbaros. El poema. Lo escribió Kavafis (1863-1933), poeta alejandrino, que tras perder la juventud se aburrió largamente en una de esas oficinas ministeriales donde uno todavía sueña con vender su alma al diablo a cambio de vivir una vida que no le aburra tanto, hasta que una indemnización gubernamental le libró de “esta asquerosidad”, según sus propias palabras.

El poema relata el abandono de las rutinarias actividades políticas de una ciudad en espera de los bárbaros. Los senadores no legislan. Los oradores callan. El emperador permanece sentado en su trono, solemne y coronado, y los ciudadanos reunidos en la plaza esperan la llegada de los bárbaros. Los últimos cuatro versos concluyen con la incertidumbre que se había apoderado de los habitantes de la ciudad: “Desde las fronteras han venido algunos diciéndonos que no existen más bárbaros y ahora, ya sin bárbaros, ¿qué será de nosotros?; esa gente era una solución”.

Esta es la tentación fascista. La actitud suicida de unas sociedades democráticas que durante las primeras décadas del siglo pasado permitió que los bárbaros entraran en las instituciones democráticas

Siempre hay quien cree que los bárbaros son la solución. Siempre hay quien se cree en posesión de la verdad aunque mienta con cada sílaba que pronuncia, quien considera que tanto la patria como dios le pertenecen, quien se presenta ante la sociedad como víctima, pero que, al prever que no conseguirá su propósito mediante métodos democráticos, buscará los disfraces adecuados para adentrarse en las instituciones democráticas antes de enfundarse la camisa negra, colocarse una llamativa hebilla de plata en el cinturón, aclararse la garganta y con el pistolón en la mano proclamar a los cuatro vientos que hay que hacerse cargo de la situación, que ya está bien de tanta feminista y de tanto maricón, que si hay que fusilar a veintiséis millones de indeseables se les fusila y santas pascuas, que ya no hay por qué escuchar más argumentos, más posiciones, más razonamientos, que las cosas se van a enderezar sin necesidad alguna de parlamentos, elecciones, diputaciones y demás zarandajas democráticas...

Esta es la tentación fascista. La actitud suicida de unas sociedades democráticas que durante las primeras décadas del siglo pasado permitió que los bárbaros entraran en las instituciones democráticas, propiciando de esta manera que por Europa se extendieran los movimientos totalitarios que culminaron con las dos monstruosas guerras mundiales. Este es el dato, la advertencia histórica que deberíamos tener en cuenta ahora que medios de comunicación de nuestro país parecen esperar jubilosamente a los bárbaros. Muchos de ellos ya les están abriendo las puertas...

Esperando a los bárbaros. El poema. Lo escribió Kavafis (1863-1933), poeta alejandrino, que tras perder la juventud se aburrió largamente en una de esas oficinas ministeriales donde uno todavía sueña con vender su alma al diablo a cambio de vivir una vida que no le aburra tanto, hasta que una indemnización gubernamental le libró de “esta asquerosidad”, según sus propias palabras.

El poema relata el abandono de las rutinarias actividades políticas de una ciudad en espera de los bárbaros. Los senadores no legislan. Los oradores callan. El emperador permanece sentado en su trono, solemne y coronado, y los ciudadanos reunidos en la plaza esperan la llegada de los bárbaros. Los últimos cuatro versos concluyen con la incertidumbre que se había apoderado de los habitantes de la ciudad: “Desde las fronteras han venido algunos diciéndonos que no existen más bárbaros y ahora, ya sin bárbaros, ¿qué será de nosotros?; esa gente era una solución”.